Y Gregory Peck soñó por Dalí. La curiosa colaboración del pintor con Alfred Hitchcock
En 1945 Salvador Dalí diseñó parte de los decorados de Spellbound, película de Alfred Hitchcock que tenía como leitmotiv principal el psicoanálisis y los sueños
Sigmund Freud despreciaba a los surrealistas, a pesar de ser considerado por ellos su santo patrón, pues este movimiento estético partía del estudio de los sueños y del subconsciente. Salvador Dalí se empeñó en conocerlo, así que se viajó varias veces, en vano, a Viena. En 1938 consiguió su objetivo en Londres. Freud, en carta posterior al escritor Stefan Zweig, reconocería que el español le había hecho cambiar su opinión sobre este movimiento.
Dos años después, el pintor catalán, que ya gozaba de fama mundial, arribó a los Estados Unidos, huyendo de la guerra en Europa. Muy interesado en el poder de influencia cultural que veía en Hollywood, el polifacético artista, que ha había hecho cine junto a Luis Buñuel (Un perro andaluz en 1929 y La edad de oro en 1930), empezó a coquetear con los hermanos de Marx y con Vincente Minelli, pero fue finalmente el genio del suspense, Alfred Hitchcock, el que recurrió al español para unir su nombre al de un nuevo proyecto: Spellbound (1945), que tenía al psicoanálisis y a la interpretación de los sueños como parte fundamental de la trama. En España se estrenó bajo el nombre de Recuerda. Hoy está disponible en el catálogo de Filmin.
Según el afamado crítico Peter Bogdanovich parece ser que Hitchcock buscó en Dalí una forma de lanzar comercialmente el proyecto, de hecho la unión de ambos intelectos se anunció en la prensa antes de que empezasen a trabajar juntos. Dalí gozaba entonces de una fama que hoy sería impensable para un pintor. Había salido en la portada de Time, retratado por Man Ray, y acudía a fiestas con lo más granado del star-system americano.
Los dos genios se entendieron a la perfección desde un primer momento. El guion de la película secuenciaba varias escenas oníricas que debían parecer reales, por lo que Dalí era el más adecuado para convertir los sueños en cine. Así, el pintor dibujó unas cortinas con ojos, paisajes desérticos y ruedas derretidas, que nos recuerdan a obras icónicas del pintor, y que acabaron formando parte del subconsciente de Gregory Peck, protagonista, junto a Ingrid Bergman, del film.
La historia narra la aparición en un psiquiátrico de un enfermo mental que se hace pasar por un reputado doctor desaparecido. El amor, del personaje de la Bergman, y el psicoanálisis, de la que ésta es defensora, acabarán, a través de la interpretación de los sueños, curando al protagonista y resolviendo el crimen que se escondía tras su amnesia.
La secuencia ideada por Dalí resulta una parte fundamental de la película, pues a través de ella se responden a muchos de los interrogantes que surgen a lo largo de la historia, destacando la aparición de unas cortinas plagadas de ojos que acaban siendo rasgadas por una enorme tijera, un guiño sin duda a la escena más famosa de Un perro andaluz. El pintor ideó junto a Hitchcock una serie de cinco escenas, que duraban aproximadamente unos veinte minutos. Cuando el trabajo estaba listo, David O. Selznick, el productor, creyó que aquello no resultaba muy atractivo para el espectador medio, por lo que recurrió a William Cameron Menzies, con el que había trabajado en Lo que el viento se llevó, para que volviese a grabar de nuevo las escenas usando, eso sí, los decorados de Dalí. Al final, el sueño daliniano de Gregory Peck se redujo a dos escenas que no llegan ni a tres minutos, pero que constituyen el testimonio de la unión de dos de los creadores más destacados del siglo pasado.
Sin llegar a convertirse en una de las películas más exitosas del cineasta británico, ni de lejos entre las más recordadas, obtuvo seis nominaciones a los premios Óscar, entre ellas las de mejor película y mejor director. Sin embargo, la colaboración de Dalí, aunque muy bien pagada, dejó al pintor con una sensación agridulce, al no proyectarse las escenas tal y como las concibió en un primer momento, sintiéndose, de alguna manera, fracasado en aquella aventura.
El Destino de dos genios
Poco después fue Walt Disney el que requirió del talento del pintor español, forjándose una curiosa amistad que sobreviviría al paso del tiempo. De ahí surgió Destino, para cuyo proyecto Disney le cedió a Dalí a su dibujante estrella, John Hench, que se encerró en los estudios a realizar cientos de bocetos inspirados por el pintor. Según el experto Ted Nicolau, que comisarió hace algunos años una exposición sobre esta relación artística, la influencia del surrealismo en Disney puede observarse en obras posteriores a esta colaboración, como La Cenicienta (1950), Alicia en el país de las maravillas (1951) o Peter Pan (1953).
Tras tres años de trabajo, y centenares de dibujos, el corto no avanzaba. El catalán consumía ingentes recursos económicos en el proyecto, lo que coincidió, además, con un bache en las cuentas de los estudios Disney. Destino acabó cancelado y durmiendo el sueño de los justos en un cajón de la compañía.
A pesar de ello, la relación entre los dos creadores continuó, hasta el punto de que el matrimonio Disney acabó pasando unos días en Cadaqués en 1957, donde surgió la idea de realizar una película sobre Cervantes, que por desgracia se quedó solo en eso.
Tras la muerte de ambos, Hench, ya muy mayor, convenció a Roy Disney, sobrino del fundador de los estudios, para rescatar el proyecto. El corto por fin vio la luz, siendo nominado a los Oscar de 2003 como mejor obra de animación.