El Teatro Apollo de Nueva York, cuna de incontables leyendas de la cultura pop afroamericana, acogió el primer gran ascenso de Lady Ella hacia la gloria. Corría el año 1934 y se celebraba un concurso de jóvenes cantantes, todavía aficionados pero con suficiente calidad como para actuar en aquel mítico escenario. Ella Fitzgerald, que aún no había cumplido la mayoría de edad, se hizo con el primer premio. Su nombre llegó a oídos del ya por entonces célebre Chick Webb, que en principio no quedó impresionado con aquella joven vocalista, pero que pronto tuvo que rendirse a la evidencia. A partir de 1935, Ella comenzó a grabar de forma habitual con la Orquesta de Chick Webb éxitos como A-Tisket, A-Tasket y Undecided.
La muerte de Webb en 1939 provocó que Ella tuviera que coger las riendas de su banda. Lo que a priori parecía un reto que le venía demasiado grande, rápidamente se comprobó que no fue así y la orquesta conservó su enorme popularidad. Fueron dos años de liderazgo que sirvieron a Ella para darse cuenta de que estaba preparada para iniciar su carrera en solitario. Colaboró con importantes grupos como The Ink Spots y The Delta Rhythm, aunque el más notorio de los impulsos lo consiguió gracias a Norman Granz, que se convirtió en su mánager, y su Jazz At The Philharmonic, una serie de conciertos que recorrieron el mundo entre 1944 y 1959.
A partir de los años 50, Ella llenó escenarios y portadas sin descanso. Cantó junto a virtuosos del estilo bebop como Charlie Parker y Dizzy Gillespie. Comenzó a incluir en sus interpretaciones el famoso scat, la utilización improvisada de la voz en la pieza musical, y perfeccionó su propio sello distintivo. Apareció en películas (Pete Kelly’s Blues, 1955). Grabó canciones memorables (Lady Be Good, Flying Home, The Man I Love). La corona del jazz, que llevaba tiempo forjándose con discreción y paciencia, había conseguido su dueña. Una jerarquía que aún hoy, tantos años después de la muerte de Lady Ella (15 de junio de 1996), sigue muy viva.