«Ser padre es tan egoísta como no serlo. Y además los hijos pueden convertirse en un escaparate de nuestras virtudes, ‘sparring’ de nuestras frustraciones, explicaciones de nuestros fracasos, o, lo peor, nuestro proyecto vital»
«La paternidad consiste en volver a aprender para terminar sabiendo algo más que al principio»
María Jesús Espinosa de los Monteros
«Mi padre es un ser competitivo, pues fue deportista profesional y eso no se le ha quitado con los ictus. Concursábamos desde casa como si el bote fuera para nosotros. Conocíamos a los ganadores de todos los roscos»
«Todos los padres sabemos que revivimos el pasado en nuestros hijos y, por ello, me pregunto hasta qué punto somos capaces de verlos como realmente son»
En nuestro mundo, Edipo se enfrenta a Telémaco. Esta es la tesis central del psicoanalista italiano Massimo Recalcati, cuyos libros me descubrió hace un tiempo Antonio G. Maldonado. Edipo refleja el odio parricida del hijo hacia su progenitor, de una modernidad enloquecida –diríamos– ante el peso del pasado. «Sus crímenes –explica Recalcati– son los peores de la humanidad: matar al padre y poseer sexualmente a la madre. La sombra de la culpa caerá sobre él y lo empujará al acto extremo de sacarse los ojos». Telémaco, en cambio, es el hijo esperanzado de Ulises; el joven cuya mirada se dirige hacia el horizonte de la definitiva restitución, cuando el padre regrese del mar y de la guerra, y el duelo haya terminado para siempre. En otra orilla del Mediterráneo, un eco lejano de esa justicia resuena en la parábola evangélica del hijo pródigo. Un muchacho –tal vez el propio Edipo– decide marcharse de casa y dilapida su herencia hasta terminar mendigando. Día tras día, desde lo alto de una atalaya, el padre intenta columbrar el retorno de su hijo –la esperanza que alimenta el sentido. En el Evangelio –como en la Odisea– se producirá el reencuentro que sane la herida, pero la modernidad no admite con facilidad esa misma paleta de colores. Como padres y como hijos, la opacidad del destino forma parte del misterio que define nuestras vidas. Nadie es dueño del tiempo ni de sus consecuencias.
En España cada vez nacen menos niños. Somos un país viejo en el que ni siquiera se garantiza la tasa de reposición. Tener hijos da pereza y es normal. Dan mucho trabajo, suponen un gran esfuerzo económico, personal y suelen venir acompañados de un sacrificio de las carreras profesionales de las mujeres –cada vez más, también de los hombres–. Normalmente quienes tienen hijos no lo hacen pensando en levantar la natalidad de su país. Lo hacen para satisfacer un deseo personal, por repetir un modelo y, en parte, por cierta ignorancia, o inocencia. Quiero decir que no hay épica en la decisión de ser padres, hay inconsciencia. Y es más fácil dejarse llevar por el lado inconsciente en un arrebato que si hay que empezar un proceso de inseminación artificial o de adopción. En eso, las mujeres heterosexuales con pareja llevamos ventaja sobre el resto. Pero no en mucho más. No es que no suponga un coste para nuestras carreras o que siempre hayamos alcanzado la estabilidad cuando decidimos tener hijos. A veces, es solo que nos dejamos llevar por un momento de pasión. También puede ser una decisión muy consciente y meditada y sopesada, claro. No debería haber nada heroico en el hecho de tener hijos. Y sin embargo, yo también miro con cierta admiración (a veces con envidia) a otros padres y madres: ¿cómo lo hacen?, me pregunto. ¿Tendrán familia en Madrid? ¿Podrán ir al cine algún día juntos? ¿Irá alguien a recoger al colegio a sus hijos? ¿Cómo resuelven los dos meses y medio de vacaciones de verano? La respuesta pasa por el dinero.
El bigote de Dalí ha sido padre. Si logran extraerle algo de ADN de un pelo -más que de un hueso-, el padre en caso afirmativo, digo yo, habrá sido el bigote. Y si resulta negativa la prueba habrá resultado otra fantástica campaña de publicidad para volver a dar actualidad a alguien que nunca la perdió. El ADN de Dalí, en honor a Dalí, habrá de ser un jaleo desoxirribonucleico como el que dibujó Chema Nieto ayer. Como el mismo Salvador. Tanto hablar del bigote, de cuidarlo, de promocionarlo, que el bigote ya cansado pudo haberse independizado del pintor, tener vida propia y engendrar hijos. Ser una simbiosis. Aquel bigote aficionado a las moscas limpias, «como vestidas por Balenciaga».
A muchos la cárcel les ha hecho encontrar una fuerza que de otro modo no hubieran tenido, hombres como Nelson Mandela o José Mujica aprendieron a ser como han sido con la brutal experiencia carcelaria.