THE OBJECTIVE
Vidas cruzadas

Gabriel Tortella: "Un felón de la categoría de Sánchez no se conocía desde Fernando VII"

El especialista en historia económica habla con David Mejía sobre su trayectoria y su pesimista visión de la España actual

Gabriel Tortella (Barcelona, 1936) es Doctor en Economía por la Universidad de Wisconsin y actualmente catedrático emérito en la Universidad de Alcalá de Henares. Es especialista en historia económica y autor de importantes obras, entre las que destacan El desarrollo de la España contemporánea historia económica de los siglos XIX y XX (Alianza), La revolución del siglo XX (Taurus) y Capitalismo y revolución (Gadir).

PREGUNTA.- Naciste en Barcelona en plena guerra civil.

RESPUESTA.- Sí, el 24 de noviembre del año 1936. Mi madre, como todas las madres, se preocupaba muchísimo de mí. Cuando veía que venían los aviones, no sabía dónde meterse. Se metía en el sitio más resguardado conmigo porque tenía miedo de que me mataran o que se cayera la casa. Y eso también es una cosa que me transmitió mucho mi madre: los sustos que había pasado con la guerra.

P.- ¿Qué memoria familiar tienes de la guerra?

R.- Mis padres eran ambos universitarios. Mi padre era licenciado en Derecho y mi madre era licenciada en Filosofía y Letras. En mi casa se hablaba mucho de literatura, historia y política. Además, nuestros amigos tanto en Barcelona como en Madrid eran gente universitaria, la mayoría de izquierdas, aunque también había algunos de derechas e incluso algunos franquistas con los que mi padre se llevaba bien, a pesar de las discusiones ocasionales. Mi padrino era el padre de los Rubert de Ventós. Eran varios hermanos, uno de ellos abogado en Barcelona y otro, un escritor, Xavier, que fue bastante conocido como filósofo, discípulo de Aranguren. Su padre fue mi padrino porque era muy amigo de mis padres.

P.- ¿En tu casa hablabais en castellano?

R.- Entiendo que hablamos en castellano porque mi madre era castellana, madrileña. Pero mi padre conversaba en catalán con todos sus amigos y, como siempre he dicho, no había ningún problema. La gente alternaba entre el catalán y el castellano. Por ejemplo, mi madre no hablaba catalán, pero lo entendía perfectamente. No era un problema en absoluto. A veces se hablaba en catalán, pero por cortesía, cuando se dirigían a ella, hablaban en castellano. Era algo que me agradaba; me gustaba escuchar las expresiones de ambos idiomas. Nunca fue un problema; estos problemas con el bilingüismo en Cataluña son algo que han creado ciertas personas. Mi padre, un hombre notable en muchos aspectos, componía versos en catalán y castellano. Además, tocaba el piano y a veces componía canciones en catalán y en castellano, y las interpretaba. Para nosotros, los dos idiomas eran prácticamente iguales. No teníamos problemas. Luego nos mudamos a Madrid, alrededor del año 1945.

P.- ¿Cómo recuerdas España en los años 40?

R.- Era un país muy pobre. Es una experiencia que me marcó. Los burros y los caballos en las calles eran algo normal. Las calles estaban llenas de estiércol. Con el desarrollo económico en los últimos años de la década de 1950 y principios de los años 60, eso desapareció por completo y los automóviles reemplazaron a los animales. Recuerdo que en Barcelona, el camión de la basura era un carro de verdad, un carro verde tirado por dos caballos que recogía la basura.

P.- ¿Hasta qué punto tu interés por la historia económica responde de estas experiencias personales?  

R.- Tiene muchísimo que ver. Hasta los años 50, todavía podías ver ocasionalmente un burro tirando de un carrito por la calle, pero ya eran menos comunes. La transformación fue imperceptible, sobre todo a partir de los años 50 y en consonancia con los acuerdos hispano-norteamericanos. En ese momento, yo estaba comenzando la universidad. Me di cuenta de los problemas sociales y entendí que había cambios significativos. Mis padres eran francófilos: hablaban francés y consideraban que visitar París era lo mejor que se podía hacer. Solían decir que Francia era diferente. Existía un contraste entre España, que ellos percibían como atrasada.

P.- ¿La dictadura también te despertaba preguntas?

