Felipe González: «Pedro Sánchez no tiene un proyecto nacional»
Primera parte de la entrevista de Juan Luis Cebrián con el expresidente del Gobierno en la sede de THE OBJECTIVE
A continuación se recoge la transcripción de la primera parte de la entrevista que Juan Luis Cebrián ha mantenido con Felipe González (Sevilla, 1942) en los estudios de THE OBJECTIVE. Se trata del primer capítulo del programa ‘Conversaciones con Cebrián’, que el exdirector de ‘El País’ y expresidente del Grupo Prisa va a presentar durante los próximos meses y al que está previsto que acudan importantes figuras de los ámbitos político, económico, social, cultural y deportivo. El programa se emitirá el primer domingo de cada mes.
PREGUNTA. – Presidente, recuerdo una frase que hizo fortuna: «Que España funcione». ¿Era ese el cambio en la Transición?
RESPUESTA. – Desde luego, una parte del cambio era que España funcionase. Así lo resumimos.
P. – Fue una frase famosa.
R. – Eso es. Había otro tema que era muy claro e inesperado, como los Pactos de la Moncloa, un buen entrenamiento para negociar la Constitución. Fue poner de acuerdo las históricas dos Españas para que hubiera una España para todos. Había un propósito de reconciliación clarísimo en el que debo decir que Carrillo iba por delante de todos. Ese propósito cuajó en la negociación de los Pactos de la Moncloa y creó no solo un ambiente, sino una manera de hacer las cosas y de aproximarse, lo que nos permitió después entrar en el debate para pactar la Constitución. Es la primera fruto de un pacto desde 1812 y la primera que ha funcionado sobre la base de ese pacto. Alguno dice que la de la Restauración fue más duradera pero no es verdad.
P. – Me hablas de Carrillo. En el año 1956, fracasada la huelga nacional revolucionaria, Carrillo empezó a lanzar la idea de la reconciliación nacional. Fue un personaje fundamental y, de hecho, muy activo en el apoyo a la monarquía, anteponiendo libertad y democracia a la forma de gobierno.
R. – Es muy característico no solo el caso de Carrillo, sino del Partido Comunista. Hay un paso previo en los años 60, cuando se produce la irrupción de Claudín y de Semprún, que hacen un magnífico análisis completamente distanciado del que veía el Partido Comunista en el exilio, con la huelga general revolucionaria. Carrillo procede exactamente como sabía hacerlo: primero expulsa a Claudín y a Semprún y después se hace con su informe. De ahí arranca la transformación del Partido Comunista, claramente. Lo que había que hacer era ser eurocomunista, para entendernos. Y él fue absolutamente proactivo porque, en realidad, cuando empezamos los Pactos de la Moncloa, Carrillo estaba dispuesto a firmar lo que le pusieran. Fue mucho más comprensivo que los demás porque le interesaba algo completamente distinto.
P. – Tú hiciste algo muy notable, y es que en el primer Congreso del Partido Socialista que se celebró en la legalidad, renunciaste al marxismo y tuviste que abandonar la Secretaría General.
R. – Sí, claro. En el primer Congreso legal del partido en 1979, fue cuando se planteó el tema del marxismo, algo bien curioso porque hubo una acumulación ideológica que trataba de expresarse. Las reservas que procedían del antifranquismo y que se expresaron en ese Congreso que yo perdí estrepitosamente. La resolución política del mismo no es que reclamara la denominación marxista del partido, pero iba en esa dirección. Cuando la gente llegó a la conclusión de que yo había perdido y no podía ser el secretario general que aplicara una resolución con la que no estaba de acuerdo, nadie lo entendió. Ya me pasó antes con Llopis cuando perdió el Congreso y aceptó la Secretaría General. Tuve un encuentro con él y le pregunté: «¿Cómo es posible después que tú hayas perdido todas las resoluciones políticas?» Él me contestó: «He perdido el Congreso, pero me han nombrado sumo sacerdote para interpretarlo».
