Noción de censura
«La moción de censura queda en el aire, como una espada de Damocles, inestable y criticable; pero la noción de censura ya se ha clavado en España»
«La moción de censura queda en el aire, como una espada de Damocles, inestable y criticable; pero la noción de censura ya se ha clavado en España»
«El nerviosismo del Gobierno ha venido a demostrar irrefutablemente que las caceroladas no le benefician en nada»
«José Jiménez Lozano nos dijo en un inolvidable poema que el precio de la sorpresa de ser, del asombro del mundo, del regalo de la ternura y del calor de la compañía era la muerte»
«Las series autoconclusivas nos ofrecen una lección inesperada, esperanzada, que deberíamos traer a nuestras vidas»
«El brexit es una garantía de que mis fronteras se mantendrán y no terminaré siendo «un ciudadano del mundo», menos mal»
«Lo hemos apostado todo como sociedad por el abajamiento, el malhumor y las malas maneras»
El aburrimiento bueno es el de producción propia: el aburrimiento autárquico. Porque acompaña sin quitar la soledad, precisamente
«Los poetas solemos ser muy esnobs, pero los maridos muy de nuestras mujeres, así que no debería sorprender a nadie que lo que Sánchez Mazas musitó tan bien a la señora condesa lo pensemos todos también de nuestras señoras esposas»
Un tópico actual es que en España tenemos un multipartidismo como en Italia, pero no su capacidad de pactar
«Los algoritmos alienan algo que va más allá de la misma naturaleza: la intimidad del alma»
Si el eje de tu mensaje es la seguridad que ofreces como voto refugio y como aglutinante del centro-derecha, ¿qué ocurriría en la hipótesis del sorpasso?
Ezra Pound (con perdón) defendía que a los poetas malos habría que aplicarles las mismas condenas penales que a los falsificadores de moneda. ¿El motivo? ¿Una identificación total entre su apellido y su oficio? No, no, algo mucho más racional. El lenguaje es la moneda de todos nuestros intercambios culturales y sociales, y esa moneda la acuñan los poetas. Si la falsean, la sociedad pierde calidad en sus transacciones espirituales e impera una inflación interior.
A muchas personas la Navidad les pone un poco tristes, y eso también hay que celebrarlo. Me refiero a una tenue tristeza del alma, a una leve melancolía del corazón, no a los que se quejan del consumismo de estas fechas, que a ésos les bastaría con no ir de compras y así ahorran y nos ahorran la lata. Ni a quien se queja de lo mucho que se come, que podría ponerse a régimen (al menos, de lamentos). La discreta, casi silenciosa, misteriosa tristeza auténtica es la que hemos venido a ponderar.
Como andaluz, siempre he visto con pasmo la naturalidad con la que los catalanes nos torraban a los demás con sus cuestiones políticas regionales como si fuesen de una importancia capital. Luego, los nacionalistas han terminado salpicando a la soberanía nacional y ya me he tenido que aguantar. Ahora, sin embargo, aquí vengo yo a analizar la negociación andaluza para formar un Gobierno del cambio. Me excusa, espero, que atañe a la política nacional, sobre todo tras las últimas encuestas que advierten de que el resultado de las generales será muy parecido al de las andaluzas.
El otro día estaba acodado viendo a unos niños jugar al fútbol con toda la dedicación de un jubilado. Esperaba a mi hijo, pero terminé siguiendo los lances del juego con un interés inusitado en un escéptico del fútbol como yo. Vi que, mucho más que los goles, resultaban excitantes, para los niños y para mí, los chutes que se estrellaban en el larguero o en la escuadra (lo máximo) o en alguno de los postes. El chasquido del balón transmitía mucha más épica, porque tenía el mismo merecimiento que un gol, o más, por lo ajustado, y a la vez, por el viril sabor del fracaso. No derrotaba al rival, era un plus y un acicate para la lucha de ambos equipos, que se reanimaba.
El acto de Vistalegre, que saltó todas las alarmas de emergencia sobre la emergencia de Vox, yo no lo vi tan fundamental. Un partido con una mínima militancia comprometida bien puede llenar cualquier espacio. Lo difícil es traspasar ese entusiasmo a los votantes anónimos en las frías mañanas electorales.
El caso es que el caso de la ministra de justicia Dolores Delgado no consigue escandalizarnos como debiera, dejando el morbo de sus conversaciones aparte. Lo gordo es que ha mentido en racimo durante varios días, versión sobre versión y, sobre versión, otra.
scuchamos con frecuencia que estos cuarenta años de democracia de la transición para acá han sido los mejores de la Historia de España. Es una frase hecha y hecha con buenos propósitos, para responder a los que quieren cargarse la constitución y la transición. Pero el infierno está alicatado hasta el techo de las mejores intenciones.
Hace ya tiempo un líder de Podemos debatía en televisión con un periodista. En un momento dado, lo llama “reaccionario”, a lo que el periodista contesta: “Reaccionario lo serás tú”. El primero, entonces, se enfada muchísimo y exige que no le falten al respeto. O sea, que el político sí puede insultar al periodista, pero este no puede replicar ni como el patio del colegio: “El que lo dice lo es”.