R.- Sí, yo intentaba entender por qué teníamos una dictadura en lugar de una república como Francia. Esa fue una de mis primeras preguntas: ¿por qué estábamos en esta situación? Desde joven, me consideraba demócrata y entendía perfectamente el concepto de democracia, donde la gente vota y elige a sus gobernantes. Estos eran los tipos de preguntas que me hacía y que me llevaron a interesarme por la historia. Durante la escuela secundaria, tuve la suerte de estudiar en El Estudio, un colegio extraordinario dirigido por Jimena Menéndez-Pidal, hija de don Ramón. Tengo algunas fotos del acto de Navidad en mi colegio, donde don Ramón aparece en público con su característica barba. Cuando terminé la escuela secundaria y fui a la universidad, sentí que era un paso hacia abajo en términos de calidad educativa. Mis profesores en la escuela eran mucho mejores, pero en la universidad tuve compañeros muy inteligentes, y eso fue lo que más me enriqueció. Tuve algunos profesores muy buenos. Uno de ellos, Francisco Javier Conde, enseñaba Derecho político. Era un gran profesor y orador, muy culto, y solía hablar de Maquiavelo y Hobbes. Otra influencia fue el profesor José María Naharro, que explicaba Teoría Económica. Él me llevó a interesarme en la economía, la teoría económica me pareció una forma racional de comprender el comportamiento humano.

P.- Esto va acompañado de un proceso de politización.

R.- Sí, así es. Éramos un grupo de amigos entre los que estaba Víctor Pradera, hermano de Javier Pradera. Javier era comunista, mientras que Víctor era socialista. Yo me incliné un poco hacia el socialismo. Muchas veces lo menciono o lo escribo: si no fuera por la idea de la dictadura del proletariado, habría sido comunista. Ahora estoy trabajando en un libro para explicar una de las paradojas que siempre me pareció intrigante: ¿cómo es que el comunismo, que en teoría defiende a los pobres y desfavorecidos, se convirtió en una dictadura despiadada, incluso peor que el franquismo? Voy a dar un curso de conferencias sobre las grandes revoluciones, donde intentaré explicar esta paradoja. Stalin y Mao son dos ejemplos de grandes monstruos del siglo XX en este sentido. Por un lado, promovían la idea del comunismo como una ciencia humanitaria que defendía a los más necesitados, pero, por otro lado, ambos causaron más muertes de las que pretendían evitar.

P.- ¿Cuál es la tesis del libro?

R.- La culpa la tiene Lenin. Es un poco complicado. En resumen, existen dos tipos de revoluciones: la revolución burguesa y la revolución proletaria. En la revolución burguesa, como en el caso de Inglaterra y Francia, se establece un sistema parlamentario en el que solo los propietarios tienen derecho a voto. En comparación con el Antiguo Régimen, esto representaba una mejora, pero dejaba a los proletarios, que sufrían la mayor parte del trabajo y la miseria, fuera del sistema. Durante el siglo XIX, los proletarios lucharon por formar sindicatos y mejorar sus condiciones de vida mediante huelgas y otras acciones. A pesar de las dificultades y las manifestaciones reprimidas violentamente, a fines del siglo XIX, los sindicatos tenían peso en países como Inglaterra, Francia y Alemania, y el nivel de vida de la clase trabajadora mejoraba. Surgieron partidos socialistas revolucionarios que argumentaban que no era necesaria una revolución, sino simplemente extender el sufragio para darle voz a los trabajadores, a los obreros, a la gente pobre, y tenerlos representados en el Parlamento. En Inglaterra, por ejemplo, surgieron los fabianos, liderados por Bernard Shaw y otros intelectuales, quienes promovían una reforma pacífica en lugar de una revolución violenta. Dicen que Lenin se puso enfermo cuando se enteró de que existía esta teoría entre los entre los socialistas ingleses. Y en Alemania también hubo un discípulo de Engels, Eduard Bernstein, que dijo lo mismo. Visitó Inglaterra y dijo: «No hace falta una revolución. El nivel de vida de los trabajadores ha mejorado y puede seguir mejorando». Lenin quedó profundamente disgustado cuando se enteró de esto, porque él ansiaba una revolución violenta. Luego, hacia la Primera Guerra Mundial, comenzó la extensión del sufragio universal en muchos de estos países.

P.- Y Lenin se escandalizó al darse cuenta de que emergía un socialismo reformista, no revolucionario.

R.- Exactamente. Algunos incluso argumentan que había quienes ansiaban la aventura de la violencia. Y eso fue lo que Lenin hizo en Rusia. La verdadera revolución rusa fue la Revolución de Febrero, cuando cayó el zar. Sin embargo, durante los meses que van desde febrero hasta octubre-noviembre, hubo un caos político en el país. Había políticos decentes, partidos de centro, derecha e izquierda que no eran comunistas. Pero los bolcheviques, preocupados por el hecho de que si los alemanes llegaban a Petrogrado, su revolución fracasaría, aprovecharon la oportunidad. Lenin tenía prisa por tomar el poder y, si lo hacían antes, podrían negociar con los alemanes en lugar de rendirse. Además, se sabe que Lenin era un agente alemán.

