El Úlster: una sociedad perseguida por los fantasmas del pasado
Muchos creen que Irlanda del Norte ha conseguido vivir en paz consigo misma. Pero la realidad es algo diferente, ¿está el Brexit avivando el conflicto?
En un momento dado la periodista se acercó al Land Rover de la policía. Prefería observarlo todo desde allí. ¿Por qué? A saber. Quizás temía por su seguridad. Comprensible si tenemos en cuenta que a unos metros de distancia la situación era preocupante: en una calle del suburbio católico de Creggan, en la parte occidental de Derry, decenas de personas lanzaban cócteles molotov a los agentes que habían llegado al lugar con la misión de registrar el barrio en busca de armas y explosivos. Una redada motivada por la sospecha de que los republicanos católicos iban a conmemorar el alzamiento irlandés de 1916 con varios atentados.
“Esto es una locura”, pensó la periodista al ver arder los coches de policía que tenía a tiro de piedra y fijarse en las columnas de humo negro que oscurecían el horizonte. Sí, llevaba años dedicada al estudio del conflicto norirlandés –era su especialidad– y estaba curada de muchos espantos, pero aquello se estaba poniendo muy feo y todo parecía indicar que empeoraría con la llegada de la noche.
Y así fue.
De repente, en un instante, dos disparos. Pum, pum. Alguien apostado en una esquina, vestido totalmente de negro, estaba abriendo fuego contra la policía. Tras los disparos, el griterío. Y al lado del Land Rover un cuerpo. El de la periodista. Alguien llamó a una ambulancia pero los agentes, tras un examen rápido, optaron por no esperar a los servicios de emergencia y la trasladaron inmediatamente al centro médico más cercano. Fue inútil.
Lyra Catherine McKee, natural de Belfast, murió la noche del 18 de abril de 2019 poco después de llegar al hospital. Tenía 29 años.
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Muchos son los que piensan que hoy en día las cosas en Irlanda del Norte transcurren con normalidad. Piensan que los enfrentamientos entre quienes quieren integrarse en la República de Irlanda (la facción republicana católica) y quienes defienden que la región debe mantenerse fiel a la corona británica (la facción lealista protestante) son agua pasada. Que la violencia que dominó la vida pública del lugar durante casi toda la segunda mitad del siglo XX terminó cuando se firmó el Acuerdo del Viernes Santo.
Aquel pacto, firmado en 1998 tras un largo proceso de negociación a varias bandas entre los políticos más importantes de la región y los gobiernos británico e irlandés, buscaba sentar las bases de una convivencia pacífica en Irlanda del Norte tras décadas de terrorismo, paramilitarismo, disturbios y muerte. Así, el gobierno irlandés renunció a la soberanía sobre el Norte, el Reino Unido derogó una vieja ley de carácter imperial sobre la partición de Irlanda y todos los firmantes acordaron establecer, entre otras instituciones, una Asamblea formada por 108 miembros que requería el consenso de las dos facciones a la hora de tomar decisiones importantes.
El Acuerdo del Viernes Santo también contempló la liberación de prisioneros pertenecientes a organizaciones paramilitares siempre y cuando éstas se acogieran al alto el fuego. Además, se aceptó la posibilidad de organizar referéndums para determinar el futuro de Irlanda del Norte, aunque, si ese futuro perseguía en algún momento la integración en la República de Irlanda, para hacerlo realidad sería necesario el beneplácito de los gobiernos británico e irlandés así como la simpatía de la mayoría de la población irlandesa.
Resumiendo: el Acuerdo del Viernes Santo reconoció las aspiraciones de la facción republicana, planteó la desmilitarización de Irlanda del Norte por parte de las tropas británicas si los grupos armados atendían a razones –dicha desmilitarización concluyó oficialmente en 2007– y creó órganos de gobierno pensados para operar basándose en el consenso de la población. Todo con tal de poner fin al enfrentamiento armado ‘de baja intensidad’ conocido como los Troubles que dejó tras de sí alrededor de 3.600 cadáveres y decenas de miles de heridos en apenas tres décadas.
