Por qué Alfonso de Borbón no pudo quitarle el trono a su primo Juan Carlos
Se acaban de cumplir 36 años de su fallecimiento en un accidente de esquí en Colorado

Alfonso de Borbón y Dampierre esquiando en Navacerrada. | Europa Press
El 30 de enero se han cumplido 36 años desde el fallecimiento de Alfonso de Borbón, duque de Cádiz, por un accidente de esquí en Aspen, Colorado. Quiso ser rey de España y Francia, pero no lo consiguió, ni siquiera casándose con la nieta de Franco. El hombre fuerte del régimen, el almirante Carrero Blanco, vio venir la operación de apartar del camino de la jefatura de Estado al príncipe Juan Carlos, según había decidido Franco, y ordenó a su servicio secreto que la finiquitara.
Los impulsores de que se nombrara sucesor a Alfonso fueron grupos franquistas que odiaban a Juan Carlos y a su padre. Existen dudas sobre si su primo maniobró, incluso casándose con Carmen Martínez Bordiú, para intentar ganarse la simpatía de su abuelo. Su esposa, muchísimos años después afirmó en una entrevista: «Alfonso es posible que pensara que podría haber sido rey».
Era hijo del infante Jaime, el sucesor al trono de su padre Alfonso XIII, un sucesor sui géneris, pues tras la proclamación de la Segunda República en 1931 tuvieron que exiliarse. Como Jaime era sordomudo, en 1933 su progenitor le obligó a renunciar a sus derechos, con lo que sus hijos también quedaron fuera de la línea sucesoria.
Alfonso, el mayor de ellos, se educó en colegios italianos y suizos hasta que en 1954 se vino a España, junto con su hermano Gonzalo, una vez conseguido el permiso imprescindible de Franco. Continuó sus estudios superiores con cierta discreción, fuera de los focos de la opinión pública: la atención estaba centrada en su tío Juan y en su descendiente, su primo Juan Carlos.
A pesar de la renuncia de su padre, él mantenía el ánimo de ser el futuro rey cuando Franco dejara el poder. Así lo manifestó abiertamente en unas declaraciones a una televisión francesa en los años 60 cuando le preguntaron sobre sus posibilidades de reinar: «Hay tres condiciones para esto: tener sangre real, tener 30 años de edad y ser español. Obviamente, yo cumplo dichos requisitos».
Franco mandó lejos a Alfonso
Pocos años después, el conflicto se cerró aparentemente cuando el dictador nombró a Juan Carlos sucesor a la jefatura del Estado. Franco era consciente de la pelea por la sucesión, y no fue casualidad que nombrara a Alfonso embajador en Suecia, un deseo de alejarlo de la vida nacional.
En esa época, Carmen Martínez Bordiú estaba sometida a un férreo control paterno que incluía una vigilancia intensiva sobre todos los hombres que se le acercaban. Para quitarla de la circulación durante una temporada, la enviaron de viaje por los países nórdicos.
Un día conoció en un acto al embajador español en Suecia, Alfonso de Borbón. La chispa surgió en el interior del hombre que había sido apartado por Franco. Podía ser amor –lo más evidente–, o simplemente encontró la vía para luchar para recuperar la sucesión.
En Madrid, el marqués de Villaverde conoció el acercamiento de Alfonso a su hija y le ofreció la libertad de movimiento de la que no había gozado hasta ese momento. Alfonso era un caballero de la época y supo manifestar sus intenciones con precaución. Carmen vio que estando con él disponía de esa ausencia de control que nunca había disfrutado y se dejó querer. No había duda de que los planes de Alfonso eran muy atractivos para los padres de Carmen. Una unión entre ambos podría llevar al abuelo de la chica a reconsiderar el nombramiento de Juan Carlos.
La petición de mano tuvo lugar el 23 de diciembre de 1971 en el palacio de El Pardo, como no podía ser de otra manera, en presencia de Franco. Juan Carlos, sabiendo cómo funcionaban los sectores franquistas, imaginó que pretenderían colocar a la nieta como futura reina para garantizarse su supervivencia tras la muerte de un dictador ya mayor. No se equivocaba. Los conspiradores partían del hecho de que Franco no podía ni oír hablar de su padre, y que su mujer, Carmen Polo, intentaría influir en su marido para coronar a su nieta.
Presionan a Franco a favor de su nieta
Los movimientos comenzaron en el entorno del dictador. La camarilla con acceso a él era reducida y empezaron a lanzarle el mismo mensaje a favor de Alfonso y Carmen. Sin embargo, Franco no terminaba de ver el asunto. Estas maniobras, previas incluso a la boda, llegaron a los oídos del entonces vicepresidente Carrero Blanco. Sabía que muchos franquistas no veían con buenos ojos que una griega reinara en España, pero estaba en contra de una campaña urdida por el marqués de Villaverde para asentar sus influencias en el futuro. Prefirió optar por Juan Carlos para la sucesión y lo hizo recurriendo a las alcantarillas del poder: su servicio secreto. Se reunió con José Ignacio San Martín, director de la entonces Organización Contrasubversiva Nacional, un año antes de que se anunciara el compromiso.
