El nombre de María Rosa Lida no dirá mucho a mucha gente en estos tiempos. Su nombre, y no digamos su obra, son pasto del olvido y el desconocimiento, tal vez a causa de la intrascendencia profunda en que hace años cayó todo lo relacionado con las letras hispánicas clásicas y con su estudio. La injusticia de ese olvido, de ese desconocimiento, es patente, y más en estos tiempos proclives a la tan justa como no siempre bien fundada reivindicación de las mujeres en todos los ámbitos de la vida: estamos hablando de una de las más grandes estudiosas de las letras medievales y clásicas españolas, de la autora de obras tan imprescindibles como perdurables, de una mujer que, curiosamente, jamás puso pie en España, o en Europa, de una mujer que murió muy joven. Sirvan estas líneas como homenaje y vindicación de una figura fundamental de la cultura hispánica del siglo XX.
Si se descartara la existencia de la familia perfecta y se decretara la universalidad de las familias disfuncionales la felicidad del mundo aumentaría: por fin nos liberaríamos del canon de perfección que nos amarga la vida.
En su viaje para epatar a la floreciente Norteamérica, Oscar Wilde pudo comprobar que él, jactancioso en el servicio de aduanas al especificar “no tengo nada que declarar salvo mi talento”, se iba a enfrentar a un mundo feroz, agreste y despiadadamente competitivo.
Las polémicas se suceden a tal ritmo que caen líderes, ídolos y referentes morales que todavía no sabía que existían. Así la actriz Asia Argento que, por si ustedes tampoco la conocen, parece ser una de las voces cantantes del #MeToo, que había denunciado públicamente que Harvey Weinstein abusó sexualmente de ella.
Muchas veces son los padres los que los animan o conminan al largo viaje. Otras veces se escapan ellos solos, algunos con seis y siete años, muchísimos con ocho, diez o doce, dispuestos a jugarse la vida por un poco de esperanza. Con frecuencia no llegan a ninguna parte.
Los terrores que asaltan al homo sapiens son muchos. La especie humana ha sobrevivido de milagro a todos ellos. Pero en el largo proceso ha quedado el recuerdo de grandes cataclismos.
Lo del robo periodismo no consiste en que un redactor le birle una noticia a otro, cosa harto común por otro lado. Es peor. Se trata de que un robot reemplace la labor de un humano.
En medio siglo se verá esta época de tanto consumo de carne con el mismo horror con el que hoy vemos la esclavitud
Cada verano nos revolvemos al comprobar que provocar incendios sigue siendo penalmente baratísimo.