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Un océano de intrigas en cuatro libros

Del lejano Oeste a sus rincones más oscuros, varios autores de entre las últimas publicaciones literarias bucean al fondo de nuestros mares para desvelar sus tesoros ocultos y sus secretos más inquietantes

Un océano de intrigas en cuatro libros

Pietro de Grandi | Unsplash

Como el canto de una sirena, el mar teje una red sobre la literatura. Allí no hay normas, nos dicen quienes alguna vez se han aventurado al fondo de sus entrañas. Tampoco hay mapas ni cruces que adviertan de los dragones y de los peligros de sus profundidades. De Melville a Verne, muchos han sido los escritores que, a lo largo de los siglos, se han dejado seducir por las intrigas del mar, ese universo inexplorado que ocupa más del 70% de la superficie de la Tierra.

Hipnótico y cautivador, el océano, que inquieta y tranquiliza, guarda bajo sus tripas tesoros inimaginables, misterios por resolver e historias tan fantásticas como terribles. Cruel y despiadado a veces, intensamente enigmático y mágico, hasta sus aguas llegan varios libros publicados en los últimos meses dispuestos a desvelar algunos de sus mejores misterios.

Decía Aristóteles que en el mundo existían tres tipos de hombres. Los vivos, los muertos y los que se hacen a la mar. Intrigado por ese universo que se esconde tras los límites de la tierra, el periodista de The New York Times y National Geographic Ian Urbina se aventuró durante más de cinco años por aquel universo marítimo sin patria y sin ley. El resultado fue una recopilación de sus mejores reportajes que ahora publica Capitán Swing en Océanos sin ley.

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‘Océanos sin ley’, de Ian Urbina.

El nuevo salvaje Oeste

El mar, escribe en sus páginas el reportero, «es una metáfora de la infinitud y un lugar con la forma más pura de libertad, claramente alejado de intromisiones gubernamentales. Una huida para algunos, el mar es una cárcel para otros. Plagado de tormentas devastadoras, expediciones condenadas, náufragos y pescadores obsesivos, el canon de la literatura marina ofrece una imagen vibrante de un espacio acuático salvaje y de sus indomables pícaros solitarios».

Como el salvaje Oeste, su mar, al menos, es un lugar fuera de la ley. Un páramo de aguas con auténticos vaqueros como la médica neerlandesa Rebecca Gomperts que recorre el planeta en su barco practicando abortos en lugares donde está penalizado. Sheriffs como el capitán Peter Hammarstedt y su persecución épica, a lomos del barco ecologista Sea Shepherd, al pesquero furtivo Thunder durante más de 110 días por 500 millas náuticas, tres océanos y dos mares.

El mar de Urbina es una cárcel y un hogar habitable en medio del océano como la micronación que creó Roy Bates, el principado de Sealand, en 1942. Traficantes, contrabandistas, piratas, cazadores furtivos o polizones se entremezclan por estas páginas a veces estremecedoras que cuentan realidades escalofriantes como la de Lang Long, encadenado, explotado y vendido como un esclavo de un barco a otro por cifras de poco más de 500 dólares hasta que consiguió su liberación.

Las leyendas de los mares

De esas aguas a otros mares, en su Atlas de infortunios en el mar (GeoPlaneta) Cyril Hofstein entona los susurros del océano. Su libro es testigo de las leyendas que se cuentan los marinos entre ellos cuando el agua está en calma. Historias o supersticiones como la de El holandés errante, inspirada en el suceso real de Bernard Fokke. «Este navegante extraordinario, famoso en su época —explica Hofstein en su libro—, era conocido, en efecto, por haber ido de Ámsterdam a Java en tres meses y cuatro días, es decir, casi dos meses menos de lo habitual». Sin embargo, «no hubo locura, maldición o fantasma», tercia el autor, aunque «en 1835 un capitán británico afirmó haber visto un navío que se le echaba encima…. Y que desapareció misteriosamente».

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‘Atlas de infortunios en el mar’, de Cyril Hofstein.

Como cuentos populares, Hofstein repasa en su libro estas y otras historias que mezclan hasta fundir la realidad con la ficción. Cincuenta años después de que Edgar Allan Poe escribiera Las aventuras de Arthur Gordon Pym, donde narraba la malograda historia de varios marineros que para sobrevivir decidían comerse a uno de ellos, los tres náufragos del yate Mignonette fueron juzgados por haberse comido a un grumete de 17 años que, en una escalofriante coincidencia, respondía al nombre de Richard Parker, el mismo que el personaje devorado en el relato de Poe.

Coincidencias aparte, a este Atlas de infortunios, como al mar, no le faltan tampoco sus tesoros. Entre sus páginas hay espacio para la historia del buque Vrouw Maria, por ejemplo, hundido el 9 de octubre de 1771. Encontrado al suroeste de Finlandia en 1999, dos siglos después de hundirse, el barco transportaba, entre otras muchas cosas, una treintena de lienzos embalados en cilindros herméticos de algunos de los mejores artistas del Siglo de Oro holandés. Estas obras, que, se dice, incluían piezas de Paulus Potter, Gerard ter Borch, Gabriël Metsu, Isaac Koedijck o Philip Wouwermans, habían sido adquiridas por Catalina de Rusia en una subasta en Ámsterdam unos meses antes de que el barco se desvaneciera.

