La derecha madrileña hace muy bien reivindicando las fiestas del Orgullo Gay
El PP de Madrid no está en contra del Orgullo como algunos periodistas a sueldo sugieren
Hace unos días el alcalde de Madrid José Luis Martínez-Almeida fue preguntado por las polémicas del Orgullo y contestó de la siguiente manera: «La fachada de Cibeles, de 2.800 metros cuadrados, y la fuente de Cibeles van a reflejar la bandera del movimiento LGTBI, por tanto, el Orgullo se va a celebrar exactamente en las mismas condiciones en las que se ha venido celebrando desde que lo trajo José María Álvarez del Manzano a la ciudad de Madrid».
También destacó que la celebración del MADO (Madrid Orgullo) de 2023 contará «con la colaboración total y absoluta» del Ayuntamiento de la capital: «Nosotros siempre hemos defendido que es uno de los grandes eventos que se celebran al año en Madrid, que transmite una imagen de Madrid como una ciudad libre, abierta, tolerante y diversa, y por tanto que tiene el apoyo del Ayuntamiento». Finalizaba así el alcalde: «A todos aquellos que discuten si se cuelga o no se cuelga la bandera del movimiento LGTBI, con todos mis respetos hacia esa bandera, les diré que si ese es el problema que hay, entonces es que no hay ningún problema con el Orgullo en la ciudad de Madrid».
Las marchas del Orgullo Gay son eventos anuales que celebran la diversidad sexual tratando de dar visibilidad al colectivo de lesbianas, gays, bisexuales, transgénero, personas queer… (LGBTQ+). Estas festividades se llevan a cabo en diferentes ciudades de todo el mundo a finales del mes de junio. La historia de estas fiestas se remonta al año 1969, momento en el que ocurrieron los famosos disturbios de Stonewall en Nueva York, cuando en la madrugada del 28 de junio de 1969, el Stonewall Inn, un bar de gays, lesbianas, travestis y transexuales ubicado en el Greenwich Village de Nueva York, fue allanado por la policía.
Era una de tantas redadas que se hacían en este tipo de bares de la zona, sin embargo, esta vez, las personas presentes en el bar se resistieron y comenzaron a plantarle cara a las fuerzas del orden. Los enfrentamientos continuaron durante varios días, con manifestaciones y protestas en las calles cercanas.
Los disturbios marcaron un punto de inflexión en la lucha por los derechos de la comunidad LGBT y sirvieron como catalizador para la formación de organizaciones y grupos activistas que lucharon por la igualdad y la dignidad de las personas del colectivo, consolidando también el nacimiento de un genuino movimiento de liberación homosexual. Al año siguiente, por esas mismas fechas, se celebró en Nueva York la primera marcha del Orgullo Gay en conmemoración de los disturbios de Stonewall.
A partir de ese momento, las marchas del Orgullo Gay se expandieron a otras ciudades de Estados Unidos y del mundo. Estas celebraciones no solo conmemoran los logros alcanzados, sino que también son una forma de protesta pacífica para exigir igualdad, combatir la discriminación y fomentar la aceptación y el respeto hacia la diversidad.
En España la primera manifestación del Orgullo arrancó en el año 1977 en Barcelona, habiendo muerto ya el dictador y encaminándose el país hacia la senda democrática. Hoy día, Madrid —que celebró el Orgullo por primera vez en 1978 con casi 7.000 participantes— es la ciudad de España que encabeza una de las fiestas del Orgullo más importantes y multitudinarias de todo el mundo, siendo la quinta ciudad anfitriona del WorldPride de 2017, sucediendo a Roma (2000), Jerusalén (2006), Londres (2012) y Toronto (2014).
Sin embargo, a cierta derecha en España le apesta el Orgullo: los de la derechita punki porque creen que es una imposición globalista de un Occidente degenerado, los muy conservadores o santurrones porque creen que estos festejos subvierten los valores tradicionales. Luego están algunos —afortunadamente los menos— que directamente están intoxicados de homofobia. Poco se puede hacer con este último grupo. Ya reciben el merecido oprobio social.
Por otro lado, entre los liberales de centro derecha hay algo de confusión. Es entendible que muchos pasen olímpicamente del Orgullo por el tufillo ideológico que lleva aparejado, sin embargo, en mi modesta opinión es un tremendo error, igual que es un error que los partidos de izquierdas se avergüencen de la bandera de España por entender que puede evocar reminiscencias franquistas.
