Ideología

La izquierda de las naciones

La izquierda de las naciones

El PSOE de Pedro Sánchez compró el relato de Podemos e Izquierda Unida de que el partido no es suficientemente de izquierdas, en lugar de controlar el discurso y determinar qué es ser de izquierdas en el siglo XXI. Ser de izquierdas en el siglo XXI casa difícilmente con una declaración del país como plurinacional. España es multicultural y diversa. Tiene diferentes lenguas. Un Estado moderno debería respetar las diferencias y fomentar su reconocimiento sin mencionar naciones históricas ni atavismos.

Por qué la izquierda es moralmente inferior

Por qué la izquierda es moralmente inferior

Es probable que si usted ha convivido con personas políticamente “de izquierdas” haya notado que suelen sentirse moralmente superiores a las demás. Hay también, naturalmente, gente de derechas que adolece de ese mismo hábito: aunque mi impresión, y la de Nietzsche, es que son cada vez menos. En un reciente artículo publicado en otro medio (Ctxt) su autor, Ignacio Sánchez-Cuenca, coincide conmigo en la idea de que los que más se prodigan en sentir superioridad moral sobre los demás son los izquierdistas. Lo curioso de Sánchez-Cuenca es que él mismo se adscribe a la izquierda. ¿Por qué entonces no le cuesta reconocer que él y los suyos sienten superioridad moral? Sencillo: porque cree que ese sentimiento de superioridad moral está plenamente justificado. Dicho con sus propias palabras: “las personas de izquierdas tiene (sic) una mayor sensibilidad hacia las injusticias que las personas de derechas y por eso desarrollan un sentimiento de superioridad moral”.

Justicia sin sentimientos

Justicia sin sentimientos

Las sentencias cumplen en el ruedo ibérico un doble cometido: tanto enjuician y determinan una causa como, no sé si por acción u omisión, emiten un juicio crítico, o un retrato, sobre la sociedad en la que persisten. Daños, benditos daños, colaterales del Estado de derecho, acaso.

Hablemos de la gestación subrogada

Hablemos de la gestación subrogada

Querida, probablemente sabrás que andamos ahora en el Reino de España debatiendo sobre la gestación subrogada. Ya sabes, ese método mediante el que una mujer decide ayudar a otra persona o pareja a tener un hijo, gestando su embrión cuando ella o ellos no pueden, por diversos motivos, hacerlo. Es algo cada vez más practicado en cada vez más países: en Canadá, Australia, Nueva Zelanda, Portugal, Sudáfrica, Reino Unido, Grecia, Estados Unidos ya cabe hacerlo de modo plenamente legal.

Estamos en casa

Estamos en casa

“Yo no quería hacer propaganda de Hitler, y si cuento esto sé que se la voy a hacer. Pero como quiero cumplir mis deberes de informador imparcial, no tengo más remedio que contarlo”. Así empezaba Chaves Nogales su crónica titulada “¿Por qué son nazis las mujeres?”. “Uno de los más fuertes apoyos de Hitler son las mujeres, a las que precisamente Hitler ha metido en la cocina de un manotazo. «Se acabaron los derechos políticos de las mujeres -dijo el Führer-; no tienen nada que hacer en política; el nacionalsocialismo donde necesita a las mujeres es en el fogón o criando a los hijos». Y apenas había dicho esto, las mujeres, en las primeras elecciones que hubo, se fueron como corderitas a votar a Hitler. Ellas han sido las que le han dado su gran triunfo electoral”. Y tras preguntarse el porqué de tan sumisa actitud, sigue explicando: “Es, sencillamente, que Hitler, al mandarlas al fogón, les ofrece eso, el fogón; nada menos que el fogón. Quizá a muchas de mis lectoras se les habrá olvidado la importancia que esto tiene. Pero piensen que todas las andanzas sociales y políticas de la mujer alemana tienen esta única y exclusiva causa: que no había fogones, que no había hogares, que no había casas, que no había hombres”.

