Me lo cuenta un colega que estaba allí, en la Audiencia de Palma. Entraba Urdangarín y la peña, cabreada, le gritaba “ladrón, ladrón”, e incluso una señora, muy caliente, exaltada, lanzó un “todos a la cárcel” rotundo. Todos. Todos al talego. Y me espanta. No. Yo no quiero que vayan todos a la cárcel. No sé a qué “todos” se refería la señora, pero yo quiero que solo vayan a la cárcel quienes hayan sido declarados culpables en sentencia firme. O quienes esperan el fallo definitivo, pero en circunstancias que objetivamente hagan previsible una fuga, o la destrucción de pruebas. O sea, quiero vivir en un Estado de Derecho. Lo siento. ¿Debo pedir perdón a las masas? Pues no lo voy a hacer. No quiero que vayan todos a la cárcel, así, porque sí. Ojo por ojo y todos nos quedaremos ciegos.
Suele pronunciar su nombre en estas fechas, cuando aún asoma el abrigo por la patita del perchero. Imagino que para cuadrar en los días de la primavera y el verano, en donde mayor afluencia de turistas se espera en las principales ciudades –con lo bien que se viaja en otoño y en invierno, sin aglomeraciones ni altas temperaturas-. Todo en ella está destinado al consumo y al comercio. Como siempre, mercaderes en el templo. Algo muy antiguo que pasa, embuste mediante, por el filtro de la novedad. Pero esto tiene siglos de vida, por mucho networking que nos propongamos. Vender y comprar, dar y recibir, comer y no morir, de eso se trata. Me refiero a FITUR, la Feria Internacional del Turismo, la cual se celebra en Madrid.