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Es innegable que el Acuerdo del Viernes Santo supuso un antes y un después en el conflicto norirlandés. El cansancio de una parte importante de la población, la retirada progresiva de militares británicos, una cordialidad desconocida entre los principales líderes políticos y la renuncia a la lucha armada por parte de organizaciones terroristas como el Ejército Republicano Irlandés (IRA) o las lealistas Ulster Volunteer Force (UVF) y Ulster Defence Association (UDA) fueron factores decisivos a la hora de permitir la paz. En ese sentido, los últimos veinte años tienen poco que ver con todo el periodo anterior.
Sin embargo, cualquiera que visite Irlanda del Norte con la intención de explorar algo más que las localizaciones donde se grabó Juego de Tronos podrá observar que la tensión continúa muy presente.
Más allá de los ataques contra los famosos murales con los que ambas facciones siguen decorando las ciudades norirlandesas (el último ocurrió el pasado viernes cuando un grupo de lealistas vandalizó un mural en honor a dos miembros del IRA), basta con preguntar al guía turístico de turno para darse cuenta de lo frágil de la situación. Porque lo habitual, cuando se les pregunta, no es que el guía de turno cuente lo que pasa sino lo que le pasa. A él. O a sus familiares y amigos. Si son protestantes, hay zonas por las que prefieren no dejarse caer. Y si proceden de una familia de tradición republicana, ergo católica, ídem.
Por eso tampoco suelen ser demasiado optimistas cuando toca valorar el futuro. Es el caso de Peadar Whelan y también el caso de Noel Large, ambos citados en un reportaje de El Periódico. El primero, por cierto, compartió celda durante más de una década con miembros del IRA tras ser condenado por intentar asesinar a un policía británico. Large, por su parte, fue miembro de la UVF y también pasó por la cárcel. En la actualidad Whelan se dedica a pasear turistas por el barrio católico de Falls Road, en Belfast, y Large hace lo propio por una zona protestante de la misma ciudad conocida como Shankill Road. Ambos están de acuerdo en que ya no viven en guerra, pero dicen que la “reconciliación” no ha llegado y explican que la gente sigue “inquieta”.
A esa “inquietud” contribuye el hecho de que algunos miembros de los grupos armados –tanto del IRA y derivados como de las milicias lealistas– no han aceptado, todavía hoy, el alto el fuego firmado por sus respectivas organizaciones. De hecho, si uno se molesta en leer la prensa local se da cuenta de que no hay mes en el que no se registren incidentes vinculados al ‘sectarismo’ que asola el lugar; apuñalamientos, peleas, el estallido de artefactos explosivos, tiroteos y demás.
Una mención aparte merecen los llamados “ataques castigo”: agresiones cometidas por paramilitares contra miembros de su propia comunidad que han sido acusados por esos mismos paramilitares de cometer algún tipo de crimen (robos, tráfico de drogas, etcétera). El modus operandi suele variar poco: los paramilitares convocan al acusado, o se acercan hasta su vivienda, y cuando lo tienen delante le propinan una paliza, le producen cortes y, a veces, hasta le descerrajan un tiro, o varios, en las piernas. Aunque son más frecuentes en el bando lealista, los republicanos también tienen un buen puñado de acciones así en su haber. Lo curioso es que muchas de ellas quedan impunes porque las víctimas prefieren mantener la boca cerrada y no acusar a sus agresores. Es, en palabras de los expertos, una suerte de ley del terror que, además, no hace más que aumentar. En el último lustro las autoridades han observado que estos ataques han crecido un 60%.
Otro fenómeno que hay que contemplar para comprender por qué la tensión sigue siendo tan palpable en los territorios norirlandeses es el esclarecimiento de hechos que sucedieron hace décadas pero que no por ello dejan indiferente a la población.
Un ejemplo reciente: el documental producido por Trevor Birney y dirigido por Alex Gibney que explora el ataque a un pub de la localidad de Loughinisland (Down) el 18 de junio de 1994. Esa tarde la selección irlandesa de fútbol se enfrentaba a la italiana en el Mundial de Estados Unidos y el garito recibió a muchos parroquianos con ganas de ver el encuentro. Durante el transcurso del mismo un coche se detuvo en la puerta y mientras el conductor esperaba con el motor en marcha dos hombres se bajaron y acribillaron al respetable. Resultado: seis muertos. Todos, según se supo después, católicos. Es decir, republicanos. El atentado fue reivindicado por los paramilitares de la UVF y aunque la policía norirlandesa prometió investigar lo sucedido y encontrar a los culpables el asunto nunca se esclareció.
