Mikel Ayestaran: «Lo de Gaza acabará como siempre, con un paréntesis hasta la próxima guerra, reconstrucción y mucho odio interno»
Hablamos con Mikel Ayestaran sobre su último libro, ‘Jerusalén, santa y cautiva’, y de las recientes hostilidades entre Israel y Palestina
Mikel Ayestaran guarda una profunda admiración por Jerusalén. Cada vez que camina por sus calles milenarias, le abruma y fascina, a partes iguales, el entremezclado pasado que esconden sus piedras. De este modo, a caballo entre grandes hitos de las tres religiones monoteístas más importantes del mundo, lleva años cubriendo la región de Oriente próximo y seis viviendo en Jerusalén, dejándose ilusionar, una y otra vez, por la historia y los secretos de esta ciudad.
Acostumbrado a los vaivenes de una región en constante disputa territorial, Mikel puede ver prácticamente desde su ventana la discordia que se vive en las calles, especialmente tras el reciente aumento de tensión entre israelíes y palestinos. Aunque como periodista, verlo desde casa no es suficiente y se ha lanzado al terreno, como siempre.
La Franja de Gaza vive una de las peores escaladas bélicas de los últimos años y las hostilidades entre el grupo islamista Hamás e Israel no cesan. Los bombardeos y cohetes han acabado con las vidas de cientos de personas y han forzado a más de 58.000 gazatíes a dejar sus hogares y convertirse en desplazados, algunos de ellos para buscar refugio bajo la mano de Naciones Unidas. En cualquier caso, toda la región sufre las consecuencias de sus desavenencias y, a la espera de un nuevo alto el fuego, los enfrentamientos siguen activos.
En este sentido, Ayestaran ha aunado algunas de las historias de este presente tan turbulento, bajo el nombre de su último libro: Jerusalén, santa y cautiva, en el que traslada muchas de las calles en las que confluyen estas realidades enfrentadas, a las manos de cualquier persona que se atreva a asomar la mirada más allá de Occidente. Porque Jerusalén es un lugar en el que las victorias importan, la historia permanece y «solo hay que mirar al pasado para darse cuenta de que nada es eterno».
En tu libro das la palabra y el protagonismo a los habitantes de Jerusalén, queda claro que los nombres son más importantes que los números. ¿Cómo están viviendo los jerosolimitanos los últimos ataques?
Digamos que ahora el frente gordo es el de Gaza, el de los bombardeos, los cohetes, los 200 muertos… pero es el frente habitual, la gente ya sabe que es el día de la marmota otra vez: ha estallado la violencia, volverá a haber un alto al fuego, será un paréntesis hasta la próxima guerra y, mientras tanto, habrá que reconstruir y enterrar a cientos de personas. Por desgracia, ese nivel tan brutal de violencia se ha normalizado, es una parte más del conflicto.
Lo que sí ha estallado ahora nuevo, que hasta ahora yo no lo había visto, y que aquí la gente no lo recordaba desde la Segunda Intifada, es el problema de los choques entre árabes y judíos en las ciudades mixtas como Jerusalén. Esto es una cosa que no había habido hasta ahora, sobre todo en las ciudades del interior de Israel, pues Israel siempre hacía gala de coexistencia. En 1948, cuando se forma el Estado de Israel, no expulsan a todos lo árabes, hay algunos palestinos que se quedan y los nacionalizan. Tienen pasaporte y son ciudadanos israelíes, pero son palestinos del año 48, tienen su pasaporte israelí, votan en las elecciones… sobre el papel tendrían los mismos derechos, suponen un 20% o 24% de la población.
Lo que ha pasado ahora, es que con los problemas que ha habido aquí con el Ramadán, con los asaltos policiales a Al Aqsa, con el intento de desalojo de familias palestinas de barrios orientales, se ha producido un movimiento de unidad entre todos los palestinos, que yo no había visto: los palestinos de Israel del 48, los palestinos de Jerusalén Oriental -que son del 67 y son residentes en esta ciudad-, pero no son israelíes, los palestinos de Cisjordania y los de Gaza. Por primera vez se les ha visto unidos y, este martes en concreto, han hecho una huelga general que ha tenido una incidencia sin precedentes. Los palestinos se han cerrado y es algo que yo no había visto, esta unidad, porque normalmente están muy divididos.
Esto preocupa mucho a los israelíes, pues es la primera vez que tienen ese problema en su casa, con la minoría palestina, que se siente de segunda categoría, que no tiene los mismos derechos… Y eso tiene mucho que ver la política, con el giro al ultranacionalismo que ha dirigido Netanyahu en los últimos años, que hasta incluso ha declarado a Israel como Estado judío. Pero ¿qué pasa con estas minorías, con la minoría árabe que es mayoritariamente de musulmanes suníes?
