¿A quién le importa el arte español?
«Hay que reconocerle algo a Uribes: dijo que, dadas las circunstancias, la cultura tampoco era lo prioritario y lo está cumpliendo»
«Hay que reconocerle algo a Uribes: dijo que, dadas las circunstancias, la cultura tampoco era lo prioritario y lo está cumpliendo»
«Hay obras que no son domésticas y que se desnaturalizan si pones delante de ellas en babuchas y con el teléfono cerca»
«Estos comportamientos mezquinos son poco disculpables, pero parecen poca cosa comparados con los abusos de las fuerzas de seguridad del Estado»
Ayer leía que se estaba estudiando una razonabilísima medida: si no das la nota en el baremo de supervivencia, morfina y a estirar la pata
«Sería bueno restituir la herencia de la que los descendientes de Franco gozan de manera ilegítima al patrimonio nacional y entretenerse un rato en limpiar de muertos las cunetas»
Tienen la noción de violencia de quien la sufre de pascuas a ramos. A todos nos toca de cuando en cuando, queridos
El hombre es un capitalista con puro y chistera para el hombre.
Hay cosas que parecen inmortales porque, de una manera misteriosa, apelan a todos los hombres
Que las dificultades económicas y vitales de una generación entera se hagan pasar por moditas y desenfado es repugnante colaboracionismo
¿Saben ustedes de aquel que se deja un paraguas olvidado en ARCO y cuando vuelve a recogerlo se encuentra que lo han vendido por una fortuna? ¡Hilarante! ¡Un trasto confundido con una obra de arte conceptual!
Raro es el día en que alguien no se lamenta por la desaparición de la Filosofía. Se coge alguna noticia bochornosa sobre educación –también puede ser de otra cosa– y luego se exclama: «¡Y quieren quitar la Filosofía de los institutos!».
Los españoles sabemos lo que es España porque nos lo dicen los guiris. Esta es una costumbre antiquísima. El Guillermo de Orange nos convenció de que éramos unos mataindios comebrujas y nosotros asentimos. Luego vinieron los franceses a contarnos que éramos exóticos, gente peculiar con bandoleros, patillas anchas y floridas, navajas gigantes, mujeres morenas con mantón sobre los hombros. Nosotros, felices. Ahora, James Rhodes (por el nombre se sabe que no es de Móstoles) dice que somos «guay del Paraguay» en el periódico de mayor tirada nacional. Lo ha recibido el presidente del Gobierno y todo, en calidad de nosequé. ¡Qué alegría da mantener las costumbres!
En una sala enorme, varias hileras de hombres y mujeres sudan y bufan. Corren, pero no avanzan, empujan y nada se mueve. Una música aberrante (un ritmo industrial) marca el compás del ejercicio. El lugar no tiene ventanas sino unos grandes conductos de ventilación. No hay relojes.
A una librería no hay que ir (¡contra todo pronóstico!) a comprar libros. No, al menos, desde que el progreso nos permite comprar cualquier cosa en pijama y babuchas. Es cierto que el librero te recomienda buenos libros, pero, ¿no hay algoritmos de publicidad mucho más documentados (y con mucho más empeño)? La única diferencia es eso que se llama «el toque humano». Y no exageres: todavía existen los culturales y la crítica; y algún amigo lector tendrás, digo yo.
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