La orden que le impartió tenía que ver con los odios más profundos arraigados en la personalidad de Franco: los masones. Había que desprestigiar a Alfonso y Carmen utilizando al marqués de Villaverde, vinculándole a grupos conspirativos. Nada en ese momento hacía presagiar que existiera realmente esa relación tóxica, pero era la única vía posible para dar un golpe en la mesa del dictador y disuadirle de convertir a su adorada nieta en reina. Si alguien podía encontrar esas conexiones serían sus fieles espías.
El trabajo tenía una limitación importante: nadie podía enterarse de lo que estaban tramando. Y nadie era nadie. Si el marqués de Villaverde sospechaba que le estaban investigando o si llegaba a oídos de Franco que agentes del servicio secreto estaban hurgando en la vida de su yerno, las consecuencias podían ser fatales no solo para los implicados, también para el director del servicio e, incluso, para el mismo vicepresidente.
El servicio partió de una hipótesis: el marqués de Villaverde era masón y estaba conspirando para que su hija reinase. Lo prioritario fue investigar a las personas con las que se relacionaba. Cuando se enteraban de las comidas, cenas o reuniones a las que acudía, enviaban un equipo de agentes operativos para que los controlara, especificándoles que él no era el objetivo. No daban detalles, no explicaban razones, lo lógico era deducir que había garbanzos negros entre sus amistades.
Después de cada uno de esos encuentros, los operativos seguían a las personas con las que se había reunido y el único sin control era al marqués. El resto pasaba a engrosar una lista de sospechosos a los que identificaban y vigilaban. Las decenas de personas perseguidas pertenecían a lo más granado de la sociedad española, influyentes de alto poder económico, que se veían con el marqués en clubs privados como el de Puerta de Hierro o en restaurantes de precios prohibitivos como Jockey o Zalacaín.
El servicio dedicó grandes medios y dinero a esta operación que exigía una importante labor de análisis para buscar conexiones empresariales de los investigados dentro y fuera de España, y para ir retirando de la lista a los que no tuvieran mucho contacto con el marqués o a aquellos otros cuya vinculación con los masones fuera imposible. Los meses pasaron, incluso los años. El fracaso era patente en una investigación sin parangón con el tiempo dedicado a cualquier otra.
El informe contra el marqués de Villaverde
Cuando Alfonso y Carmen ya se habían casado y el tema de su designación estaba más en ebullición, uno de los personajes de la lista de contactos del marqués planeó un viaje a París. Era una de las principales pistas para demostrar la conexión masónica. Antonio de Villar Massó, considerado por algunos un confidente policial, era masón y había tenido problemas con la cúpula de la organización.
Desesperados por encontrar algo, le siguieron por su periplo francés que concluyó en la localidad de Le Havre, en el noroeste de Francia, en la región de Normandía. Allí le vieron reunirse con uno de los más importantes francmasones del país. No es que el marqués tuviera una intensa relación con Villar Massó, pero los espías cantaron bingo.
A principios de 1973, Carrero Blanco le pidió a San Martín un informe por escrito con sus conclusiones para que Franco lo leyera. Había que parar ya a los conspiradores. El redactor fue Leandro Peñas, uno de los directivos responsables de la operación desde el principio. Después de tres años de investigación es fácil suponer los miles y miles de folios escritos y los cientos de grabaciones archivadas. Sin embargo, su informe ocupó menos de tres folios, algo inteligente, pues lo debía leer el ocupado Jefe del Estado.
Peñas sabía lo que Carrero Blanco quería que pusiera el informe y lo escribió basándose en todo lo que habían descubierto. Si le hubieran encargado defender lo contrario, también lo podría haber hecho perfectamente. Explicó la vinculación del marqués con la masonería española representada por Villar Massó y de este con la masonería francesa. Añadió, sin que se sepa de dónde procedía la información, que Martínez Bordiú les había pedido apoyo para que Alfonso de Borbón fuera rey y a cambio les ofrecía que la masonería española pudiera aceptar mujeres, la primera de las cuales sería su hija Carmen, la reina de España. ¿Podía alguien creerse eso? Desde la perspectiva de hoy parece imposible, pero…
San Martín firmó el visto bueno del informe, se lo pasó a Carrero Blanco y este al general Franco, que sí se lo creyó, un ejemplo de la poca estima en la que tenía a su yerno. El informe sirvió para que el dictador tomara de inmediato la decisión de que Alfonso y su nieta nunca serían reyes de España, poniendo punto final a las conspiraciones urdidas.
Tras la llegada al trono de su primo Juan Carlos, Alfonso de Borbón reprocharía a su mujer que su abuelo no le había ayudado a alterar la línea sucesoria, algo que a Carmen no le importó demasiado. Terminaría separándose, alegando que nunca estuvo enamorada.