Javier Pérez Andujar: “La cultura popular ni mola ni deja de molar, o es tu cultura o no lo es”
‘La noche fenomenal’ es la nueva, hilarante e inteligente novela de Javier Pérez Andújar, quien, una vez más, demuestra ser uno de los mejores prosistas de nuestras letras.
Unos amigos se reúnen en torno a una mesa redonda para realizar un programa de radio sobre fenómenos paranormales, algunos tienen lugar en una Barcelona en la que, inexplicablemente, aparecen personajes provenientes de otra Barcelona, de una Barcelona paralela. En este escenario, encontramos Carl Malone, escritor de novelas del oeste, a un profesor de dibujo que cree haberse convertido en Walt Disney, a Paulina, especialista en civilizaciones desaparecidas o a Hermosilla, el editor de una revista esotérica. Este es el punto de partida de La noche fenomenal, la nueva, hilarante e inteligente novela de Javier Pérez Andújar, que, una vez más, demuestra ser uno de los mejores prosistas de nuestras letras.
Ha afirmado que con esta novela ha querido regresar a la ficción pura, en parte cansado de las lecturas sociológicas que se han hecho de sus anteriores trabajos.
En parte sí, aunque estoy convencido de que mis libros anteriores son también de ficción, si bien no tengo manera de demostrarlo. Por esto, he querido dar un paso más hacia la ficción y, cuanto más me acerco a ella o a aquello que se entiende por ficción, más cómodo me siento. Las lecturas sociológicas de las que quiero escapar no son aquellas que pretenden dar un contenido político a los libros, pues me importan bien poco este tipo de interpretaciones. Lo que no quiero es que el libro quede impregnado de un contenido sociológico y testimonial que no tiene. Yo escribo de mí, pero mis libros no quieren ser ni testimonio ni denuncia de nada.
¿Se le exige a la literatura que sea el altavoz de algo, el testimonio de algo?
La trampa está en esa frase tan repetida del “quiero algo que me aporte”. La literatura no tiene por qué aportar nada o, mejor dicho, lo aporta en su terreno, que es el literario, pero no con un carnet de complicidades o de asociación de amigos de algo. La masificación de todo está reflejada en la masificación de la literatura: el lector masivo pide cosas que condicionan al libro.
¿Y al autor?
Claro. Es inevitable no estar condicionado por cualquier cosa, por tus relaciones con tu editor y con tus lectores, por tu familia e, incluso, por tu propia obra. Yo estoy convencido de que a Proust todo volumen de En busca del tiempo perdido le condicionaba la escritura del siguiente. Es absurdo pensar que no estamos condicionados. En este libro, me he querido meter en la ficción convencional para salvar la literatura de patrones. Me siento como si hubiera fracasado en mi intento de hacer literatura experimental.
¿Siente que ha fracasado?
Sí, porque tengo que volver a la ficción tradicional para demostrar que lo que hacía antes era ficción.
De lo que no hay duda es que toda escritura es una forma de ficción.
Escribir es ficcionalizar sobre nosotros mismos, sobre la memoria….Cuando escribes y das importancia a las palabras y al fraseo, ya estás ficcionalizando y lo único que te importa es que la frase funcione, que tenga una lógica dentro de tu poética y de tu sentir. Cuando escribes eres capaz de traicionarlo todo, no te importa si lo que escribes es verdad o no, lo realmente importante en la escritura es la escritura en sí: los adjetivos, la construcción de la frase, la sintaxis…
¿El compromiso es, ante todo, con la literatura?
Sin duda, pero más que hablar de literatura, hablaría de escritura. Mi compromiso es con la escritura, porque la literatura no es más que un acuerdo entre la historia y los lectores. Mi compromiso es con el gesto de escribir, con la escritura como acto.
¿Y está igualmente comprometido con la escritura cuando escribe un libro que cuando escribe para prensa?
En principio sí, pero los condicionantes en un periódico son aún más inevitables que en los libros. Si escribes para prensa, se te exige que trates temas relacionados con la ciudad en la que se imprime el periódico y con la actualidad, pero mi actualidad está en otra curva del espacio-tiempo. Mi actualidad puede ser cualquier cosa sobre la que me haya detenido a pensar y puede pasar que no me entere en absoluto de lo que sucede y tiene repercusión. A veces me he visto obligado a enterarme de un hecho de “actualidad” porque se me había pedido que escribiera sobre ello. Esto me pasaba muy a menudo cuando hacía crónica parlamentaria: llegaba al parlamento, no sabía, porque no me interesaba, de qué iba la historia y mis compañeros me ayudaban poniéndome al día. Me interesaba escribir crónica parlamentaria solo porque me permitía acercarme un género literario que han practicado muchos autores de ficción como Wenceslao Fernández Flores o Azorín. Si a mí me ha interesado la crónica parlamentaria es por lo que tenía de teatrillo y por lo que tenía de representación de la condición humana.
