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¿Instagram está destruyendo la experiencia de viajar?

De promover el interés por conocer nuevos lugares y culturas al ansia por el selfie. ¿Ha destruído Instagram el deleite del viaje como descubrimiento?

¿Instagram está destruyendo la experiencia de viajar?

La red social más visual está modificando el comportamiento viajero de sus usuarios. Inspira el destino que vas a elegir, determina el hotel o restaurante al que acudirás, lleva a muchos a hacer interminables colas para lograr el encuadre perfecto o nos empuja a retocar y producir las imágenes o directamente utilizar las fotos de los otros para presumir. ¿Dónde queda el descubrimiento de la cultura, las costumbres y las gentes de un lugar?

 

Las apabullantes cifras de Instagram explican su increíble impacto en la vida cotidiana. La red social cuenta con 1.000 millones de usuarios activos al mes. Prácticamente la mitad, 500 millones de personas, emplean a diario sus efímeros stories y otros tantos envían mensajes directos. Todavía no ha cumplido 10 años y esta app de fotografías y vídeos nacida en octubre de 2010 ya se ha convertido en el medio de comunicación dominante para muchos jóvenes y un prescriptor implacable de experiencias de viaje.

«En Instagram se produce la mayor conversación alrededor del mundo del viaje, es la herramienta preferida para contar y lucir tus viajes y hay muchas personas que se dedican profesionalmente a ello», explicó en el Espacio Fundación Telefónica Phil González, fundador de la comunidad Instagramers.com y escritor de Instagram y más. Para demostrarlo, ofreció los siguientes datos. De acuerdo con un estudio de Olapic, el 76% de los usuarios de Instagram se cree más las recomendaciones basadas en experiencias de otros usuarios de las redes sociales que la publicidad, el 60% declara que le entran ganas de viajar cuando usa la aplicación y el 52% se inspira en la red social para elegir su próximo destino.

 

 

Además, y según otro estudio de Booking, el 21% de los viajeros españoles prefiere alojarse en establecimientos atractivos que puedan fotografiar y mostrar en redes sociales, el 19% aspiran a convertirse en influencers viajando y el 13% busca alojamientos similares a los que escogen sus ídolos. Pero no solo eso: en la era del postureo un 7% de los viajeros españoles ha preferido publicar una foto más favorecedora de un viaje anterior en lugar de una tomada en el viaje que estaba haciendo; un 6% ha utilizado una foto de un alojamiento en el que no había estado y un 5% que ha afirmado seguir de vacaciones cuando ya estaba de vuelta.

Esta obsesión por demostrar con un selfie dónde o con quién se ha estado, lograr una fotografía única o retratar el rincón que hasta entonces nadie había encontrado, está pervirtiendo, en opinión de fotógrafas como Emily Nathan, la esencia de los viajes. Como defiende desde Tiny Atlas Quarterly, el esfuerzo por descubrir la cultura, la forma de vida o las gentes de un lugar ha dejado paso a montones de viajeros que hacen cola para inmortalizar el atardecer más codiciado sin tratar de conocer lo que están viendo, menos aún respetarlo. Desde posados en el campo de concentración de Auschwitz o la zona de exclusión de la central nuclear de Chernóbil, convenientemente retocados y filtrados, a la invasión de espacios instagrameables como la parisina Rue Cremieux.

 

 

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Josiane n’avait, à son grand regret, jamais appris à plier les genoux 🤔 #paris #ruecremieux #streetphotography #wtfmoment

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Como explicó González, los residentes de esta fotogénica calle adoquinada de coloridos edificios se han cansado del acoso de los instagramers y han pedido ayuntamiento que restrinja el acceso en ciertos momentos del día. Un vecino se ha servido de la propia red social para registrar en la cuenta Club Cremieux la actividad de todos los aspirantes a trendsetters que posan de las formas más inverosímiles, improvisan desfiles o se tiran por el suelo para lograr la perspectiva ideal.

La turistificación no es una novedad en ciudades como Venecia o Barcelona, si bien es cierto que la influencia de Instagram ha multiplicado su alcance, convirtiéndose, asimismo, en una forma barata de promoción. Es el caso de las ciudades que decoran sus calles con paraguas de colores para atraer este tipo de turismo fotográfico. O los negocios que se plantean su estética como una forma de tener impacto en las redes sociales con bicicletas antiguas, máquinas de coser y demás parafernalia vintage sin ninguna utilidad práctica. Más trágico fue el atasco de alpinistas que hacía cola en la cima del Everest para hacerse una foto y que se saldó con once muertos en una semana.

