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Sociedad

'El síndrome de la impostora': vivir con el miedo a ser desenmascaradas

La periodista Elisabeth Cadoche y la psicoterapeuta Anne de Montarlot ahondan en las causas psicológicas de este fenómeno

‘El síndrome de la impostora’: vivir con el miedo a ser desenmascaradas

Fragmento ilustración portada 'El síndrome de la impostora'

Todas las mujeres han sufrido falta de confianza en algún momento de sus vidas, pero existe una variante, delicada y perversa, conocida como el síndrome del impostor: cuanto más éxito tiene la persona, más duda de lo que ha conseguido. Aunque también afecta a los hombres, este sentimiento de no ser lo suficientemente bueno o estar usurpando el lugar de otro es más acusado entre las mujeres por motivos históricos, sociales y familiares. En su libro El síndrome de la impostora la periodista Elisabeth Cadoche y la psicoterapeuta Anne de Montarlot ahondan en las causas psicológicas de este fenómeno, explica cómo líderes y creadoras como Michelle Obama, Angela Merkel o Margaret Atwood lo han padecido y da herramientas a los lectores para aprender a creer en sí mismos.

La confianza en uno mismo puede definirse como el sentimiento o la conciencia que uno tiene de su propia valía y la seguridad que nos permite tomar decisiones sin dudar infinitamente y embarcarnos en los proyectos que nos motivan. La falta de confianza puede convertirse entonces en un lastre para realizarnos tanto personal como profesionalmente. Pero existe una variante, delicada y perversa, conocida como el síndrome del impostor: cuanto más éxito tiene la persona, más duda de lo que ha conseguido, atribuyendo sus logros al azar o la suerte, en vez de a sus méritos. 

Elisabeth Cadoche, periodista y escritora, y Anne de Montarlot, psicoterapeuta y colaboradora en la escuela de medicina de Harvard, acaban de publicar en España El síndrome de la impostora (Península), un iluminador ensayo que ahonda en las causas psicológicas de este fenómeno, que sufren especialmente las mujeres; explica cómo líderes y creadoras de la talla de Michelle Obama, Angela Merkel o Margaret Atwood lo han padecido; y da herramientas a los lectores para aprender a creer en sí mismos. Es decir, este es un libro de autoayuda, sí, pero también un profundo análisis avalado  por decenas de estudios científicos realizados por expertos y una recopilación de testimonios que, casi como una memoria colectiva, sirve para demostrar que esa sensación tan familiar es común a muchas mujeres.

«Poner nombre a los fenómenos humanos es algo capital para poder tomar distancia y reflexionar sobre ellos», afirmó De Montarlot en un encuentro virtual celebrado este jueves por el Espacio Fundación Telefónica y moderado por la periodista Mónica G. Prieto. «Cuando empezamos a escribir el libro nos dijeron que era un problema generacional, que las jóvenes ya no eran así, que tenían confianza en sí mismas y que se comían en el mundo, pero nos hemos dado cuenta de que no es así. Este no es un problema generacional, sino de autopercepción», continuó diciendo Cadoche sobre las decenas de entrevistas que han realizado para ilustrar con experiencias reales cómo funciona el síndrome del impostor. 

«Sentirse un impostor es vivir con el miedo en el cuerpo, pese a mostrar una aparente serenidad. Miedo a ser desenmascarado cuando no se está realmente a la altura de las exigencias. La noción de legitimidad es especialmente inexistente en las mujeres, para quienes el criterio de éxito se parece al estatus y al poder, conceptos con los que a veces se pueden sentir incómodas», explican las autoras en el libro sobre esta «trampa mental» que lleva a las personas que lo sufren a justificar sus éxitos alegando motivos externos, pero sentir sus fracasos siempre como algo personal.

Diversos estudios aseguran que hasta un 70% de la población, hombres y mujeres, sufren el síndrome del impostor, pero su prevalencia es más alta en ellas, con más del 75%, y menor en ellos, con un 55% aproximadamente. De hecho, todas las mujeres se enfrentan en algún momento de su vida a la falta de confianza. De acuerdo con la investigación realizada por las autoras, los motivos de esta disparidad son históricos, sociales y familiares. «Como mujeres somos herederas de siglos de historia patriarcal y de dominio masculino, de manera que hemos interiorizado ciertas pautas sociales. La sociedad nos exige no solo tener éxito, sino ser guapas. Y luego a muchas alumnas brillantes les falta representación o modelos que seguir. En el inconsciente social todo esto está integrado y se ilustra desde el colegio», explicó Cadoche. Y como muestra señaló el estudio realizado en 2018 por las universidades de Princeton, Nueva York e Illinois donde mostraban que desde los seis años las niñas piensan que son menos brillantes que los niños y, por tanto, son menos proclives a elegir ciertas actividades asociadas con una mayor inteligencia.

«Los hombres también sufren el síndrome del impostor, pero no se sienten inhibidos, lo que significa que se presentarán a un trabajo o afrontarán un reto con miedos o ansiedad, pero lo harán, y esta es la principal diferencia. Las mujeres se autocensuran porque necesitan tenerlo todo controlado y ese perfeccionismo es una reacción disfuncional que mantiene el síndrome»

En este sentido, De Montarlot aseguró que todavía hoy se educa a los niños de manera mucho más indulgente, lo que condiciona la autoconfianza de las niñas durante toda su vida. «Ellos pueden hacer tonterías, ser ruidosos, pelearse, romper cosas y es divertido, mientras que ellas tienen que ser buenas, comportarse bien y ser perfectas», afirmó. 