El humor siempre ha estado presente en su escritura, pero aquí es particularmente evidente.
Sin humor no puedes hacer nada. En este caso, necesitaba recurrir al humor para hablar de la ciencia paranormal, porque, de lo contrario, habría parecido una novela de género. Y no es una novela de género, mejor dicho, sí lo es, pero no tiene nada que ver con la ciencia-ficción. Esta es una novela de caballerías: tenemos una mesa redonda en la que se hace el programa, el director es el Rey Arturo y los colaboradores son los caballeros. Cogí el esquema y escribí encima del molde de la novela de caballerías, que está en los orígenes de la ficción occidental.
Y, como en las novelas de caballería, recurre a un mundo simbólico para narrar una historia ambientada en un tiempo y en un contexto determinado.
La literatura no puede hacer otra cosa que explicar historias a través de imágenes y palabras. Muchas veces los especialistas quieren ver en las novelas del ciclo artúrico la realidad de la época, pero creo que es un poco aventurado; lo que se puede ver es el espíritu de la época, pero no mucho más. Por esto insisto en la necesidad de liberarse de la sociología. Lo que yo veo en las novelas de caballería es cómo escribían los autores de la época, cómo concebían la escritura y cómo era el mundo mágico en el que se desenvolvían.
¿El interés actual por los temas paranormales explica cómo somos?
Explica nuestros miedos y nuestras preocupaciones. Lo paranormal forma parte del pensamiento mágico en el que estamos atrapados desde siempre, a pesar de que, desde la ilustración, el poder ha admitido el pensamiento racional. Sin embargo, aun así, el pensamiento mágico nos va a hacer compañía siempre. Desde que la razón manda, al pensamiento mágico lo admitimos solo por puertas traseras y los disfrazamos con etiquetas pseudocientíficas como la de “psicoanálisis”, pero hablamos siempre de lo mismo. Dicho esto, si bien nunca he creído en ellas, las ciencias paranormales me han fascinado desde siempre, sobre todo desde que empecé a ver los programas de Jiménez del Oso, cuya personalidad me atrapaba. Nadie me ha vuelto a encantar y a fascinar tanto como él y, de hecho, la novela es en parte un homenaje a él. Ver Jiménez del Oso y creer en lo paranormal significa viajar al conocimiento de algo que no conoces. Yo no me creo nada de ese algo por descubrir, pero el viaje vale la pena.
Y si hablamos de lo no racional, habría que hablar de las expresiones relacionada con el sentimentalismo y la visceralidad, pero también de la fe religiosa.
La impulsividad y los sentimentalismos son muy peligrosos; creo que la razón está para ponerla por delante. Por lo que se refiere a la religión, es una forma institucional de pensamiento mágico. La religión católica lleva dos mil años, ¡tampoco es tanto! Fíjate cuánto duró el paleolítico, no hay comparación posible. Lo que pasa es que la religión católica se ha montado un imperio, que, sinceramente, no creo que vaya a durar mucho.
En la novela, observa cómo la ciudad está expulsando a sus habitantes de siempre a través de la gentrificación y la especulación inmobiliaria.
La novela empieza precisamente con la expulsión de una librería del centro de Barcelona. El hecho de comenzar la novela en la librería Jaimes de Barcelona no fue algo premeditado, pero sí quise explicar la historia en torno a la librería y a su expulsión del centro. No se trataba de buscar ningún tipo de justicia, sino de narrar la intensidad dramática de este suceso: que una librería francesa situada en la zona más cara de la ciudad tenga que cambiar local porque no puede permitirse seguir manteniendo el alquiler es una situación dramática que había que contar. Además, a través de esta historia queda reflejada la ciudad. Como te decía antes, como escritor, me importa que las palabras lo reflejen todo. No escribo para denunciar cómo es la ciudad, sino para reflejarla.
Es decir, huye de la literatura de panfleto.
Claro. Cuando Balzac escribió Papa Goriot no lo hizo para denunciar algo en concreto, él quería narrar una figura humana que lo había impresionado y que había llegado a comprender. Cuando entiendes en profundidad a una persona, comprendes toda la vida. Y esto es lo que le pasa a Balzac: ha comprendido a Papa Goriot, lo conoce y a través de la narración que nos hace de él nos narra todo.
En alguna ocasión, ha comentado no solo su gusto por la llamada gran prosa burguesa, sino su interés por utilizarla para narrar historias que nada tienen que ver con la realidad burguesa.
