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José Luis Rodríguez Zapatero: el forofo del PSOE

El expresidente es el espejo donde se mira Pedro Sánchez hasta el extremo de que no se sabe a veces quién es quién

José Luis Rodríguez Zapatero: el forofo del PSOE

José Luis Rodríguez Zapatero.

Desde hace un tiempo se quitó la camiseta de expresidente del Gobierno, salió de ese jarrón chino inútil que decía Felipe González que se convierten los exmandatarios y saltó al campo de juego, casi exaltado y vehemente, defendiendo incluso más que el propio Pedro Sánchez sus políticas. Es José Luis Rodríguez Zapatero (Valladolid, 1960) el espejo donde se mira el actual inquilino de La Moncloa hasta el extremo que no se sabe a veces quién es quién. Si habla el primero o el segundo; si hay una simbiosis devorándose uno al otro o si todo ello forma parte de un guión teatral en el que discurre la política enfangada de un signo o de otro, con minúsculas, de España.

En sus ratos libres está entretenido con su discutible papel mediador en la crisis de Venezuela. La oposición caraqueña le acusa de tomar partido por el presidente Nicolás Maduro y mantener excelentes relaciones con la polémica vicepresidenta Delcy Rodríguez, que como él forma parte del Grupo de Puebla, reunido esta semana en Santa Cruz de la Sierra (Bolivia). El grupo es un foro de exgobernantes, políticos y académicos de izquierda principalmente latinoamericanos. El nombre de Delcy Rodríguez ha saltado de nuevo a la actualidad con el caso Koldo y las más de 70 enormes maletas precintadas que la vicepresidenta metió en Barajas por valija diplomática, en enero de 2020, sin control de seguridad alguno con el visto bueno presuntamente del entonces ministro de Transportes, José Luis Ábalos, que pueden estar ligadas a la quiebra de la compañía aérea Air Europa y pagos pendientes de las autoridades venezolanas.

Zapatero –popularmente conocido como ZP (Zapatero Presidente), abogado de formación– sostiene tener una ideología: se autodefine como un demócrata social, con especial atención a los derechos civiles, pero muchas veces en sus explicaciones se pierde en largas subordinadas y quien le escucha no comprende nada o piensa que el dirigente socialista divaga tanto que al final se complica en sus propios pensamientos, arqueando las cejas, moviendo sus largas manos y poniendo rostro de excitado telepredicador. 

Eso debió suceder a los simpatizantes que se reunieron días antes de las pasadas elecciones generales de julio en un hotel de Donostia. Fue uno de los discursos más surrealistas que se le recuerdan hasta el punto que algunos de los asistentes sospecharon que iba un poco achispado. Se empeñó en hablar del Universo y de su infinitud: «El infinito es el infinito: el Universo es infinito muy probablemente. No cabe en nuestra cabeza imaginarnos cómo es el infinito (…) Y ahora viene esa derecha derechizada…». Toda esa hipérbole expresada en un tono casi místico la empleó para criticar a la derecha en general por no tener sensibilidad sobre el cambio climático.

O en los recientes comicios de Galicia, que significaron una fuerte derrota para su partido. En otro mitin de campaña, relajado y sonriente y tras anunciar que «después, me voy a levantar un pulpo a feira», se mofó del líder del PP, Alberto Núñez Feijóo, al que acusó de ir a «chivarse» a Bruselas sobre los líos de la amnistía, que este jueves ha sido aprobada en el Congreso de los Diputados con el voto de los grupos que respaldan la actual coalición PSOE-Sumar.

Es otra parte relativamente desconocida de su personalidad la que ofrece últimamente ZP. Cree a pies juntillas todo lo que dice y hace Sánchez. Y eso que no le apoyó cuando optó por segunda vez a la secretaría general del PSOE y prefirió a Susana Díaz. Poco le falta afirmar que lo considera como el mejor presidente de la democracia y que él será siempre un leal servidor suyo. Repite el mismo argumentario de Moncloa sobre la crisis catalana y las bondades que va a suponer la aplicación de la conflictiva ley de amnistía para la reconciliación y convivencia. Minimiza los cambios de postura al respecto de Sánchez, porque, justifica, de lo que se trata es de gobernar y buscar acuerdos con grupos que no son afines. «Eso es la democracia», le dijo con una mirada agitada pero a la vez satisfecha al periodista Jordi Evole el pasado domingo en La Sexta. Él es optimista por naturaleza.

Piensa que de la derecha no hay que esperar mucho. Se considera un político que ante todo cree y defiende la democracia y que aboga por el diálogo y el consenso. En cierto modo es verdad esto último a diferencia de su colega Sánchez, más inclinado al sólo sí es sí, y a la postre al orden y mando. Cuando estaba en la oposición luchó y logró persuadir al entonces presidente, José María Aznar, para suscribir un pacto antiterrorista. De poco sirvió –y no por culpa de él– como se demostró con los ataques que se lanzaron al alimón PP y PSOE en las negociaciones con ETA y antes de que la banda armada anunciara el fin de su actividad en octubre de 2011.