Los liberales creen en la libertad individual, en el pluralismo y en la diversidad; en el derecho de todas las personas a amar y establecer relaciones de cualquier tipo sin ser juzgadas o discriminadas. Reivindicar el orgullo gay es una muestra de apoyo a aquellas personas que en el pasado han enfrentado discriminación y persecución. Es cierto que las cosas han cambiado mucho en estos años.
Además, España es uno de los países menos homófobos del mundo, y aún con esto, nuestra izquierda patria abusa de una cuestión que no supone en el presente un grave problema, y, machaconamente, trata de fomentar identitarismos victimistas con dos objetivos: el más claro el de instrumentalizar el voto. El segundo, el de crear diversos tingladillos y colectivos con aspiración chiringuitera regados con dinero público en los que colocarse. Ambos objetivos son rechazables. Pero a veces es complicado discernir sí detrás de estas dos máscaras subyacen espurios intereses o sanos deseos de erigir un mundo más tolerante, empeño —este último—que siempre es bienvenido y deseable en una sociedad abierta.
Muchos creemos en las sociedades abiertas y en las democracias liberales, por lo que hacer bandera del Orgullo no debería atormentarnos, de hecho, es algo que molesta abiertamente a las teocracias islamistas y a autocracias antioccidentales como Rusia. El problema lo tienen ellos, no nosotros. Las cuestiones morales no se deben imponer a la fuerza. Y que nadie se lleve a confusión, que un ayuntamiento ampare las fiestas del orgullo gay no es una manera de imponerle nada a nadie. Cada uno es muy libre de celebrar lo que le venga en gana.
Es bueno que en Madrid existan estos festejos, igual que es bueno que haya procesiones en Semana Santa, o que se hayan celebrado eventos como la capitalidad cultural europea en 1992 o la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ) en 2011. Madrid es una capital abierta, de acogida, que recibe a todo el mundo con los brazos abiertos; y ésta debe seguir siendo nuestra seña si queremos ser el motor de España.
A un servidor no le molesta que la bandera del arcoíris se luzca en los espacios públicos, como quiere hacer el alcalde de Madrid proyectándola en la fachada del Ayuntamiento y en la fuente de Cibeles. Entiendo perfectamente que los populares no quieran poner una bandera de tela que no sea oficial en un balcón de un edificio público porque contraviene la ley, pero sí se pueden buscar subterfugios legales como usar proyecciones o pancartas. El Partido Popular de Madrid no está en contra del Orgullo como algunos periodistas a sueldo sugieren; es más, fue con José María Álvarez del Manzano y con nuestra querida Alaska cuando despegaron tanto el prestigio como la participación de estos eventos. De una simple manifestación se pasó a un desfile.
¿Cómo? ¿La derecha promoviendo el Orgullo y marcando un hito dentro de la historia del colectivo gay? Exacto, corría el año 1996, gobernaban los populares, la revista Shangay tuvo la idea de alquilar un camión introduciendo lo que sería la primera carroza de la marcha. Y al año siguiente la cantante Alaska, sentada en un trono rodeada de varios chulos, animó el desfile en lo alto de una carroza invitada por Alfonso Llopart, cofundador y director de la revista. Ese año hubo hasta ocho carrozas y seguía gobernando Álvarez del Manzano (lo hizo hasta 2003 y la derecha siguió tutelando la Villa y Corte hasta el año 2015.
El himno A quién le importa se convertiría en una especie de himno oficial. En los años noventa, los de la post movida madrileña, la izquierda todavía no había patrimonializado este tipo de cuestiones sexuales e identitarias. Lo cierto es que desde 1996-1997, gracias al éxito organizativo, empezaron a acudir a la capital de España gentes de todos los rincones de la Península y de Europa en los años posteriores, dejando mucho dinero en la capital.
La diversidad sexual no entiende de ideologías, las trasvasa. Por eso el Orgullo Gay no es patrimonio de nadie. Ni la derecha se tiene que avergonzar ni la izquierda tiene derecho a hacerle reproches a aquella derecha que quiera participar de la celebración, algo que ocurrió durante el infortunado pregón de 2022, cuando la drag queen conocida como La Plexy inició el cántico de «Almeida capullo, devuélveme el orgullo», un cántico injusto y sectario, pues fue el mismo consistorio municipal de la capital quien patrocinó la celebración. El Orgullo es de todos y algunas de sus señas son (o deberían ser) la inclusividad, el amor, el respeto y la tolerancia. Celébrese.