Víctor Ubiña

P.- Claro, el tren lo puso Alemania.

R.- Sí, Alemania le proporcionó fondos. Cuando se agotó el dinero, siguieron pagándole en Petrogrado. Se dice que una empresa alemana importante en Rusia contribuía al lavado de dinero y financiaba a Lenin. Así que Lenin veía que rendirse ante Alemania y detener la guerra era lo mejor. Logró convencer a los bolcheviques, a pesar de las dudas, porque en Rusia había una fuerte corriente patriótica que no quería rendirse ante los alemanes. El rendirse significaría perder gran parte de la Rusia occidental. Pero la Revolución Rusa no fue realmente una revolución: fue un golpe de Estado. Lenin y su grupo, los bolcheviques, se encontraron con un gobierno sin una base sólida y rodeados de opositores. Así que montaron el terror, incluyendo la Cheka.

P.- ¿Por qué los regímenes comunistas tienden a convertirse en regímenes asesinos?

R.- Recuerdo lo que solían decir los amigos comunistas de mis padres: «El socialismo es la rueda de repuesto del capitalismo.» Esta idea persistió durante mucho tiempo, no solo en España sino en muchos países. Se creía que lo que ocurría en Rusia era, realmente, lo que decían que era.

P.- Llegaste a Estados Unidos en 1963. ¿Cómo era ser socialista en Estados Unidos en la década de 1960?

R.- Bueno, en realidad, entre los estudiantes no era una cosa tan rara. Más bien al contrario. Además, poco después de mi llegada, comenzó la controversia en torno a la guerra de Vietnam, lo que radicalizó a muchos estudiantes norteamericanos. Recuerdo haber asistido a algunas manifestaciones y protestas estudiantiles en aquel entonces. Me identificaba plenamente con los participantes. En ese momento, creía en las ideas de Marx. Aún mantengo un gran respeto por Marx, ya que considero que fue un pensador excepcional. No obstante, con el tiempo, comencé a ver sus errores. Siempre tuve ciertas reservas en cuanto a la noción de la dictadura del proletariado, que consideraba como una línea que no debía cruzarse.

P.- ¿Cuáles son las tesis más destacadas que has extraído de tus investigaciones en historia económica?

R.- En mi pasado como marxista, solía creer que los monopolios eran benéficos y que el mercado era perjudicial. Sin embargo, investigando descubrí que era todo lo contrario. Soy una persona racional, y si se me demuestra algo de manera convincente, estoy dispuesto a cambiar de opinión. Aquí es donde la evidencia juega un papel crucial. Recuerdo haber realizado un trabajo del que me siento bastante orgulloso sobre la introducción de la dinamita en España y el papel desempeñado por Nobel y su monopolio. Fue evidente que el monopolio tenía un impacto negativo al elevar los precios y generar beneficios excesivos. También me di cuenta de que, a lo largo de la historia española, el crecimiento económico se aceleraba en periodos de liberalización comercial, lo que se respaldaba con estudios cuantitativos sólidos. Por ejemplo, el Plan de Estabilización de 1959 fue beneficioso, pero el arancel de Figuerola de 1869 también, a pesar de las convulsiones políticas que conllevó.

P.- ¿Cuáles son las peores decisiones económicas tomadas en la historia contemporánea de España?

R.- Una buena pregunta. Desde luego, las subidas de los aranceles nunca han sido buenas. Siempre han producido contracciones. En 1889-1890, Cánovas impuso aranceles extremadamente altos, particularmente en productos como trigo y textiles, con la intención de proteger la producción nacional. En mi opinión, esto fue un gran error por parte de Cánovas. La única justificación podría ser que la transición hacia una liberalización completa sería demasiado rápida y podría conducir a un desempleo significativo y tensiones sociales. S había creado una industria textil, sobre todo en Cataluña, fuerte. Si bajaba los aranceles, los textiles, no sólo británicos, sino también holandeses y franceses, competirían y hundirían los precios. Sin embargo, la subida de los aranceles fue tan drástica que tuvo un impacto negativo en la economía. Cánovas, a quien no considero un político antipático, cometió un error al imponer aranceles elevados al trigo, lo que resultó en hambruna. Durante los años 90, España experimentó escasez de alimentos debido a estas políticas proteccionistas. Esto se debió en parte a que España no es propicia para el cultivo de cereales debido a sus condiciones climáticas, con una gran cantidad de terrenos secos y rocosos. El trigo español tenía un rendimiento mucho menor que el trigo francés, y las zonas de regadío eran limitadas y se destinaban a otros usos.

P.- ¿Eres pesimista respecto al futuro de Cataluña?