«Los hombres también sufren el síndrome del impostor, pero no se sienten inhibidos, lo que significa que se presentarán a un trabajo o afrontarán un reto con miedos o ansiedad, pero lo harán, y esta es la principal diferencia. Las mujeres se autocensuran porque necesitan tenerlo todo controlado y ese perfeccionismo es una reacción disfuncional que mantiene el síndrome», aseguró la psicoterapeuta. «Cuando somos perfeccionistas trabajamos demasiado, nos sobrecargamos y esto nos confirma que cuando alcanzamos el objetivo no es porque lo mereciéramos o fuéramos competentes, sino porque nos hemos matado a trabajar, lo cual es peligrosísimo», dijo en referencia a la tipología más habitual de impostoras, la perfeccionista. 

'El síndrome de la impostora': viven con el miedo a ser desenmascaradas
Elisabeth Cadoche y Anne de Montarlot | Fotos cedida por la editorial

Como desgranan en El síndrome de la impostora, también existen la experta, que piensa que nunca sabe lo suficiente y se convierte en una eterna estudiante; la independiente, que necesita hacer todo sola y cree que pedir ayuda es una señal de debilidad y vergüenza; la superdotada, que siente que debe triunfar siempre a la primera; la superwoman, que debe cumplir con todas sus funciones –madre, esposa, ama de casa, amiga, voluntaria– con  honores; la entregada, cuyos deseos pasan a un segundo plano y ante el miedo a decepcionar a los demás prefiere el sacrificio o la victimización; o la falsa confiada, cuyo poderoso escudo oculta sus verdaderas inseguridades hasta el punto de no tolerar las críticas. 

La confianza, en cualquier persona, no es monolítica y en determinadas situaciones vitales, como un cambio o una pérdida, puede verse resquebrajada. «Los consejos que damos es que si sentimos que estamos perdiendo autoconfianza es bueno rodearse de mentores, amigos y personas con las que queremos identificarnos para potenciar el sentimiento de pertenencia y quitarse culpa», señaló Cadoche. En el caso particular de las mujeres, «es importante superar los condicionantes sociales, la vergüenza y nuestra tendencia a vernos en los ojos de los demás para concentrarnos en construirnos a nosotras mismas. La sociedad representa un espejo maligno y no protector, y esto es algo con lo que tenemos que acabar», continuó diciendo la escritora, incidiendo en la concepción que tenemos del fracaso. «Los hombres, en general, toman más riesgos porque si se equivocan no sienten que sea algo grave y lo tienen integrado como parte del camino. Para la mujer el fracaso es destructivo y paralizante. Y muchas prefieren mantener un perfil bajo para evitar que se las nos juzgue», añadió.

Más concretamente, De Montarlot recomendó a las mujeres «hacer trabajo de introspección, conocerse y tener el valor de expresarse para que se escuche su voz». Pero, ¿por dónde empezar? «Es muy importante coger un cuaderno y escribir todas las cosas buenas que hemos hecho, nuestros éxitos, esta es la terapia de la narración. Hacer el relato ese día en el que te sientes peor y te quieres boicotear te sirve para recordar todo lo que has hecho», señaló Cadoche. «También es importante hacer las cosas poco a poco para ir teniendo miniéxitos y con el tiempo intentar alcanzar objetivos importantes», añadió De Montarlot.

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Imagen vía Editorial Península.

Respecto a los estereotipos de género que todos hemos interiorizado, empezando por la tiranía del aspecto físico, las autoras recomiendan «hacer balance de todos los mensajes que hemos ido recibiendo y que nos han hecho como somos, reflexionar sobre lo que pensamos de todo esto e incidir en las creencias limitantes. Es difícil, por eso creo que es importante tener esta intención y hacer un examen de nosotras mismas para no padecer estos condicionantes», aseguró De Montarlot.

«Tenemos que encontrarnos para poder aceptarnos, no hay ninguna receta mágica», afirmó Cadoche. Por eso, en su opinión: «Compararse es un veneno». Lo que explicó diciendo: «Estamos sometidos constantemente a la mirada de los otros, así que mirémonos a nosotras mismas y dejemos de compararnos con las demás. Porque esa mujer que te parece tan exitosa, probablemente tenga las mismas inseguridades que tú». En este sentido, «es importante tener claros cuáles son nuestros valores y nuestros objetivos. Cuando entramos en la impostura y la falta de confianza tendemos a satisfacer al otro. Por eso es importante construir nuestra interioridad y ser sujetos, no objetos», remató De Montarlot.

Para terminar, ambas autoras reconocen que gracias al #MeToo muchas mujeres han empezado a hablar de sus experiencias y, quizá lo más significativo es que la sociedad ha empezado a escucharlas. No obstante, «la invisibilidad de las mujeres es algo que ha durado muchísimo tiempo, hay muchos hombres que se aferran al poder y va a ser dificilísimo llegar a una verdadera igualdad de manera que las chicas sepan que tienen lugar en el mundo». De ahí el valor de su libro como una forma de conocer nuestras propias vulnerabilidades y, así, poder superarlas.

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