Leí y releí atentamente el último artículo de Pablo Mediavilla. Y suspiré: “— Hypocrite lecteur, — mon semblable, — mon frère! —”. También sufro el bloqueo previo a la escritura y también me planteo hondas dudas existenciales y abro otros libros y otras páginas (el artículo de Mediavilla, sin ir más lejos) y voy de aquí para allá, deseando pegarme un paseo en vespa. Pero eso lo ha descrito mejor él. Lo que me llamó poderosamente la atención fue esta frase: “No tengo suficiente información para comentar las polémicas del momento, y no me interesan”. Se me encendió una luz oscura: las polémicas del momento, específicamente del momento político, interesan menos que nunca.
Una secuela que me dejó mi educación aristotélico-tomista es el principio de no contradicción. Con eso en la mochila, no tengo manera de adaptarme al mundo actual. Ya no me hallo ni como espectador.
El estribillo de moda de las tertulias radiofónicas es lamentar el poco caso que hacen (esas mismas tertulias) al caso de corrupción de los ERE. Comparado, sobre todo, con la polvareda irritada que levanta cualquier caso de corrupción en Madrid o en Barcelona. El hecho parece indudable.
Un amigo de las redes sociales se extraña mucho en público y por privado de que yo escriba en The Objective, señalándome cierta querencia del medio por la ideología de género que él y yo consideramos una malandanza. Me ofrece una ocasión estupenda para reflexionar sobre el papel del columnista en los medios. Y si, de paso, podemos evitar cierto desconcierto en los lectores de una o de otra orilla, mejor que mejor.
Podría seguir haciendo una defensa general y abstracta, pero conviene confesar desde el principio que estas reflexiones me las motiva la posición de Albiol en Cataluña. A poco que se descuide se va a quedar con sus 300 cerrando el paso de las Termópilas.
La idea de este artículo no es original. Incluso me copio a mí mismo, que ya es el colmo, pues ya hice dos acciones de gracias al nacionalismo catalán, una por su tozudez, y otra, aquí mismo, por la maravillosa pax catalana que reina en los chats familiares del resto de España. Muchos otros colegas han escrito artículos de gratitud al independentismo por esto o por aquello. Yo no vengo aquí, pues, a ser rompedor, sino sistemático y meticuloso. A poner mis agradecimientos en fila y numerados ahora que se avecina un cambio de tercio. También a cumplir religiosamente con una españolísima ley, que recordaba en otro artículo de gratitud el filósofo Ruiz Zamora: “Es de bien nacidos el ser agradecidos”.
Ahora vamos a comprobar si nos ha servido de algo tanto Juego de tronos durante estas vacaciones. Se ha discutido mucho si la 7ª temporada ha resultado peor o mejor que las anteriores, si se han perpetrado incoherencias, como que los personajes se trasladen a una velocidad de vértigo, si apenas hubo sexo o si la violencia perdió mordiente.
Mr. Bennet dio con una verdad universal: “¿Para qué vivimos sino para dar de qué hablar a nuestros vecinos, y poder reírnos de ellos a su vez?” Con los políticos no tenemos tanta suerte: nos ignoran mientras nos hablan sin solución de continuidad para pedirnos el voto o para convencernos de lo buenos que son, encima. Por compensar, podemos hablar de ellos hasta hartarnos e incluso reírnos más de una vez.
Cuando uno es un liberal-conservador, aunque el mundo lo perciba como un carca de una pieza, vive dividido en una continua discusión interior. Ante la ley que impone a los padres la elección del apellido de su hijo, el liberal dice: “Bien”. El conservador se amosca.
Si no le corriese cierta prisa a The Objective, este artículo lo podría escribir mi hija a la perfección dentro de veinte años. Concurren en la niña dos tradiciones familiares sobre el dolor que se compensan y equilibran…
La primera tentación del articulista es plantarse ante el Día Internacional de la Mujer con pose equidistante. Preguntándose por qué demonios no hay un Día Internacional del Hombre, más allá de algún intento provinciano y mimético. La discriminación positiva nos dará de inmediato su respuesta automática: porque a la mujer le hace falta. No tengo claro si es muy correcta o no, al menos desde un punto de vista diplomático. Aunque si la discriminación positiva lo dice, será porque quedan, en efecto, cosas que afinar. El poeta Francisco Bejarano lleva años advirtiéndonos que, cuando dedican un día internacional a algo, hay que echarse a temblar, porque lo necesita. Hay Día del Libro, ay, pero no del Fútbol.
Cuánto peso han adquirido las noticias internacionales en estas últimas semanas. No hace nada no salíamos de Pedro Sánchez, Mariano Rajoy, Pablo Iglesias y Alberto Garzón. ¡Hasta la gestora del PSOE ha sido pasto de intensas reflexiones! Pero todo se ha quedado, de la noche a la mañana, diminuto. Ha ganado Trump, ha muerto Fidel, el Brexit empieza a materializarse, el Daesh a desmoronarse, las elecciones francesas nos inquietan tanto que incluso sus primarias nos interesan; las alemanas, a la vuelta de la esquina… Tanta desazón no es extraña. Lo raro fue nuestro ombliguismo de ayer.
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