Miguel Ángel Quintana Paz

Cómo sobrevivir a los troles con ayuda de Buda y Platón

Cómo sobrevivir a los troles con ayuda de Buda y Platón

De entre los variopintos bichitos que pululan por internet, últimamente los troles concitan atención especial. Se trata de una especie que nos acompaña casi desde los orígenes de la Red: ya en el Usenet de los años 80 (la abuela de las redes sociales actuales) proliferaron, empeñados en soltar asertos ofensivos para desquiciar debates y enfurecer a debatientes. Hoy su genética ha evolucionado y son capaces de acosar, injuriar, amenazar, doxear y calumniar a todo el que se cruce con ellos en la selva internáutica.

El sexo se acaba

El sexo se acaba

No es fácil que una generación entienda a otra. Todavía recuerdo aquella ocasión en que acompañé a una amiga (andábamos ambos por poco más de la treintena) a cierta conferencia de Celia Amorós, matriarca del feminismo hispano, que por aquel entonces superaba la sesentena. Doña Celia disertó sobre un problema que ella reputaba crucial para las mujeres: que la mayoría de los hombres las contemplaran solo como posibles madres de su prole futura. Mi amiga se revolvía incómoda en su asiento. Me había contado a menudo que su dificultad era justo la contraria: encontrar un novio que no la abandonara en cuanto ella hablaba de ir formando familia. Aun así, supo permanecer en la sala durante toda aquella charla sobre “la mujer actual”; si bien como quien escucha una disertación sobre tribus perdidas a orillas del Orinoco.

Quién (no) fue Martín Lutero

Quién (no) fue Martín Lutero

Un día de octubre como hoy, pero hace justo quinientos años, un monje alemán estaba a punto de desatar uno de los acontecimientos más importantes vividos por los europeos en todos estos siglos. No obstante, si pudiéramos observarlo por una rendija a través del tiempo, nada parecería presagiar tanta enjundia. Observaríamos solo a un profesor de Teología de treinta y tres años, ya casi treinta y cuatro, vestido con austero hábito agustino, que se afanaba por resumir sobre un papel todo lo que le parecía más urgente debatir en su iglesia, la católica. No nos parecería algo particularmente estrambótico: si algo se supone que deben hacer los doctores de una universidad como la suya, en Wittenberg, es justo discutir este tipo de cosas. Martín, que así se llamaba nuestro monje, era además ducho en ello: a sus alumnos les apasionaba su voz “a la vez suave y dura”, decían, jamás vacilante, capaz de expresarse con la claridad del cristal.

El valor de la Transición, hoy

El valor de la Transición, hoy

Los profesores universitarios a veces sentimos tanta curiosidad por conocer el mundo que incluso aprendemos cosas de nuestros alumnos borrachos. Es lo que les ocurrió a Daniel Katz y su mentor, Floyd Allport, con el gran número de estudiantes que, a inicios de los años 30, abusaban del alcohol en el campus de la Universidad de Princeton. Si el recurso a líquidos espirituosos era tan frecuente, se preguntaron Katz y Allport, ¿era porque verdaderamente los estudiantes ansiaban beber tanto o porque creían que la costumbre era esa y querían adaptarse a los gustos de todos? Su investigación dio como resultado que, de media, los estudiantes deseaban alcoholizarse bastante menos de lo que pensaban que la mayoría quería beber. Es decir, todos creían que había una opinión mayoritaria que, en realidad, no era mayoritaria. Katz y Allport denominaron a este hecho “ignorancia pluralista”.

Orgullosos

Orgullosos

Hay gente a la que no le gusta festejar la Navidad, hay gente que aborrece la Semana Santa e incluso, por incomprensible que me pareciera de pequeño, hay gente que desprecia a los Reyes Magos. Por consiguiente, no parece extraordinario que haya también gente a la que displazca la fiesta del Orgullo LGBT.

Los escandalizaditos

Los escandalizaditos

Contaba el filósofo Leszek Kołakowski un chiste que luego Fernando Savater ha retomado en alguna de sus obras, acaso porque sea una broma especialmente exitosa entre filósofos. Versa así: una anciana solterona, de mentalidad escrupulosamente puritana, telefonea un día, alarmada, a su policía local. “Agentes, hay unos jóvenes bañándose en el arroyo que corre al lado de mi casa, ¡y están desnudos! ¿No podrían hacer algo contra semejante escándalo?”. Los policías se desplazan hasta el lugar de los hechos, explican a los mozalbetes el problema y estos, muy comprensivos, se desplazan corriente arriba a un paraje más despoblado, donde su desnudez no pueda escandalizar. Sin embargo, a los pocos minutos la comisaría recibe una nueva llamada de la misma señora: “Agentes, ¡desde mi casa se sigue viendo a los impúdicos jovenzuelos esos! ¡Incluso se pueden oír a veces sus lujuriosos gritos! ¿No les habían advertido bien al respecto?”. De nuevo un coche de policía se traslada hasta donde los inocentes muchachos chapotean y ríen, inconscientes del marasmo en que están sumiendo a una respetable mujer. Como son buenos chicos, no tienen problema en volver a desplazar su lugar de juegos, esta vez varias millas arriba por el refrescante arroyuelo. Pero, unos instantes más tarde, la policía local vuelve a recibir una llamada de nuestra querida amiga: “Agentes, me temo que he de molestarles de nuevo por el mismo asunto. Y es que, si me subo a la azotea de mi casa y utilizo unos prismáticos, ¡sigo viendo a esos indecentes!”.

En qué se equivocan (casi) todos mis amigos de derechas

En qué se equivocan (casi) todos mis amigos de derechas

El ajolote es uno de los pocos animales capaces de regenerar no solo sus patas o su cola cuando se las cortan, sino incluso su corazón o su riñón si estos empiezan a funcionarle mal. Como es natural, esto ha llamado la atención de numerosos investigadores. Hoy algunos de ellos intentan copiar en el cuerpo humano esa habilidad del ajolote para autorregenerarse. Pero resulta dudoso que científico alguno logre replicarla en otro animalito que bien que lo necesitaría: la derecha española actual.

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