Esto lo hice sobre todo en Los príncipes valientes, novela que escribí con frases largas y muchas subordinadas. Se trataba de un gesto irónico, me parecía que sería muy irónico utilizar la gran prosa para narrar realidades que los burgueses desconocen. Nosotros, los que no venimos de la burguesía, tuvimos más suerte que ellos: ellos no conocieron nunca nuestro paisaje ni nuestra cultura, pero nosotros aprendimos en el colegio su lenguaje a través de los libros. Quería contar el mundo de Zola a través de la prosa de Proust. De todas maneras, una cosa es hablar de la prosa burguesa en tanto que estilo y otra cosa es hablar de prosa burguesa en términos sociológicos. Yo, por ejemplo, estoy muy en contra de la etiqueta “novela proletaria”. Para mí existe la literatura y ya está, da igual de dónde venga.
Sin embargo, las etiquetas son más que utilizadas a la hora de catalogar las obras literarias.
Las etiquetas las pone la gente que no lee. Basta leer para darte cuenta de que solo hay literatura, sin división alguna. Una novela puede estar escrita por un obrero o por un burgués, pero si está bien, ¿qué te importa de dónde provenga su autor? No es ningún valor ni ningún mérito escribir viniendo del proletariado, es solo una circunstancia.
Más allá de las hipérboles, del humor y de lo paranormal, La noche fenomenal es una mirada sobre Barcelona y, sobre todo, sobre la Barcelona de Pérez Andújar.
A veces pienso que me gustaría escribir una novela para liberarme de Barcelona, pero ¿dónde la ambiento? ¿En París? ¿Y con qué derecho? Si has estado cuatro veces en París en toda tu vida, ¿qué podrás narrar de ella? Tienes que escribir de lo que estás hecho. Claro que Salgari se inventaba novelas en los mares del sur, pero antes había una ingenuidad que hoy es impensable. Yo siempre he escrito de lo que soy. Si hubiera nacido en Segovia, escribiría sobre el acueducto y, si hubiera nacido en Versalles, hubiera escrito sobre sus jardines. Escribo sobre lo que conozco, escribo desde donde me siento más cómodo, porque si me siento cómodo, me siento también libre. Por esto escribo de la parte de Sant Adrià en la que me crié y escribiendo sobre mi barrio escribo sobre mí. La gente se piensa que en mis novelas hay una defensa del barrio, pero no es así: escribo sobre mí y sobre mi entorno más cercano.
¿Qué piensa sobre la idea de Barcelona y de su “gran novela”?
Para que haya la gran novela de una ciudad antes debe haber una gran ciudad. La novela siempre será proporcional a la ciudad sobre la que se escribe. Hablar de la gran novela de Villadiego es tan pretencioso como hablar de la gran novela de Barcelona, que es una ciudad que tiene sus limitaciones espacio-temporales e históricas. La novela de Barcelona da lo que da de sí Barcelona. No podemos comparar la gran novela de Nueva York o la gran novela de París con la gran novela de Barcelona.
En una entrevista afirmaba: “Prefiero que un medievalista desprecie la cultura popular a que un esnob se la apropie”.
Estoy bastante de acuerdo con lo que dije. La cultura popular es mi sistema simbólico. Con ella he creado mi sistema metafórico-literario y lo he hecho porque no tenía otra opción si quería ser honesto conmigo mismo. En la Edad Media, el mundo simbólico era el mundo religioso y el mundo real era el mundo del campo, de la naturaleza. En mi caso, mi mundo simbólico es la cultura popular y el mundo real es la periferia de la ciudad. Recurrir a la cultura popular no es un gesto de añoranza, es trabajar con mis materiales y con mi simbología. Debería hacerse la prueba de algodón y comprobar si esa persona que utiliza la cultura popular lo hace porque es la suya o por simple moda. Hay gente que por haber leído El Capitán América se piensa que la cultura popular mola, pero ni mola ni deja de molar, o es tu cultura o no lo es.
Los tebeos forman parte del material literario de esta novela y de sus trabajos anteriores.
Porque crecí y me formé leyendo tebeos, pero hoy los tebeos ya no existen. Aquí sí que soy marxista: cuando desaparecieron los kioscos, desaparecieron los tebeos. Ahora se habla de novelas gráficas, que se venden en librerías y no en los kioscos. La gente cree que sigue leyendo tebeos, pero, en realidad, lo que leen muchas veces son manuales de autoayuda con dibujitos. El lector de tebeos era un lector infantil o un lector adulto que simplemente quería pasárselo bomba. El lector de hoy es el que quiere trascender o quiere tener una casa como dios manda y en su estantería de Ikea lucir una novela gráfica de 40 euros. Han cambiado los lectores y han cambiado los precios: el primer Mortadelo que compré valía seis pesetas, lo mismo que un billete de autobús.
Y ahora no se habla de tebeos, sino de novela gráfica.
Es honesto haberle cambiado de nombre, porque no son tebeos. Por esto no me gustan, a mí las novelas me gustan con letras, no con dibujos.