R.- Sí, soy muy pesimista cuando resulta que tienes un gobierno que en lugar de aliarse con el otro partido constitucionalista se alía con los separatistas. Es una cosa realmente intolerable y no tiene perdón de Dios. No tiene sentido ninguno.

P.- Como historiador ¿te duele ver que el relato del nacionalismo se está consolidando como relato oficial?

R.- Me duele muchísimo porque es mentira. Por ejemplo, nos presentan la guerra de Sucesión española como una guerra entre catalanes y castellanos. Y esto es absolutamente falso. Había muchos partidarios de Felipe V en la Corona de Aragón y viceversa. Lérida prácticamente siempre estuvo del lado francés. Por otro lado, se habla de quea partir de ese momento Cataluña está sometida a España y en una situación de colonización. Y sin embargo, lo que sucede es la incorporación de Cataluña a todo el comercio transatlántico, con el consiguiente enriquecimiento.

A Cataluña aquello le fue de cine. ¿Cómo me explicas que Cataluña, a finales del siglo XVIII, fuera la región más rica de España? Hay muchísimas maneras de medirlo, entre otras, las tasas matrimoniales. La gente en Cataluña se casaba antes porque era más rica. Creció demográficamente mucho más rápidamente que el resto de España. Les fue muy bien con Felipe V, a quien odian.

Víctor Ubiña

P.- Leímos hace unos días en este periódico que te habías juntado con otros intelectuales para impulsar una iniciativa precisamente motivada por el desengaño con este Partido Socialista.

R.- Es algo que hemos planteado durante este verano. Hemos hecho un manifiesto para explicar por qué nos llamamos la Tercera España. Este manifiesto ha tenido el apoyo de gente muy ilustre y muy apreciable, y eso nos ha dado mucho ánimo. Pero estamos todavía en embrión. La idea es clarísima: se ofrecerá a la gente de centroizquierda un partido que se comprometa a no hacer las barbaridades que está haciendo Pedro Sánchez, que ya lo hizo en su primer mandato y que en el segundo amenaza con algo que será legal, pero es ilegítimo. Han perdido las elecciones dos veces, lo cual significa que la que la sociedad española los rechaza. Si no han perdido más es porque los independentistas catalanes han votado por ellos. Les han votado no los socialistas, sino los independentistas. Esto no lo quieren entender. Esta es la ambición de un personaje que se ha apoderado del Partido Socialista y lo ha desvirtuado, lo ha convertido en una cosa rarísima. Soy muy pesimista porque este tío es capaz de retorcerlo todo y claro, se ha apoderado del Tribunal Constitucional.

P.- ¿Crees que habrá un referéndum de autodeterminación?

R.- No lo sé, porque el juego de Sánchez es engañar a todos los españoles, también a los separatistas. Si puede pasar esta amnistía, que es una monstruosidad, gobierna. Intentará hacer lo mismo que ha hecho en la pasada legislatura, que es tenerles entretenidos y decirles que sí, que sí, pero no hacer el referéndum. Del referéndum dirán que es consultivo. También era consultivo el Brexit. También puede darse que, hartos de las mentiras y de los enredos, le dejen de votar. Y si le dejan de votar, es posible que lo obliguen a acortar la legislatura. Y si hay otras elecciones, quién sabe lo que puede pasar. Un felón de la categoría de Sánchez no se conoce en España desde Fernando VII.

P.- ¿Te decepciona que dentro del Partido Socialista, a excepción de figuras que están al margen, no haya habido más resistencia?

R.- Eso es decepcionante, pero el Partido Socialista ya no es un partido ni nada por el estilo. No estoy seguro de cómo lo hizo, pero se ha convertido en algo que él controla completamente. Hace lo que quiere y ha colocado a personas en puestos clave que le deben su posición. Son mediocres y saben que, dado que están viviendo de esto, no tendrán una vida profesional después de la política. No les importa la integridad intelectual, son mediocres. Estoy seguro de que muchos de ellos no entienden lo que significa la separación de poderes. Lo que sí me asombra es la cantidad y calidad de los socialistas que se han posicionado en contra, como Guerra y Felipe González.

P.- ¿Votaste a Felipe González?

R.- Sí, una vez, en 1982. En ese momento, el país estaba en crisis debido a un intento de golpe de Estado y la UCD se estaba desmoronando. Así que pensé que el único partido serio era el Partido Socialista. Estaba entusiasmado con la idea de que vinieran los socialistas. Pero, a medida que pasó el tiempo, la política me desilusionó, sobre todo tras la Ley de Reforma Universitaria de Maravall, que petrificó la universidad.

P.- Terminamos con la pregunta habitual. ¿A quién te gustaría que invitáramos a Vidas cruzadas?

R.- Os recomiendo al físico José Adolfo de Azcárraga. Está ya jubilado, pero está muy involucrado en temas de educación.

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