En tu libro dices: «El pasado pesa demasiado en un lugar donde unos y otros cada día tratan de justificar su existencia en quién ha hecho qué primero». A la hora de la verdad, con todos los enfrentamientos actuales, ¿importa esto?
Sí, saber quién es el primero e intentar justificar cualquier cosa del presente en el pasado es muy importante y, por eso, para cada una de las tres grandes religiones (cristianos, árabes y judíos) mantener sus tradiciones, sus piedras, sus lugares es tan importante. Hay una especie de status quo en el que nadie toca ni una coma y, por eso, cuando en este Ramadán ha habido problemas en la mezquita de Al Aqsa, se ha levantado todo, hay líneas rojas y, desde luego, los lugares santos son líneas rojas para los tres grupos.
¿Crees que la guerra barre el sentido religioso de la ciudad? ¿O más bien lo exalta?
Lo exaltan mucho más, porque por un lado tenemos el motivo básico de la protesta, que es el haber cruzado lo que te comentaba de las líneas rojas. Los asaltos policiales contra la mezquita de Al Aqsa fueron decisivos en pleno Ramadán, fueron un shock para toda la gente, y eso les ha unido, exalta el carácter de la población musulmana, se han ‘venido arriba’ por al defensa de Al Aqsa.
Pero a la vez sucede en el barrio judío que no se puede entender estos choques si no tenemos en cuenta el auge de un movimiento como el que lidera el Partido Sionista Religioso, que es un partido que, para que te hagas una idea, si lo comparamos con los de Vox, Vox sería izquierda extrema comparado con estos. Están a la derecha de la ultraderecha de los ultraderechistas, tienen seis diputados y esta gente ha incendiado las calles de las ciudades mixtas porque realizan muchas contramanifestaciones.
El lema de los palestinos en las manifestaciones es «Free Palestine» y, el lema de estos ultranacionalistas es «Muerte a los árabes». El problema es que esta gente está respaldada, apoyada y protegida por el Gobierno, entonces hay un choque de trenes, donde también se exalta el carácter religioso de los judíos. Por lo tanto, tenemos un choque, por un lado, de narrativas políticas, la Palestina y la Israelí sionista; y por otra parte, este choque de narrativa religiosa, de musulmanes contra judíos. El nacionalismo y la religión son dos factores claves para que la gente se mate en todo el mundo.
Mencionas también que «aquí cada victoria es un párrafo más en una historia de cambio de poder constante». Así, Jerusalén ha sido y es escenario de una lucha continua, conquistada mil veces pero nunca sometida. ¿Se puede hablar de victoria real en algún momento?
La gente gana batallas, pero nadie ha ganado hasta el momento la guerra. Aquí cada uno que ha ganado ha puesto su bandera. Los cristianos han intentado cristianizarla, los musulmanes islamizarla y ahora estamos en una fase en la que los judíos están intentando judaizarla.
Pero esto no es nuevo, esto es algo que ha venido pasando a lo largo de la historia y, por eso, estamos en un momento más de esta ciudad, en la que ahora es una de estas tres grandes religiones la que está intentando imponer su ley e izar su bandera. Solamente hay que esperar, el tiempo nos dirá si esta es la definitiva o si simplemente va a ser una batalla más y mañana volverán los musulmanes o los cristianos, vaya usted a saber.
A lo largo de la historia se han producido muchos cambios, pero lo que está claro es que al final nunca ha sido fácil para nadie compartir, por eso el título de ‘cautiva’: siempre el que ha tenido más fuerza, ha intentado que Jerusalén sea para él. Eso ha pasado a lo largo de la historia y yo creo que seguirá pasando.
Ese intento de ‘poseer’ Jerusalén, ¿se ve también en la gente corriente?
Sí, aquí hay un sentido de propiedad tremendo. Este libro es sobre la Ciudad Vieja, que yo creo que es la madre del cordero de todo el conflicto, y aquí hay un sentido de territorialidad muy fuerte, ya no solamente dentro de los tres grupos, musulmanes cristianos y judíos, sino que si haces zoom cuando entras, te das cuenta de que luego hay muchas subdivisiones dentro de cada uno de ellos y todos tienen ese mismo sentimiento a la vez. Por eso siempre digo que nunca he conocido una ciudad tan dividida como esta, partida en tantos pedacitos.
Desde fuera nos puede parecer que el pulso es entre tres grandes religiones, pero luego, cuando entras, te das cuenta de las subdivisiones que hay a su vez dentro de cada una. Te estoy hablando de subdivisiones calle a calle, edificio a edificio… Dentro del Santo Sepulcro mismo tenemos a los armenios con su bandera, a los griegos con la suya, a los franciscanos o los coptos. Cada uno tiene su pedacito, su cuota de poder, y eso se puede extender a todos los rincones de la ciudad. Solamente nos falta ir por la calle con una etiqueta en la frente que diga de dónde eres, qué tipo de cristiano eres, qué ritos sigues, si eres judío, musulmán. Es una ciudad muy de etiquetas, absolutamente.
