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Gustavo Rodríguez: "Dentro de mí habitaba un machista que quería dejar de serlo"

Gustavo Rodríguez (Lima, 1968) tiene unos modales delicados, es amable y culto y escucha con interés, habla sin reparos. En su país, Perú, tiene una fama consolidada como escritor y como publicista, un oficio que abandonó por la literatura pero que lo acompaña como una sombra cada vez más tímida. Hace un par de semanas estuvo en Rusia como hincha, la selección de fútbol de su país se clasificó para un Mundial después de 36 años de ausencia, y disfrutó de los partidos en Moscú y Ekaterimburgo: “Fue una fiebre masiva la que nos dio”.

Gustavo Rodríguez: «Dentro de mí habitaba un machista que quería dejar de serlo»

Gustavo Rodríguez (Lima, 1968) tiene unos modales delicados, es amable y culto y escucha con interés, habla sin reparos. En su país, Perú, tiene una fama consolidada como escritor y como publicista, un oficio que abandonó por la literatura pero que lo acompaña como una sombra cada vez más tímida. Hace un par de semanas estuvo en Rusia como hincha, la selección de fútbol de su país se clasificó para un Mundial después de 36 años de ausencia, y disfrutó de los partidos en Moscú y Ekaterimburgo: “Fue una fiebre masiva la que nos dio”.

Le pregunto entonces si es futbolero. Él sonríe y dice que prefiere “la épica y la narrativa del fútbol”. Pero que sí, le gusta, y por un segundo creyó que los taxistas de Madrid –con la franja roja que atraviesa la carrocería de sus coches– iban con su país.

Gustavo Rodríguez publica en primicia en España su última novela, Madrugada, que edita Alfaguara. Es una historia de resistencia y huida, el retrato de una sociedad impregnada de machismo, con la violencia consumada en todos los estratos. El autor peruano ubica en ella a Trinidad Ríos, una mujer destruida por la desgracia, nacida para correr, que emprende una búsqueda desesperada de su padre tras perder a su madre y enfermar. Daniel Ríos, su padre, es –ella piensa– la última extensión de su sangre: un hombre extraño, un perdedor vocacional, con problemas de estabilidad emocional y devoción por los Bee Gees. La vida de Trinidad es cuanto le va ocurriendo en el camino, y la radiografía que nos queda del Perú es terrible.

¿Cuál es la situación de su país?

Al peruano de a pie lo que le preocupa es la inseguridad. Estoy hablando literalmente de eso. Es una sensación de violencia, de delincuencia, muy cercana. Y asociado a este tema, la violencia contra la mujer. Cada vez se callan menos los casos. Digamos que estamos acostumbrados a nuestras montañas rusas políticas, somos un país que hace muy poco tiempo se deshizo constitucionalmente de su presidente y de manera pacífica. Pero ya no se habla de eso. Digamos que el fútbol ha hecho que nos hayamos olvidado de estas miserias.

Hábleme de esa violencia machista.

El Perú es uno de los países más conservadores de América Latina y probablemente el país donde el machismo está más sembrado. No lo digo yo, lo dicen las estadísticas. Más del 13% de las mujeres adolescentes son madres: es una cifra brutal. Es ahí donde se mezcla lo peor de la tradición española –que hemos podido mamar como nación colonizada en su momento–, la injerencia de la Iglesia católica y también un Parlamento que en dos legislaturas seguidas viene siendo copado por conservadores de derechas. Los temas que se tocan en Madrugada se palpan en la calle, los notas, los ves en los diarios, los sientes en las conversaciones, en la jerga, en todo.

¿Cuál es el estado del movimiento feminista en el Perú?

Está buscando su legitimación masiva. Yo, por ejemplo, tengo que recordarme a mí mismo que vivo en una burbuja que está asignada por algoritmos de Silicon Valley, tengo que recordar que si bien mi círculo más cercano es feminista, basta con acercarme al Facebook de otras personas que no son necesariamente de mi círculo para ver que hay manifiestos antifeminazis dando vueltas.

Hay marchas multitudinarias, hay prensas que se pliegan a la agenda feminista, pero todavía cuesta. Aunque yo soy un optimista. O, como dijo Bryce, un pesimista que quiere que las cosas salgan bien. En paralelo con estas marchas promujer y antiviolencia, proderechos sociales, también hay marchas conservadoras, del tipo Con mis hijos no te metas. Salen a marchar auspiciadas y propiciadas por la Iglesia católica. Mi lectura optimista es que el hecho de que los conservadores tengan que salir a marchar significa que el terreno se ha movido. Hace 20 ó 30 años era imposible pensarlo. Creo que es un síntoma de que hay fiebre. Y, si hay fiebre, es que hay combate dentro del organismo.

Trinidad se enfrenta a ese machismo brutal en Madrugada. ¿Qué destacaría de ella?

