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Cultura

Desde mi ventana: Los Errantes

Delirios, aforismos y microrrelatos inspirados por el confinamiento

Desde mi ventana: Los Errantes

En The Objective tenemos el placer de publicar en exclusiva los primeros capítulos del nuevo proyecto literario del novelista Álvaro del Castaño, Desde mi ventana, escritos en Londres durante los días de cuarentena.

***

Desde mi ventana: Los Errantes

 

El ruido atronador de la Harley Davidson me perforaba los tímpanos, reverberando contra los ladrillos de las casas que me rodeaban, pues tenía abierta la ventana del salón. Bajo el potente sol de esta primavera londinense, el estruendo de ese escape golpeaba mi tinnitus. Malditos imbéciles, me dije repetidamente. Tan imbéciles como yo mismo, me recordé, pues yo también tenía una moto que hacía el mismo ruido o más. Pero no es lo mismo ser la víctima que el culpable. Estar al mando del pecado venial es una pequeña debilidad, pero sin embargo, sufrirlo es de inútiles. 

Llevaba todo el día mirando por el bow-window esperando a que llegara. Estaba muy ilusionado, y hacía tiempo que no estaba tan nervioso. Esta visita sería su primera, y esas cosas nunca se olvidan. La primera vez, el primer encuentro, es el que deja una profunda impresión. Las segundas partes son para remediar y apuntalar. Miraba repetidamente, girando la cabeza de una esquina a otra tratando de adivinar el porvenir.  Al ser su primera visita era raro que decidiera llegar tarde. Pero como yo no sabía nada concreto, por ende, no conocía la hora a la que tenía que llegar. De hecho, tampoco sabía cómo se nos aparecería. 

Esta incertidumbre me hizo recordar las palabras de Winston Churchill sobre Rusia: no puede adelantarle sus acciones. Es un acertijo, envuelto en un misterio, dentro de un enigma, pero quizá haya una clave…

Desde la conmoción del advenimiento del confinamiento, yo había pasado por muchas fases psicológicas o estados de ánimo, como imagino que le pasó a todos mis co-confinados. Claramente la primera etapa es la más sencilla de describir: es la de incredulidad. Consistía en la entrada en el bucle de la inconformidad, la acción de repetirse a uno mismo que esto no nos podía pasar a mí y “nosotros”. Ese sentimiento de superioridad occidental. La pandemia era una cosa de esos chinos, pensé con ironía, castigando nuestra estereotipada manera de pensar. Había que ser imbécil, ¿cómo es posible pensar que el virus solo atacaría a los asiáticos y no a los occidentales? Ese complejo de superioridad que tenemos en occidente, hay que mirárselo rápidamente cuando acabe esto, me dije moviendo la cabeza con resignación.

La segunda fase, fue la del “pico”. Si la del pico de hiperactividad. Había que hiper-documentarse, abastecerse de comida como un energúmeno, parapetarse en casa para tele-trabajar. Era la fase logística, que consistía en prepararse para la batalla, equiparse de teclados, pantallas, sillas ergonómicas, y lo que hiciera falta para afrontar la guerra. Es la fase de respuesta, de supervivencia para la que el ser humano siempre tiene el instinto. Es la llamada a la salvación, el sálvese quien pueda, pero que me salve yo (y mi familia) primero por favor! Si uno era previsor como es mi caso, estaba obligado ir un paso por delante de los demás. Hicimos todo para que pudiéramos equipar el hospital de campaña doméstico. Había que afrontar la economía de guerra.

La tercera, al menos en mi caso, era la de afrontar los retos y las consecuencias profesionales. Era la fase del análisis, la de volcarse con los clientes. Había que estudiar cómo sufrirían estos las consecuencias de todo lo que estaba pasando. Fue el momento de examen del conciencia, el de pensar si yo había hecho todo lo posible para preparar la llegada, eso sí, absolutamente inesperada, de este acontecimiento. Repasaba cada caso, uno a uno en mi mente todas las noches. Falta de sueño, angustia, preocupación, preparación de plan de reacción y plan de re-reaccion. Una vez se vio que esto era inevitable, que estábamos instalados en la nueva realidad, esta fase también fue difuminándose para dar pie a la siguiente.

¡Maldita cuarta fase! Se me empezaba a ser cuesta arriba. Pasó la excitación, pasó la construcción de las barricadas. Poco a poco todo acababa en la apatía, y en algunos casos en la leve depresión. Si señores, La Belle Epoque se había acabado. La deriva conducía y desembocaba inexorablemente al triste análisis de las consecuencias de todo ello. Obviamente siempre empezando por uno mismo, el burro delante para que no se espante! Es la etapa de aflicción, la de las preguntas contraproducentes, la de la inquietud.

Y así, entrando en bucle hasta la saciedad y la melancolía infinita. Pero gracias a Dios, todo sigue fluyendo y si uno es moderadamente resistente, si la vida le ha golpeado repetidamente donde más le duele, uno sabe salir del hoyo. Es la esencia de la famosa resiliencia. Solo cuando uno ha superado grandes obstáculos, situaciones de estrés agudo, y/o amenazas a su propia existencia, es cuando uno sabe realmente de qué pasta está hecho. Si uno es capaz de remontar la situación o por el contrario, ceder y hundirse en el fango. El experto “resiliente” es el que sabe que es él mismo y no sus circunstancias, el que influye en sus propios resultados: todo está en sus manos. Además el “resiliente” profesional ve una contrariedad o un problema como una oportunidad para aprender y crecer, para mejorar su propia situación y aventajar a los demás. Salir del hoy es también inevitable. 

En mi caso, afortunadamente, y gracias a las desgracias y contratiempos que había sufrido en mi vida, estaba ya instalándome lúcidamente en la quinta fase: la de la expectativa. Estaba expectante, nervioso, ávido de novedades, a la espera de un desenlace. Como el depredador agazapado esperando a su presa, pendiente de todo movimiento dentro y fuera de la casa. Es la “hipótesis del cazador” e ser humano.

Escrutaba el exterior de la casa pendiente de cualquier señal que me pudiera dar una pista. Se acercaba la hora, era inevitable. 

Nosotros éramos Los Errantes. Nuestras raíces solo tienen sentido junto con la tierra en la que enraízan. Estas pueden morir en algún momento, pero sin embargo el alma sí tiene la capacidad de volar. El alma no depende del confinamiento, sino de su habilidad para vagar por el cosmos. En todo caso, deberíamos echar raíces en las preguntas: esperábamos al Mesías? Pero no sabíamos a cuál. Esperábamos un desenlace, pero no había quien nos diera una esperanza.

 

Antes que suene el presuroso timbre

Y abran la puerta y entres, oh

Esperada

Por la ansiedad, el universo tiene

Que haber ejecutado una infinita 

Serie de actos concretos […]. 

(Jorge Luis Borges)

 

***

ÍNDICE

Capítulo 1: Tempus Fugit

Capítulo 2: Mi casa es mi castillo

Capítulo 3: La belleza de la amistad se encuentra levemente implícita

Capítulo 4: Mirada furtiva. Un cuento

Capítulo 5: El gran desnivel

Capítulo 6: Inés

Capítulo 7: Una idea original

Capítulo 8: Morir solo

Capítulo 9: Atroz

Capítulo 10: Ángeles

Capítulo 11: Miedo

Capítulo 12: Los Errantes

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