En el documental, titulado No Stone Unturned, se sugiere que las autoridades de Irlanda del Norte no quisieron remover las cosas demasiado para no salpicar a los servicios secretos británicos. O dicho de otra forma: puede que la inteligencia británica estuviera al tanto del ataque pero decidiese no hacer nada para evitarlo. ¿Por qué? Bueno, ahí ya entrarían las conexiones –reconocidas posteriormente– que existieron entre los servicios secretos de Su Majestad y las milicias lealistas. Además, el documental incluye el testimonio de Barry McCaffrey, un periodista local que en 2011 recibió de manera anónima un informe firmado por los investigadores del caso en el que aparecen los nombres de los tres paramilitares que dispararon contra los parroquianos de aquel pub; tres paramilitares que nunca se sentaron ante un juez por aquello. (Nota de color: tras la emisión del documental Birney y McCaffrey fueron arrestados e interrogados por la policía norirlandesa acusados de haber “robado” un documento gubernamental secreto.)
Otro ejemplo no tan reciente pero sobre el que, conforme pasan los años, se van sabiendo más y más cosas es el asesinato en 1972 de una viuda llamada Jean McConville. McConville estaba en su casa de Belfast atendiendo a sus diez hijos cuando un grupo de encapuchados entró por la puerta y se la llevó a la fuerza. A McConville nunca más se la volvió a ver con vida –sus restos fueron encontrados en 2003– pero después del Acuerdo del Viernes Santo el IRA reconoció la autoría del crimen alegando que la mujer era una confidente de la inteligencia británica. Algo que, de momento, no se ha demostrado. Tampoco se sabe quién la ejecutó ni quién ordenó su ejecución. De modo que el caso –sobre el que existe un libro muy aplaudido del reportero Patrick Radden Keefe titulado Say Nothing– sigue alimentando conversaciones en los hogares de Belfast.
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Cuando la policía norirlandesa revisó los vídeos que algunas personas grabaron la noche del pasado 18 de abril se dieron cuenta de que la persona que acabó con la vida de la periodista Lyra McKee estaba siendo asistida por otra, también vestida de negro, que se dedicaba a recoger los casquillos del suelo para no dejar pruebas. Es decir: los disparos no los había efectuado un chaval pasado de vueltas sino alguien que sabía muy bien lo que hacía y que, además, contaba con un cómplice. Días después el IRA Auténtico, una facción disidente del IRA que sigue apostando por la lucha armada, reconoció estar detrás del asesinato pero explicó, en un mensaje recogido por The Irish News, que había sido una muerte desafortunada ya que McKee no era el objetivo de nadie (el objetivo eran “las fuerzas de la corona británica”; o sea: la policía que estaba llevando a cabo la redada). El mensaje terminaba ofreciendo las “sinceras condolencias” de la banda a la familia de la muchacha.
Con todo, algunas personas no han podido evitar asociar la gravedad de los disturbios del barrio católico de Creggan a una palabra: Brexit. Qué tendrá que ver, ¿verdad? Pues por lo visto algo más de lo que parece. Y es que en Irlanda del Norte todos temen la llegada de una realidad que afectará sí o sí a un statu quo que brilla por su fragilidad. Por eso los nervios se están tensando un poco más de la cuenta. Quienes sueñan con la independencia sospechan que un Reino Unido sin ataduras al continente traerá, de nuevo, la discriminación que imperó durante el siglo XX contra quienes no comulgaban con la autoridad de Londres. Los lealistas, por su parte, observan con mucho recelo a sus contrarios; creen que cuando el Reino Unido abandone Bruselas la facción republicana buscará la independencia todavía con más fuerza que antaño. Y no parecen dispuestos –ya lo han advertido las autoridades– a concederla por las buenas.