Se hace raro hablar de un personaje totalmente inventado. Pero el principal atributo con el que me identifico es la resiliencia. Si lo traduzco a los términos de la calle, lo traduzco a un lema que algunas mujeres dirigentes de bases populares utilizan desde hace más de veinte años: “Mujer que trabaja no necesita marido”. Yo creo que Trinidad, pese a su juventud, es una gran portavoz de todo este gran discurso.

Al mismo tiempo, Perú está recibiendo a decenas de miles de venezolanos que huyen de las ruinas del chavismo. ¿Está preparado el país para acoger el éxodo?

¿Preparados funcionalmente? Sí. ¿Mentalmente? Algo menos. El peruano tiene una memoria muy corta, es una sociedad muy joven. No recuerda que esta llegada masiva de venezolanos tiene su contrapeso histórico con la migración masiva de peruanos a Venezuela en los 80, cuando el Perú estaba en ruinas, justamente por políticas económicas parecidas a las del chavismo.

En un inicio, el peruano recibe como un hermano a los venezolanos. Los acogemos. Hacemos gala de esta tradición peruana de acoger al extranjero. Los peruanos somos culturalmente muy promiscuos: digamos que acogemos, procesamos y entregamos productos nuevos. Pero de pronto, cuando ya empiezan a aparecer políticos o medios demagogos que dicen que demasiado venezolano quita trabajo, empiezan a darse estos síntomas.

Ahora mismo, en la prensa peruana, ya puedes ver que tal banda de venezolanos cometió tal delito. O que fulana venezolana propició un asesinato pasional. Cuando la nacionalidad es parte del titular, uno debe empezar a preocuparse, ¿no?

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Foto: Carola Melguizo | The Objective

¿Es posible la concepción de una América Latina estable?

La posibilidad está relacionada a la posibilidad de la institucionalización de los países. En Perú, que históricamente va años por detrás de México, puedes prever lo que va a ocurrir. No hay una legislación clara a nivel electoral, a nivel de partidos, para deslindar el financiamiento de los partidos políticos. Mientras no haya una línea clara vamos a estar a merced de lo que quiera hacer el narcotráfico, infiltrándose en las decisiones que rigen nuestras vidas.

En Estados Unidos estamos viendo una deriva hacia el cierre de fronteras y el aislamiento comercial, también un mensaje muy duro contra los migrantes latinos.

Yo creo que el mundo siempre se ha debatido entre péndulos, de un extremo a otro. A veces tenemos suerte de encontrarnos en la mitad del movimiento pendular. Yo no creo en el nacionalismo. Creo que la historia demuestra que mientras más libre ha sido el mercado y el ser humano para intercambiar conocimiento, tecnología, etcétera, mejor nos ha ido como especie. El nacionalismo está muy ligado a un sentimiento tribal, primitivo, que líderes políticos muy zamarros, muy zorros, saben aprovechar a su favor. No será la primera ni la última vez que aparecerá un Trump o un Chávez.

¿Cómo le vino este libro a la cabeza?

En realidad el germen de esta novela es muy distinto de lo que se puede leer en su versión final. Yo quería hacer una historia familiar basada en los almuerzos que tengo los miércoles en la casa de mi familia con mi madre y mis hermanos. Mi hermano mayor es músico y es lo más parecido a Dani de los Ríos, el protagonista. Ese ser loco, bipolar, casi como Micky Rourke en El luchador. Yo tengo un hermano así. Le pedí una autorización para escribir una novela inspirada en él y él se puso feliz de la vida.

Cuando estaba en ese proceso, cuando la novela estaba muy direccionada hacia este personaje, alguien me sugirió que el papel de la hija debía crecer. Le hice caso, indagué, y creció toda la rama de la aventura de supervivencia de Trinidad. Creo que lo que ha ocurrido es que dentro de mí habitaba un machista que quería dejar de serlo, y también un padre de tres mujeres que tienen que vivir en esta sociedad machista.

Usted es publicista. He visto que le sacan el tema a menudo.

Sí, es uno de los oficios que tengo. Yo desde niño he sido un narrador. Escribía en la máquina de escribir de mi padre, pero por avatares que pongo en mi primera novela, La furia de Aquiles, me vi de pronto dedicado a hacer publicidad. Direccioné ese talento narrativo que tenía a objetivos comerciales. Más adelante fueron objetivos institucionales o sociales, pero de alguna manera ligados a la comunicación. Llegó un momento en mi vida en que más pudieron las tripas, supe que debía dejarlo. En mi país todavía me preguntan mucho por temas de comunicación: antes de ser conocido por ser escritor, era conocido por hacer campañas sociales o publicitarias. Y eso ha sido como una mochila doble: por un lado, era conocido y, por otro, era conocido por dedicarme al vil oficio de hacer publicidad. Creo que es un asunto que se ha zanjado, afortunadamente.

