A Mariano Rajoy le hemos señalado su parecido con Bartleby, con Oblomov y con Fabrizio del Dongo, aquel desorientado patricio de La Cartuja de Parma. Hemos hablado de su letal parsimonia, de su taoísmo innato, de su exasperante ambigüedad galaica, de esa ideología difusa que profesa y que siempre nos termina remitiendo a abstracciones como la normalidad, el sentido común o lo que importa la gente. Hasta le hemos comparado con un percebe, agarrado con más fuerza al poder cuanto más fuerte baten las olas. De él ya lo hemos dicho todo. Ya no queda una gracieta por inventarle.