Supremacismo catódico
Si de conversaciones de sobremesa se trata, nada peor que no estar al día. Y nadie está menos al día, de un tiempo a esta parte, que quien carece del conocimiento suficiente sobre la producción televisiva contemporánea. ¡Imperio de las series! Semejante infeliz apenas puede meter baza, y habrá de callar mientras se desenvuelve el debate sobre cuál es la serie verdaderamente imprescindible que uno no puede, bajo ningún concepto, perderse. Bien es verdad que siempre habrá alguien más avezado que los demás, un connoiseur capaz de sentenciar sin vacilación que, si no se ha visto la última producción alemana sobre las mafias del puerto de Hamburgo, no se ha visto nada. En cualquier caso, un conocimiento básico que vaya más allá de las perogrulladas habituales sobre The Wire («cumbre indiscutible»), True Detective («la segunda no vale nada») o Borgen («refleja la política tal cual es») resulta inexcusable antes de salir a la calle. Por algo tiene dicho Daniel Gascón que las series televisivas han terminado por convertirse en parte de la conversación culta de nuestro tiempo: o estás dentro, o te quedas fuera. Aunque reconózcase, a cambio, que se trata de una temática bastante más inclusiva que el nouveau roman o los elementos fundamentales del materialismo histórico: lo que hemos perdido en sofisticación, lo ganamos en democracia.