«Poco salado, oscuro y frío, el mar Báltico es un auténtico conservatorio para las materias orgánicas —explica el escritor—, y los arqueólogos están convencidos de que las pinturas, si siguen a bordo, han de estar en buen estado». Tal vez porque un misterio vale más por lo que oculta que por lo que es, declarado tesoro nacional, vigilado día y noche por las autoridades finlandesas, su secreto, no obstante, aún permanece sellado.

Groenlandia, un mar de hielo

No obstante, si existe un lugar en la tierra cuya soberanía pertenece al mar, nos recuerda William E. Glassley, ese es Groenlandia. «La isla está, en consecuencia, definida de manera esencial por el agua. Sólo cuando uno hace suya esa realidad es capaz de percibir lo inesperado. Resulta fundamental comprender hasta qué punto el agua y la roca comparten un mismo origen», escribe en Un tiempo más salvaje. Publicado por Errata naturae, en este libro, Glassley relata su expedición por la isla, uno de los lugares más inexplorados por el ser humano, donde aún se conservan advertencias de zonas nunca cartografiadas.

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‘Un tiempo más salvaje’, de William E. Glassley.

De hecho, Glassley no será el único explorador que se atreva a adentrarse literalmente por los confines de esta isla. En Hielo. Viaje por el continente que desaparece (Gatopardo) Marco Tedesco dibuja su propio mar congelado. «El fluir del hielo es un fenómeno poco conocido —revela—. Muchos creen que el hielo de Groenlandia está inmóvil, estático. Materialmente inanimado. En realidad, es todo lo contrario. Como los antiguos griegos nos enseñan, panta rei: todo fluye. Y el hielo también, como un río denso que discurre por efecto de su propio peso». Entre el oleaje de sus páginas, por ejemplo, se nos recuerda la existencia de un cañón de 800 metros de profundidad y una anchura de aproximadamente diez kilómetros. Oculto bajo el hielo groenlandés, se trata este del cañón más largo de la Tierra.

La vida bajo el mar

¿Y qué pasa con sus seres vivos? Aunque no del todo desconocidas para el ser humano, tal vez, habrá quien se sorprenda de que una anguila simbolice una de las mayores incógnitas del océano. Al menos, sus enigmas le sirven al sueco Patrik Svensson para construir un interesante y absorbente ensayo sobre este misterioso animal cuyo destino parece ineludiblemente unido al del mar de los Sargazos, ese mar dentro del mar, sin fronteras terrestres, delimitado por cuatro corrientes. Ganador en 2019 del premio literario más importante de Suecia, el August, el escritor nos redescubre en El evangelio de las anguilas (Asteroide) durante sus más de 270 páginas a este fascinante ser que durante siglos ha obsesionado también a intelectuales como Aristóteles o Freud.

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‘El evangelio de las anguilas’, de Patrick Svensson.

«Nadie ha visto cómo se reproducen las anguilas, nadie ha visto a una anguila fecundar el óvulo de otra anguila y nadie ha conseguido que las anguilas se reproduzcan en cautividad —señala Svensson—. Creemos saber que todas las anguilas nacen en el mar de los Sargazos, puesto que ahí es donde se han encontrado los ejemplares más pequeños de las larvas en forma de hoja de sauce, pero nadie sabe con certeza por qué la anguila se empeña en reproducirse allí y solo allí. Nadie sabe con certeza cómo superan el largo viaje hasta el mar de los Sargazos, ni cómo se orientan para llegar a él».

Pero las anguilas no están solas. Otros seres fascinantes del reinado marítimo se deslizan por estas páginas como los tardígrados. También conocidos como ositos de agua, estas criaturas microscópicas de ocho patas han sobrevivido a los dinosaurios y «son tan coriáceos que incluso resisten en ambientes extraterrestres», reflexiona Tedesco en Hielo. «Se lo puedo congelar, se lo puede hervir, se lo puede aplastar, se lo puede privar durante años de agua y comida, y siempre volverá a la vida».

No en vano, como admite Svensson, «los seres vivos más antiguos que conocemos son criaturas que tienen su origen en el mar». Desde la almeja Ming, que llegó a tener 507 años a las conocidas como esponjas vítreas, con una antigüedad de seis mil años. El mar, ese «inmenso desierto donde el hombre nunca está solo», en palabras de Julio Verne, se nos revela también como un espectáculo de magia, compuesto por invertebrados marinos, «bailarines de un lento ballet en la suave corriente», describe Glassley en Un tiempo más salvaje. Rodeado por ellos, «como si fueran los filamentos de algún arcoíris revolcándose en el agua clara», el geólogo se sumerge en «un mundo de magia reluciente y colorista».

«Lo único que podía hacer —dice— era renunciar a la voluntad y dejarme mecer entre ellos. Me tumbé en el barco, con la cabeza asomada por la popa, y me dediqué a contemplar aquel espectáculo mudo de luz y color».

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