Después del Premio Goncourt 2015 que obtuviera con su anterior novela Brújula (Penguin Random House, 2016), el escritor francés afincado en Barcelona, Mathias Enard, vuelve a las librerías españolas con la antología de poemas Última comunicación a la sociedad proustiana de Barcelona (Esto no es Berlín, 2019) y la recién publicada El banquete anual de la cofradía de sepultureros (Penguin Random House, 2020), ambas traducidas excelsamente por Robert Juan-Cantavella.
Como toda buena novela (y ésta es bastante más que una buena novela), El Banquete anual de la cofradía de sepultureros tiene algo inasible, tembloroso. Ello se debe a que está compuesta por múltiples materiales y formas narrativas (diario, diálogo, poesía, cuento, relato rural), con una estructura en acordeón, al modo del retablo, que se dispone de manera simétrica a ambos lados del vértice central de la narración. Así, el centro de la novela es justo lo que se anuncia en el título: un enloquecido encuentro anual de 3 días durante los que la Muerte firma una tregua y así los sepultureros franceses pueden celebrar un banquete en la abadía de Saint-Pierre de Maillezais, una abadía benedictina que sirvió de residencia en el s. XVI al escritor François Rabelais, tótem literario (y figura tutelar) de esta novela, ambientada en la zona rural del departamento de Deux-Sèvres, en la parte norte de la región de Nueva Aquitania (Francia).
Repensando nuestra relación con la naturaleza
Al habla vía Skype desde Niort, ciudad en la que nació el escritor y que sirve de emplazamiento real para esta novela, Mathias Enard nos cuenta que comenzó a barajar la idea de este libro en 2009, si bien no fue hasta hace unos cuatro años que realmente se puso de lleno a trabajar en el proyecto. Antes había bosquejado la voz de David Mazon, el protagonista del libro (es la historia con la que el libro abre y cierra, contada bajo la forma de un diario), un antropólogo parisino que se marcha al campo para realizar su tesis de grado, cuyo objetivo es el de “comprender lo que significa hoy en día vivir en el campo”. Antes de esto, Mathias había aprovechado el tiempo para ir hablando mucho con la gente de la zona, para recopilar historias reales que luego habría de transformar para este libro, así como para ir tomando notas, pero también para investigar sobre hechos históricos vinculados a su región natal.
El pueblo donde sucede toda la acción, al lado de Niort (un pueblo inventado, pero situado en un enclave real: a la manera de Onetti, a quien Enard tenía muy presente durante la escritura) se llama La Pierre-Saint Christophe y tiene unos 500 habitantes. Allí es donde llega el ingenuo doctorando David Mazon y donde alquila una casa a la que llama, no sin cierta pompa, “El pensamiento salvaje”, base de operaciones desde la que acometer su estudio sobre las formas de vida de la gente del campo. Nos cuenta Enard que estudió y se documentó mucho para tratar de entender cómo es nuestra relación actual con la naturaleza, que se fijó en cómo “esto se plasmaba concretamente en las actividades cotidianas de la gente de aquí, de los pueblos, cómo entienden ellos esta relación y cómo se tendría que cambiar”. Ello, además, le sirvió para darle al libro la pátina necesaria de realismo contemporáneo que sirviese de equilibro y compensara las otras dos partes o paneles interiores del libro, mucho más alocadas, febriles y lujuriosas.
Las reencarnaciones (budistas)
La segunda parte del libro es aquella que tiene que ver con las reencarnaciones. La teoría que maneja el libro se halla en la cita de Buda que abre El Banquete anual de la cofradía de sepultureros. Dice así: “En nuestras existencias pasadas todos hemos sido tierra, piedra, rocío, viento, agua, fuego, musgo, árbol, insecto, pez, tortuga, pájaro y mamífero”.
Por ello, las dos secuencias o paneles que abrigan la parte central del libro (el banquete) son narraciones gobernadas por una falsa omnisciencia en tercera persona que va hacia delante y atrás de la Historia, en una alocada, juguetona y culta paráfrasis de decenas de historias y personajes verdaderos en los que los habitantes del departamento de Deux-Sèvres se van reencarnando alegremente, de personas a animales y de animales a materia (guijarros, ventiscas; incluso alguno acaba reencarnándose en tormenta).
A Mathias Enard esa idea de que todos hemos todo en algún momento le pareció muy poética, y es la que late en esta segunda parte del libro. De hecho, nos dice, “damos nombre a los temporales tropicales, así que de ahí a que tengan alma solo hay un trecho”. La gracia de toda esta parte es la inconsciencia de los reencarnados, que se dejan guiar por la Rueda de la vida y el Destino sin tener entendimiento de ello (aunque, eso sí, se nos dice que determinadas conductas provocan un tipo u otro de reencarnaciones; las personas moralmente reproblables, por ejemplo, tienden a reencarnarse en insectos, bichos, gusanos).