Tal como lo cuentas en tu libro, pareciera que Jerusalén tiene una ley interna propia. Está dividida pero da la sensación de que comparte un sentido común.
No sé si ley interna. Es como que aquí todos viven juntos pero no están mezclados. Están juntos pero yo no hablaría de convivencia, sino de coexistencia. Al final, se tienen que aguantar. Por ejemplo, los rabinos a los que yo he entrevistado para el libro del barrio judío de la Ciudad Vieja, no han pasado en su vida por el Santo Sepulcro, que está a cinco minutos; o los franciscanos no han subido en sus vidas a la Explanada de las Mezquitas; o el imán de la mezquita de Al Aqsa no tiene ni idea de donde está el Cenáculo. Y estoy hablando de una distancia caminando de cinco minutos ¡como mucho 10!, y de lugares que van a visitar peregrinos de todo el mundo. Viene gente de Colombia, de México, y sin embargo, el de dos calles más allá, no tiene ni la curiosidad histórica de verlo.
Llegados a este punto, ¿qué piensa Mikel Ayestaran del futuro de la región?
Soy un futurólogo bastante malo. Yo creo que lo de Gaza acabará como siempre acaba, con este paréntesis de paz hasta la próxima violencia, con un trabajo ingente de reconstrucción y con mucho odio interno. Por otro lado, con lo que está pasando aquí, no me atrevo a darte una evolución del conflicto, de cómo va a ir, si no se afronta de una vez el conflicto de verdad, porque aquí hay un conflicto entre judíos y árabes, pero no es un problema religioso, es un problema por la tierra.
Aquí hay, digamos, un pueblo indígena que estaba aquí y en el año 48 se forma un Estado, reclamando derechos bíblicos de hace 2.000 años y claro, aquí había gente en ese momento, con lo cual tienen que solucionar ya el problema de una santa vez, nunca mejor dicho. Tienen que arreglarlo, sino de forma periódica vamos a volver a tener este tipo de episodios. La teoría de los dos estados, con el avance que ha registrado la ocupación en las últimas décadas, es prácticamente ciencia ficción. Si tienen que hacer un estado, que lo hagan, pero un estado en el que todos tengan los mismos derechos, en el que todos sean ciudadanos de primera categoría. El tema es que tienen que arreglarlo, pues aunque nos parezca que esto está aletargado y a veces no hablemos de ello y desaparezca de los medios, volverá.
¿Cómo se convierte tu lugar de trabajo, una zona de conflicto, en un hogar familiar?
Yo busqué, sobre todo, un lugar seguro en el que estar con mi mujer y mis hijos, y Jerusalén es un lugar seguro. El salto es difícil, sobre todo el salto de ser un enviado especial a ser corresponsal, no tiene nada que ver. Como enviado especial tú llegas a un sitio casi como un paracaidista y desde el minuto uno estás trabajando, eres primera página, en el timeline la gente te sigue un montón, porque estás cubriendo un breaking news, entonces es algo importante. Estás cinco, seis o siete días a tope y ya luego la noticia desaparece y te vas a tu casa.
Esto es diferente, porque yo ahora vivo aquí, estoy todo el día por un lado en el frente doméstico, en el frente de Jerusalén, los territorios palestinos, de Israel, de Gaza, y luego tengo la inmensa región que cubro. Entonces tengo que hacer contactos, leer periódicos, es diferente, el día a día aquí es distinto. Pero como periodista el poder ser testigo de una ocupación en directo en el siglo XXI es algo muy interesante, yo creo que no existe un lugar tan interesante como este para un periodista.
¿Cuál ha sido tu objetivo principal a la hora de escribir Israel, santa y cautiva?
Lo que he intentado con este libro es hacer un libro que mi madre pudiera leer, que no me diga que «ya estás con el rollo de siempre». Quería una cosa de leer, y me ha llevado un trabajo ingente la edición, las cosas que he tenido que quitar para simplificar. Porque esto muchas veces nos suena al rollo de siempre, de israelíes y palestinos, y no. Es que esto es Jerusalén, señores, y ahora que es tan complicado viajar, yo voy a hacer que usted viaje desde su casa y en 250 páginas, no necesito hacer una Biblia.
Esto es un libro para que te lo leas, para que viajes a Jerusalén desde tu casa y, cuando ya se nos acabe toda esta pandemia, puedas venir aquí y utilices el libro de Mikel Ayestaran como guía. Es un dos en uno. También es un libro muy costumbrista, muy barojiano, de muchas voces, de lugares curiosos, y entonces tengo mucha inquietud por la respuesta de los viajeros, a ver si realmente lo utilizan también.
Siempre he trabajado para que la gente pueda usar el libro, para que no lo deje en su estantería. Quiero que sea un libro para los viajeros y me haría muchísima ilusión ver mi libro por aquí, paseando por las calles.