El francés Pierre de Coubertin, creador de los Juegos Olímpicos modernos, se opuso hasta su muerte a la participación de mujeres en los Juegos Olímpicos. En París 1900, la segunda edición de los Juegos modernos, la participación femenina se limitó exclusivamente al golf y al tenis. En total, fueron seis las mujeres que compitieron. No fue hasta Ámsterdam 1928 donde comenzó realmente la historia olímpica para las mujeres, con cerca de 300 deportistas, casi el 10% del total. Esta entrada masiva se dio ya que pudieron participar en el deporte rey: el atletismo. La presencia femenina fue normalizándose a partir de los Juegos de 1976 en Montreal. La primera mujer en ganar un oro fue Betty Robinson -una de esas heroínas olvidadas-, que logró la medalla dorada en atletismo en Ámsterdam 1928. Durante décadas, las mujeres han luchado por competir en las mismas disciplinas que los hombres. No fue hasta hace cuatro años, en Londres 2012, cuando el boxeo femenino entró en competición y las mujeres pudieron participar en los mismos deportes que sus compañeros masculinos. Históricamente, el deporte ha sido algo de hombres, que disfrutan con una presencia mediática mayor y de mejor calidad. Sin embargo, en Río 2016, se atisba un cambio también en ese aspecto: las cámaras ya buscan a las deportistas -algunas convertidas en ídolos-, no por su cuerpo, sino por sus hazañas.