 

Paco Nadal, veterano periodista y fotógrafo de viajes, comentó la cuestión diciendo: «Instagram no es una red de fotógrafos, es una red social. Pones un atardecer y lo peta. Instagram es un poco hortera, pero es un magnifico escaparate para que un fotógrafo muestre sus trabajos«. Y continuó: «Yo paso bastante tiempo en las redes sociales y por mucha crítica que se haga, se pueden usar bien o mal. Yo soy contador de historias y cualquier herramienta que me lo permita es buena», dijo mientras señalaba que también tiene un canal en Youtube o su propio blog. Sin ánimo de juzgar estos comportamientos, Nadal reconoció que «ahora la gente viaja para hacerse el selfie ahí. ¿Es bueno, es malo? Es, es la realidad. Antes comprábamos postales y ahora nos las hacemos. No es más que la evolución lógica de la comunicación». Y remató con una anécdota curiosa: «Hasta los masáis tienen móvil. No tienen ningún enchufe, pero tienen móvil y lo recargan en los campamentos de los viajeros».

En opinión de todos los participantes en el encuentro Instagram, cuadernos y viajes, la clave para utilizar esta red social es ser fiel a uno mismo. De esta forma nuestras fotos serán auténticas y podremos percibir los montajes de otros usuarios. Esta es, en parte, la clave del éxito de Alicia Aradilla, ilustradora que ha cumplido el sueño de muchos usuarios de la red social: dejarlo todo para recorrer el mundo y dibujarlo.

 

«La gente va súper preocupada por hacer la foto perfecta y termina viviendo a través de la pantalla del teléfono. Mi cuaderno es mi excusa para sentarme en un sitio y durante una hora ver lo que pasa. Así es como realmente conoces un lugar y su vida», contó la artista, que durante un año plasmó en más de 700 ilustraciones su recorrido por Irán, China, Japón, Myanmar, Indonesia o La India. «Yo combino un poco las dos cosas porque saco una foto del cuaderno que subo a las redes sociales, pero vivo el momento pintando. De hecho, yo no pinto los sitios más turísticos sino los que representan algo para mí o para mi viaje, que tienen un color especial o una luz diferente», aseguró. «La parte buena es que acabas descubriendo sitios que de otra manera pasan desapercibidos. Eso tampoco está mal. El problema es cuando se masifica, una calle se pone de moda o no respetas a la gente que vive en ese sitio», como ocurre en los casos mencionados anteriormente.

 

Aradilla reconoció que actualmente vive de Instagram, pero aseguró que lograrlo no es fácil y que es necesario invertir muchas horas de trabajo. Y en conversación con The Objective también compartió algunos momentos de frustración culpa de las altas expectativas que provoca Instagram. «Hay imágenes que son un poco trampa. Hay gente que retoca o produce tanto sus fotos que luego no reflejan la realidad. Por ejemplo, hay quien se levanta a las cinco de la mañana para hacer la foto sin nadie y luego llegas y está llenísimo de gente. Para mí los guerreros de Siam fueron una experiencia malísima por eso. Fue muy agobiante», afirma.

«En Singapur, en los Jardines de la bahía, encontré una vista espectacular y me puse a pintar. De repente, empezó a llegar gente a hacer fotos y tuve que irme. Hay gente que te dice que si ya has hecho la foto te vayas de allí, van a los sitios como si fuera una yincana y una vez hacen la foto se van. Yo si tardo dos horas en llegar a un sitio quiero disfrutarlo», cuenta. «En Bali, en La puerta del cielo, me pasó un poco al revés. Cuando yo fui no había nadie y ahora me han dicho que hay unas colas enormes para hacerse la foto allí. Las redes sociales influyen muchísimo en los viajes de otras personas y en lo que otras personas deciden sobre sus vacaciones. Y eso es una responsabilidad que también tenemos nosotros».

González explica esta cultura del embellecimiento de la realidad del siguiente modo. «En una película una escena de minuto tarda un día en grabarse. En Instagram es igual: la gente se ha dado cuenta que tiene que dedicarle mucho tiempo a ese minuto que va a compartir. Es verdad que cuando estamos muy metidos en Instagram pensamos más en lo que tengo que grabar para luego compartirlo que realmente en vivir el momento. Nos hemos dado cuenta de que tenemos una marca personal y al principio lo utilizamos de cachondeo, pero cada vez te lo quieres currar más. Es lo que hay», explica.

 

En este sentido, Nadal lo tiene claro: «Yo por ejemplo no tengo un estilo en Instagram, simplemente refleja lo que estoy haciendo, pero yo no hago cosas para Instagram. No voy siempre con un vestidito de tul y una pamela, ni hago fotos con mi novia cogida de la mano». Para reírse de todo esto, también está Instagram y cuentas como Putoandamio, que anima a los usuarios a compartir sus decepcionantes fotos cuando llegan a un monumento y resulta que tiene un andamio.

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