A mí no me pareció que eso fuera de recibo, por lo que en en mi caso, de buena fe, dije: «Hemos perdido, que se hagan cargo los que han ganado». Pero la gente no quería eso sino imponer una especie de coraza ideológica que reivindicara su sufrimiento y su lucha de muchos años, pero que yo hiciera la política. Entonces, en lugar de que el Congreso cambiara de dirección, crearon una comisión gestora para que cambiara la resolución política. Ese fue el trauma, aunque más que un trauma fue un baño de realidad que ya veníamos practicando porque lo que estábamos haciendo era pactar la Constitución. Algo que parecía era insatisfactorio para la gente que vivía, digamos, envuelta en la historia de la dictadura. Se creó una situación bastante traumática para el partido. Yo entonces hice dos cosas. Primero, repartí por muchísimas agrupaciones El capital, porque ya que eran marxistas, por lo menos que lo leyeran. Y segundo, como me parecía que era absolutamente imposible que se lo leyeran, también les mandé la obra magna de Marx, la correspondencia con su hija.
P. – Llegaste al poder después de un intento de golpe de Estado y a mí me impresionó que tu primer acto como presidente del Gobierno fuera acudir a una misa celebrada nada menos que en la División Acorazada. Supongo que lo hiciste premeditadamente.
R. – Absolutamente. ETA, en el momento de la Transición, había asesinado al general que dirigía la División y yo me metí en los actos que hubo en su memoria. Fueron momentos de tensión porque los asistentes se arrodillaban peroyo me quedaba de pie y entonces ellos no sabían si ponerse de pie, de rodillas… Fue un momento muy especial y yo lo hice queriendo. Era la primera vez en la historia que un jefe de Gobierno visitaba la División Acorazada. Nadie había hecho eso, ni siquiera cuando era presidente del Gobierno el sustituto de Franco. La verdad es que fue muy tenso a la par que emotivo pues como digo acababan de asesinar al jefe de la División. Y sí, fue premeditado, claramente premeditado, claramente decidido y con sentido de reconciliación. Eso, y el primer homenaje que se hizo a los caídos con los militares que quedaban de la República y los jefes del Estado Mayor. Todavía recuerdo las lágrimas de unos y de otros mirándose frente a frente. Entonces claro, dices tú «¿qué impacto tiene esto en las generaciones posteriores?». Habría que saber de qué generación estamos hablando. Si es de la que está en el poder hoy, sí, se lo tienen que mirar. Recuerdo a este respecto lo que dijo Miguel Aguilar en su propio matrimonio: «Nosotros hemos optado por ser hijos de la democracia y no nietos de la Guerra Civil».
P. – A día de hoy, veo al Partido Socialista completamente desorientado, o sea, no sé qué proyecto político tiene. Sin embargo, la derecha sí parece tener un proyecto, no muy definido, pero sí más armado socialmente.
R. – El proyecto autónomo del Partido Socialista ha dejado de existir. Sánchez no estuvo interesado en que un candidato que dependía de él y de su nombramiento, como Besteiro en Galicia, ganara, ni creo que pretenda eso de ser alternativa en el País Vasco cuando llegan las elecciones. Ese interés es absolutamente secundario. Por tanto, no hay un proyecto para que el partido represente lo que representó durante mucho tiempo, que es una presencia en todo el territorio nacional. ¿Lo representa ahora? De ninguna manera. El PSOE ha renunciado a tener un proyecto nacional y el fracaso no es qué tipo de políticas haces, sino saber si haces una política como proyecto de país. Esto ahora mismo no es así.
¿Qué pasa por parte del PP? El único que tuvo un proyecto de estilo típicamente de derecha, con un ordeno y mando que refleja su carácter, fue Aznar. Aznar cambió los ejes, incluso de la política exterior. A él, la relación con Bonn-París le parecía menos importante que la relación con Londres o Washington. Por lo tanto, ahí se produjo un viraje, una fractura. Nosotros teníamos un enlace triangular y permanente con París y con Bonn que coordinaba los Consejos Europeos permanentemente y se ponía de acuerdo con Jacques Delors. Cuando salimos del gobierno eso se liquidó. Ni siquiera se nos preguntó si era útil o no, simplemente desapareció. Ahora, la construcción del proyecto del proyecto del PP se parece más a la Confederación Española de Derechas Autónomas (CEDA) que hubo durante la República. Muchas veces vemos, y a mí me duele porque no creo en eso, al dirigente del PP tratado complaciente o confrontacionalmente, según los casos, por los dirigentes autonómicos. Esto es un error básico, porque no se identifica cuál es el proyecto del país, salvo que el proyecto sea la Confederación Española de Derechas Autónomas.
CONTINUARÁ…
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