Igual que el periodismo tiene sus armas sobre la literatura, ¿las tiene también la publicidad?

No, yo creo que en realidad son disciplinas muy distintas. Sinceramente, lo que podría ser recomendable para la publicidad no tendría por qué serlo para la literatura. Por una sencilla razón: la publicidad tiene que ser muy clara en lo que dice. La literatura, cuando menos panfletaria sea, mejor. La literatura no puede dejarte consignas, debe dejarte preguntas: las respuestas están en cada lector.

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Foto: Carola Melguizo | The Objective

¿Cómo le vino esa pasión por la literatura?

Tengo dos teorías. La primera es que yo siempre fui un niño muy tímido y que no lograba conectar con los demás oralmente. Cuando descubrí la lectura y la escritura, pude comunicar mis sentimientos a través de notas que dejaba a mi abuela o a mi padre con cosas de las que no me atrevía a hablarles.

La segunda es que como era un niño muy tímido y vivía en un barrio muy feo, la lectura me sirvió de ventana para salir de allí. Leer mucho siendo un chico tímido hizo crecer en mí un mundo interior que de pronto me llevó a tratar de exponerlo. Lo que no quita que todo escritor sea, en el fondo, un exhibicionista.

¿Cómo era de feo aquel barrio?

Yo soy hijo de padres provincianos en este Perú centralista donde Lima es el centro de todo. Mi padre es de Cajamar, una ciudad en el norte, en los Andes, donde el último inca fue abatido. Mi madre es de la Amazonía de Quitos, tiene unos genes muy marcados. Yo nací en Lima, y a los tres o cuatro años mi padre me dijo que nos íbamos a Trujillos, una ciudad muy pequeña en ese momento, costeña, y por una locura suya nos hizo vivir en un mercado mayorista: sórdido, lleno de borrachos, de locos, calatos, desnudos. Fue ahí, en ese depósito de puerta metálica, donde empecé a tener contacto con una realidad sucia, pero también con la lectura y la escritura.

¿Qué autores recuerda de aquella época?

Julio Verne. Esa necesidad de viajar, de salir, de conocer mundo a pesar de estar en un entorno poco amable, se lo debo a Julio Verne. Ricardo Palma, que es un escritor peruano que inventó un género literario que se llama las tradiciones, me hizo viajar en el tiempo, por la historia. De un poco más grande descubrí autores peruanos como Oswaldo Reynoso o Alfredo Bryce Echenique, que me hicieron darme cuenta de que la literatura no tenía por qué ser militante, o prorrevolución, o anticapitalista, sino que podía encontrar personajes con los que podía identificarme: chicos que tienen problemas con sus padres, que tienen problemas de identidad, que tienen ganas de masturbarse.

Descubrirlos fue una puerta maravillosa, hermosa, que empato después cuando descubro a Julio Ramón Ribeyro, que es probablemente el mayor cuentista peruano. Yo creo que, sin querer, he querido emular esa forma sencilla y elegante que tenía de mostrarte las vicisitudes de sus personajes. Cosa que yo, obviamente, no he logrado. Más adelante, en la adolescencia, me enamoré de toda la corriente rioplatense –Julio Cortázar, Borges, Felisberto Hernández–, de lo maravilloso de García Márquez y el Boom…

Ahora soy un lector de buffet y llega el momento de hacer una confesión: con el tiempo he llegado a olvidar lo que leo. No te puedo citar ni autores ni párrafos. Sería un pésimo profesor de literatura. Envidio a quienes pueden hacerlo.

Hace poco me dijo una amiga que había dejado de leer novelas, que ahora lee ensayos y otras cosas.

Me parece muy sabio porque hoy en día digamos que la maquinaria literaria no privilegia precisamente la calidad, quizá más la influencia del autor: vivimos en la época de los influencers.

¿Coincide en que estamos faltos de referentes en la literatura?

Hay falta de referentes en todas las disciplinas posibles. De ahí que la humanidad esté ávida, hambrienta, de figuras a quien seguir y adular. La juventud está siguiendo por Instagram a gente que puede resultar estúpida.

El otro día, con un grupo de amigos, empezamos a decir: “Oye, ¿cuál ha sido la última gran banda que llenaba estadios que tú recuerdes? Desde U2 o yo qué sé”. Empezamos a decir algunas, y había quien saltaba: “No, esa es más de festival”. Entonces yo me daba cuenta de que en realidad la manera de masificar la producción cultural ha cambiado en los últimos 15, 20 años. Es natural que haya cambiado la forma de encontrar referentes. La irrupción de internet ha hecho que la gente busque específicamente lo que conecta más con él. La época de los referentes masivos ha debido terminar, igual que terminó la época de las bandas que llenaban estadios, como hacía Queen con Wembley.

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Foto: Carola Melguizo | The Objective
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