Chapulines, enchiladas y margaritas: estos son los mejores restaurantes mexicanos de Madrid
Qué día más mexicano es el de los muertos, y cuántas festividades acompañadas de tacos y enchiladas con tal motivo, muchos bajo bajo la advocación de ese personaje ficticio pero casi real, la esquelética Catrina. Son festejos alejados de los que conocemos en España en torno a Todos los Santos, pero con los que nos hemos familiarizado a través del creciente número de restaurantes mexicanos y ‘tex mex’, que gustan de decorarse con temas fúnebres y siniestros en estas fechas.
El más típico es, claro está, La Catrina, oscura mezcalería y cantina de la Corredera Alta de San Pablo, con unos relentes de santería que no estropean las buenas quesadillas de la casa. Una muerte muy viva.
Las tradiciones y la gastronomía mexicana se parecían bien poco a las españolas, siglo y medio después de la pérdida del Imperio: aquí no nos gustaban ni los chiles muy picantes, ni los insectos, ni el aguacate, ni el tequila… En el Madrid de finales de los años 50 la idea de abrir un restaurante mexicano no se le pasaba a nadie por la cabeza. Bueno, a alguien sí: a los que veían la clientela potencial que era la guarnición de la enorme base aérea estadounidense de Torrejón de Ardoz, deseosa de reencontrarse con sus sabores favoritos de casa.
De Torrejón nacieron las iniciativas que empezaron a cambiar el limitado panorama mesonero de Madrid, y el inicio fue justamente mexicano: México Lindo abre en 1959 en Chamartín, seguido del chino House of Ming (1960) y de la hamburguesería Foster’s Hollywood (1971).
México Lindo tuvo un éxito inesperado, incluso entre la juventud madrileña, y pronto abriría no una, sino dos sucursales detrás de la Plaza de España, A Todo México y El Charro.
Todo ello era moderadamente auténtico, porque la disponibilidad de productos mexicanos era bastante escasa, y porque la oferta de platos se ceñía a esa versión del norte de la frontera, la ‘Tex Mex’, que no se acercaba a la hondura y la diversidad de las diferentes cocinas mexicanas auténticas.
Los dos primeros pasos hacia la genuina cocina mexicana los dieron la familia del pintor Alfredo Castañeda con su Entre Suspiro y Suspiro, de enorme refinamiento sin renunciar a la autenticidad, y Rita Sánchez, maravillosa cocinera que convirtió su Taquería del Alamillo en sacristía del mexicanismo, con aquellos exquisitos tacos de chapulines (saltamontes) que hasta los clientes españoles más melindrosos se tragaban con fruición.
Los dos restaurantes siguen felizmente en marcha, aunque Rita ya no está tras los fogones de la Taquería.
Sin pretensiones, modesto, pero con mimo culinario y mucha originalidad porque está dedicado a la cocina sureña de Nayarit, está Tepic, trasladado al barrio de Salamanca tras su inicial éxito en Chueca.
El gran salto de calidad llegó, claro está, con el valiente lanzamiento de Punto MX por parte de Roberto Ruiz: autenticidad extrema de los ingredientes y los conceptos, y a la vez investigación permanente para poner al día las tradiciones. Ello ha atraído mucho la atención en el propio México, y también en Clermont-Ferrand, donde los poco manirrotos gestores de la guía Michelin le concedieron la primera estrella a un mexicano en Europa. (Ahora también la tiene el Hoja Santa, de Albert Adrià, en Barcelona).
Y la expansión continúa, desde las taquerías de barrio hasta los restaurantes con ambiciones. En ambas categorías encontramos mesas bastante suculentas: en la modesta, apúntense el Mawey, en pleno barrio de Cardenal Cisneros; en la que va por las distinciones en las mejores guías, el Cantina Roo de López de Hoyos. En ambos casos, novedad: cocineros españoles, pero muy bien formados en la gran cocina de allá.