Aznar, punki de mayor

Aznar, punki de mayor

Me he sentado a escribir sobre José María Aznar cuando ha llegado la noticia de la muerte de Paloma Chamorro, nuestra benefactora de ‘La Edad de Oro’. Y me he acordado de lo que contó hace poco Jesús Quintero sobre la primera entrevista que le hizo a Aznar a principios de los noventa. Quintero le había indicado al cámara que mantuviese un primer plano del entrevistado, y nada más comenzar le espetó: “¿Usted ha sido punki?”. No sé qué se trasluciría en su rostro, pero el futuro presidente pensaría sin duda en mazmorras para el entrevistador…

Gobernar

Gobernar

Gobernar sin amor, con desprecio, con cuenta abierta de venganzas. Gobernar como el adolescente frustrado que se resarce, al fin, de aquella chica tan lista que no le quiso besar. Gobernar contra el profesor mortal que le aburrió con saña. Gobernar desde la infelicidad y el miedo, tachando nombres, por el miedo, pasando lista, para dar miedo, añadiendo nombres, criando miedo. Gobernar para ser noticia. Gobernar para aplastar la pobreza del propio corazón destruyendo la última brizna de misericordia en el proceso. Gobernar lanzando veneno y gritando: “¡tenéis cáncer! ¡Tomad mi quimioterapia!”. Gobernar convirtiendo la mesa de despacho en parapeto contra la bondad, arma contra la esperanza o un simple trozo de madera. Despreciar símbolos y quemar metáforas. Gobernar a contrapelo, a contra algo, a contra todo, en defensa propia, sin humor, sin amigos, enarbolando banderas de lugares míticos, cimientos reales de injusticia. ¿Qué pueblo es ese que solo odia y agrede y quiere quemar el pasado? Gobernar contra el color de la piel, la forma de una nariz, evocando con cada firma la frase “os vais a enterar”. Gobernar dividiendo el mundo en nosotros y los otros, moros y cristianos, yo y los demás. Inventar enemigos para gobernar o gobernar sin mirar, entender, respetar a madres e hijas, abuelas y hermanas. Gobernar porque me lo he ganado. Gobernar como un niño gobierna a las hormigas del jardín, metiendo palitos en el nido y removiendo, echándole agua hirviendo, a ver qué pasa. Gobernar para sentirse amado. Ver las hormigas correr, trepando por las piernas. Sentirse odiado. Echarle la culpa a las hormigas de que te muerdan las piernas. Gobernar sembrando dolor y sentarse a esperar a ver cómo crecen maravillas. Odiar. Ver maravillas donde dejaste un desierto. Qué poco amor se reparte cuando no se ha tenido. Gobernar para darte cuenta de que sigues vivo porque el cuerpo no siente ya nada después de tantos años bajo sábanas de seda. Gobernar pensando que llegaste a lo más alto sin haberte movido del sitio en cien años. Gobernar por un solo motivo: gobernar para no ser gobernado.

Simpatía por Joseph Roth

Simpatía por Joseph Roth

Joseph Roth fue uno de los primeros escritores en advertir (de) que aquello de los nazis iba en serio. Cuando exquisitos como Zweig todavía quitaban hierro a la supuesta patochada, el autor de La leyenda del santo bebedor señalaba ya el huevo de la serpiente que unos años más tarde, junto al comunismo, decretaría el infierno en Europa. No es baladí destacar que Roth era un socialdemócrata difuso pero duro. Contradictorio, eso sí, y con sus demonios a cuestas. Judío que se hizo católico. Fascinado por el imperio Austrohúngaro. Alcohólico alucinógeno con una lucidez increíble.

Alemania, Europa y la libertad

Alemania, Europa y la libertad

La noticia llamativa del día es que la primera reedición desde 1945 de ‘Mein Kampf’, de Adolf Hitler, ha sido un éxito editorial en Alemania. Menos llamativa, pero probablemente más importante, ha sido la del superávit en la balanza comercial de la Unión Europea en 2016, que ha alcanzado los 296.000 millones de euros, de los que 280.000 millones los ha aportado por sí sola Alemania. Pero lo trascendental de verdad es Alemania a secas, la Alemania de 2017, la que económicamente lidera Europa pero políticamente sigue en ese limbo en el que se encerró para expiar la terrible docena de años en los que se dejó llevar por Hitler a una cadena de crímenes y horrores que las generaciones posteriores no han acabado de asimilar.

Barcelona era una fiesta

Barcelona era una fiesta

La Diada es una expresión depuradísima del espíritu español. Cuando estudiaba Ciencias Políticas, me explicaron que el tipo de movilización política más frecuente en España eran las grandes manifestaciones, esas que suelen culminar con un aperitivo. En los países vecinos, en cambio, son más habituales los mecanismos que exigen de una mayor implicación: asambleas, foros, debates… Vamos, ¡un coñazo racional frente a las emocionantes Diadas!

El ataúd

El ataúd

Las guerras, al final, lo único que acreditan seguro, sin remedio, es lo inhumanos que podemos llegar a ser los humanos. La historia demuestra que no ha habido balas, ni misiles suficientes para acabar con una idea o una religión.

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