Llama la atención que sobre el final de la organización terrorista se quiera poner todas las medallas y no mencionar igualmente a todos aquellos que lucharon, a veces con su propia vida, en la derrota etarra. Lo dijo en el paseillo de entrevistas que hizo antes de los comicios del pasado verano, así como al periodista Évole. Sí, dijo con contundencia y altivez, con mi Gobierno la banda anunció el punto y final de la lucha armada.

«Zapatero debe ser consciente que uno de sus fallos fue no haber sabido afrontar el serio problema de la territorialidad abriendo cauce a más y más exigencias autonómicas»

ZP llegó al poder en circunstancias bien dramáticas días antes de los sangrientos atentados que causaron en marzo de 2004 en Madrid 192 muertos a manos yihadistas. Ganó limpiamente los comicios. Seguramente la tragedia influyó en la decisión de muchos ciudadanos que no tenían pensado ir a votar y que consideraron que el Gobierno de José María Aznar les mintió apuntando al principio la autoría en ETA. Zapatero piensa ahora que el entonces presidente se equivocó gestionando mal la situación, ni siquiera convocando el Pacto Antiterrorista, y sobre todo enviando antes tropas a Irak. Seguramente, las consecuencias de la matanza propiciaron la polarización que hoy sufre España y en ello tanto PP como PSOE son responsables por acentuarla. Veinte años después continúan con sus ataques recíprocos.

Mala relación con la Administración Bush

Lo primero que hizo el nuevo presidente socialista fue ordenar la retirada de los soldados españoles con gran bronca de la Administración de George W. Bush. Todo ello causó el enfriamiento de las relaciones diplomáticas entre los dos Gobiernos. Bush nunca perdonó la decisión española, decisión que en la sede de la OTAN causó cierto desconcierto por su precipitación; y menos aún que Zapatero, cuando era líder de la oposición, no se levantara un año antes al paso de la bandera estadounidense en el desfile del 12 de octubre. ZP se ha defendido explicando que el gesto no fue un desprecio a Estados Unidos, sino una protesta al anunciarse por megafonía la marcha de una representación de ejércitos de todos los países que integraban la coalición militar en Irak. Le explicó a Bush cuando llegó a Moncloa que era su obligación el ordenar el regreso de los soldados pues formaba parte de su mandato electoral. No le valió de nada.

Hay que recordar que el peso de España en la diplomacia internacional durante los dos mandatos de él (2004-2011) decreció pese a que Moncloa trató de acercarse a Alemania y Francia. Pero tuvo siempre ese grano incurable que representó la mala química existente entre la Casa Blanca y Moncloa en comparación las buenas relaciones mantenidas por Bush con Aznar. Nunca como hasta entonces se recriminó con dureza que un jefe de Gobierno español no supiera idiomas. Pero González y Aznar se servían de intérpretes al igual que él y luego Mariano Rajoy.

Con la perspectiva del tiempo, justo es afirmar que los siete años de ZP produjeron leyes notables como la del matrimonio homosexual –España se convirtió en el tercer país del mundo en aprobar esa norma–, la de dependencia aunque sin presupuesto o la de violencia e igualdad de género o incluso la ley antitabaco. Más discutibles para algunos fueron la de la reforma del aborto o de memoria histórica. Y mucho más cuestionable fue la catarata de nuevos estatutos de autonomía, empezando por el catalán, que en aquel momento ninguna comunidad autónoma lo reclamaba. Zapatero debe ser consciente que uno de sus fallos fue no haber sabido afrontar el serio problema de la territorialidad abriendo cauce a más y más exigencias autonómicas y no haber percibido –o seguramente no haber querido anunciar– el impacto de la grave crisis económica mundial, que sumergió la economía nacional en la recesión. Todo ello condujo a suspender muchas de sus medidas sociales y a no presentarse a la reelección y pasar el relevo a Alfredo Pérez Rubalcaba.

ZP no quiere oír hablar de que Moncloa piense en él como posible candidato socialista a la presidencia de la Comunidad de Madrid o a la alcaldía de la capital, pero en el fondo no le desagradaría. Además, derrotar a Isabel Díaz Ayuso sería un sueño para él y para su hermano gemelo, el actual residente monclovita. O incluso reemplazar a éste en el futuro. ¿Si ha vuelto Lula en Brasil, por qué no yo?, debe pensar cuando con unos ojos de desvarío y las cejas muy arqueadas se pregunta si el infinito verdaderamente lo es o simplemente creemos que lo es. Porque como le confesó a su esposa Sonsoles al instalarse en la residencia oficial en abril de 2004: «Si nosotros hemos llegado hasta aquí, eso quiere decir que cualquier español lo puede hacer».

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