«El independentismo anda dividido, y yo que lo celebro»
El independentismo atraviesa su momento más crítico. La aventura de Carles Puigdemont en tierras belgas puede alargarse hasta el olvido y el expresident fugado está nervioso.
La libertad de expresión funciona como el comodín en las cartas. En caso de necesidad, sirve para todo. Ahora para justificar la sonrojante operación de los indepes malcriados para boicotear la manifestación por las víctimas de los atentados de Barcelona. Por supuesto se trata de una falacia al llevar la cuestión a algo que nadie cuestiona, porque nadie discute el derecho a expresarse, sino el uso indigno de ese derecho, espurio y ventajista, para instrumentalizar un sentimiento colectivo adulterando la ceremonia cívica en memoria de las víctimas. Para tapar sus miserias, la ‘familia política’ de los ceporros indepes se ha apresurado a blanquear el aquelarre poniendo el foco en la libertad de expresión: “La libertad de expresión por encima de todo” dijo Puigdemont, y así uno tras otro, hasta Colau e Iglesias.
Desde que el nacionalismo catalán emprendió su huida hacia delante ha proporcionado sobradas muestras de su afán por interceder en el máximo número de eventos y espacios comunicativos, institucionales y sociales posibles. Las fuerzas políticas declaradas independentistas han acrecentado una constante politización de la vida civil catalana. Una politización, cabe decir, esencialmente orientada a alentar un debate binario al que van a morir la práctica totalidad de los asuntos públicos. Sin embargo, no es la ausencia de matices el componente más iliberal del ‘procés’ y su actual deriva.