La razón para esta idea de la reencarnación se puede trazar en Última comunicación a la sociedad proustiana de Barcelona (Esto no es Berlín, 2019), que recoge la producción poética de Enard, una selección de sus mejores textos de los últimos treinta años, y que restaban inéditos. Allí, en “Estanzas de Barcelona” escribe: “Que morir nos lleve toda una vida”. Esta novela haría bueno este motto ampliándolo así: Que morir nos lleve muchas vidas. Como precisa el propio Enard: “De hecho, todos los personajes de la novela acaban siendo una única vida, un único destino, porque si te reencarnas infinitamente acabas siendo todo a la vez y tú llevas dentro a todos los demás. Resultas ser un ser único en todo el planeta y esta es una idea que me seduce mucho”.
El banquete (rabelaisiano)
Como dijimos antes, Última comunicación… es un poemario que da muchas pistas sobre la obra completa de Mathias Enard, pero, en particular sobre este último libro. Específicamente hay dos versos que le sirven de pilar: “En ninguna parte tuve la suerte de ser poema” (de Rusia) y “Els llibres són un inmens testament” / “los libros son un inmenso testamento”, del poema Última comunicación.
Y es que El banquete anual de la cofradía de sepultureros, el grado cero del libro, es una fiesta que homenajea no solo a los placeres hedonistas, de la comida y la bebida, sino a la historia de la literatura francesa y, en última instancia, a fuerza de ser una reflexión sobre la Muerte, funciona como irónica celebración de la vida. Es la parte más poética, está llena de referencias rabelaisianas y es, de alguna forma y como apunta el propio autor, una suerte de pieza metaliteraria. Toma la forma del diálogo y es una brillante fiesta dialéctica que, además sirve para apuntalar el segundo de los temas importantes del libro: la desigualdad entre hombres y mujeres. “Es un tema que me importa mucho, nos confiesa Enard, porque también es un cambio histórico muy importante y muy hondo que estamos viendo ahora cómo, poco a poco, esa injusticia prehistórica entre hombres y mujeres, esa desigualdad, está cambiando. Y esto es fascinante. Pero también en lo que respecta a la historia de la literatura, cómo estamos descubriendo mujeres escritoras que, por pura visión patriarcal, habíamos dejado de lado”.
La referencia a Rabelais es un tributo doble. Su escritura significa un gran momento de libertad de expresión en la lengua francesa, pero además es el gran escritor de la zona de la región de la Nueva Aquitania. “Rabelais inventa todo: su idioma, las formas de narrar; tiene una libertad absoluta”, nos dice Enard.
Un mapa de las diferentes posibilidades narrativas en la actualidad
La novela del siglo XXI lo puede abarcar todo. Y El banquete… es un claro ejemplo. Se trata de una novela que, a fuerza de yuxtaponer diferentes registros, tonos y estilos narrativos (arcaicos algunos de ellos), se constituye en tanto que novela altermoderna, contemporánea (pero no postmoderna, porque Enard ha tenido mucho cuidado en evitar el pastiche y a fe que ha conseguido que todas las partes cuajen entre sí). Además de las tres grandes partes que ya hemos mencionado, todas ellas están separadas por interludios llamados “Canciones” y que sirvan para oxigenar la trama y darle un cierto respiro al lector. Los interludios los conforman canciones populares francesas muy conocidas a las que Mathias Enard les ha dado la forma del cuento breve y las ha relocalizado en su región natal de Nueva Aquitania. Gracias a que las partes de la novela dialogan entre ellas y se dejan permear, las diferentes texturas se van contaminando y componen, como dice Enard, “una especie de mapa de las diferentes posibilidades del narrar”.
Aquí ha sido fundamental la traducción de Robert Juan-Cantavella (traductor también de las anteriores obras de Enard), que ha hecho un trabajo titánico para que esta novela tan compleja suene a castellano y no a traducción, escogiendo ceñirse al sentido, sin alejarse demasiado del significado, recreando libremente el ritmo poético con términos netamente castellanos. Preguntado sobre el particular y al teléfono desde Mallorca, el escritor y traductor nos cuenta que “ha sido una traducción muy laboriosa, he tardado mucho tiempo y le he tenido que dedicar mucha energía”. Y añade: “Creo que en esta novela hay más registros distintos que en todas las anteriores de Mathias Enard. Está emparentada con Zona y Brújula en cuanto a la ambición. Sin embargo, la parte central, la del Banquete, no está en ninguna otra novela de Mathias. Esa parte central dialoga con Rabelais y es donde el lenguaje es más singular. Sin duda, ha sido la más bonita de traducir”. Y tanto es así, que ahora mismo el autor y traductor de Almazora se ha lanzado a traducir directamente al propio Rabelais.