«El gran juego de la vida: ¿cuándo dejamos de jugarlo?»
Imagino a la joven víctima de “la manada”, cómo debe estar pasándolo durante el juicio contra los cinco hombres que abusaron de ella, la vejaron y la violaron, y encima ha de soportar escuchar sandeces y barbaridades como que si no tenía lesiones y arañazos es porque no se resistió, y que no debía estar muy traumatizada cuando desde que ocurrieron los hechos hasta la fecha, según el informe de unos detectives, salió a veces con amigos a tomar una cerveza o a alguna fiesta. Imagino a esta joven de 18 años, lo que estará viviendo, e imagino su voz, y en ella todo el dolor y la rabia concentrados.
Las fiestas populares que salpimentan el verano español han alcanzado ya su primera cima en los sanfermines pamplonicas, a la espera de que tengan lugar la así llamada tomatina de Buñol y la multitudinaria Feria de Málaga, sin desmerecer otras aglomeraciones de similar alcurnia y éxito turístico. Eso sí, ninguna puede competir en cobertura mediática con los encierros taurinos de la capital norteña: si se hace necesario interrumpir la llegada de la humanidad a Marte para que los españoles pueden ver a los Miura correr despavoridos entre miles de personas ataviadas con una camisa blanca y un pañuelo rojo, Televisión Española no tiene problema en hacerlo. ¡Solo faltaría! De creer a los más avezados intérpretes de la fiesta, el servicio público consiste aquí en mostrar a los ciudadanos un rito milenario que, enfrentando al ser humano y a la bestia arquetípica, nos recuerda la condición mortal de nuestra especie y su secular oposición simbólica al resto de la naturaleza. Todo ello, se entiende, mientras recogemos el palillo de dientes que se ha caído encima de nuestras chanclas en pleno mediodía canicular y nos disponemos a dormir una siesta de dos o tres horas.
Ayer, el chupinazo con que Pamplona inicio sus fiestas, recordó de nuevo aquella sórdida frase, mientras el trapo que pinto el sifilítico Arana ensuciaba el balcón municipal, impuesto contra todo fuero, ley y tradición, por los Bildu-Etarras del enfermo del cobre, hacia el Anschluss constitucional.
Terminamos por comprender que en unos años viviríamos en un mundo con fronteras más difusas y un flujo de información en todas direcciones que sería extraordinario para nuestra evolución. Y algo de razón hay ahí algo.
Hay que ver la subasta de los Hospices de Beaune, la gran ceremonia anual de los vinos de Borgoña, en un marco histórico que nos recuerda un milenio de viticultura y de artesanía bodeguera.
Porque la goma y el esparto alternan el aire con los adoquines, encerradas entre dos paredes, perseguidas por los astados. Porque marchan rápido, al ritmo que fluye el manantial de adrenalina que desemboca en la plaza de toros.
Vaya por delante que no he ido nunca a San Fermín y que tengo demasiadas cosas contra Hemingway. Yo soy más de Fitzgerald. Vaya por delante que asisto al espectáculo sanferminero cada año asomada con perplejidad a las fotos de los diarios.