El plan del príncipe Guillermo: una monarquía renovada para un tiempo nuevo
Mientras el reinado de Carlos III avanza, el príncipe de Gales se posiciona cada vez más como un gran reformador

El príncipe de Guillermo de Gales. | Tayfun Salci (Zuma Press)
El reciente anuncio de Carlos III sobre el receso de su cáncer ha puesto el foco en su vulnerabilidad física, que inevitablemente condiciona la percepción pública de la institución y refuerza la atención sobre su heredero. La enfermedad y adaptación forzada de la agenda real parecen subrayar que una monarquía rígida, centrada en la tradición ritual, no siempre encaja en un mundo en rápido cambio. Durante años se ha hablado de los posibles cambios que el príncipe de Gales podría introducir cuando ostente la Corona. Indicios claros, como vivir en una casa en lugar de un palacio o realizar menos actos públicos, pero de mayor impacto social, son algunas de las pistas que podemos distinguir en el futuro reinado de Guillermo y Catalina. Los problemas de salud de la princesa de Gales también han influido en esta reestructuración o, al menos, en la forma en que Guillermo entiende hoy la institución. Priorizar a la familia se ha convertido en un eje fundamental, aunque es evidente que el peso de una institución que se remonta a casi mil años le obligará a una dedicación exclusiva a las tareas de jefe del Estado.
La voluntad de cambio
Si existía alguna duda sobre el camino del próximo rey, el príncipe ha dejado claras sus intenciones en una entrevista realizada por el actor Eugene Levy en el programa The Reluctant Traveler, de Apple TV+. En estas declaraciones, Guillermo ha dejado entrever que considera necesaria una «actualización profunda» de la institución. Su idea de monarquía pasa por menos rigidez, un contacto más directo con la ciudadanía y una estructura más simple.
«Creo que es muy importante que la tradición se mantenga, pero también hay momentos en los que miras la tradición y te preguntas: ¿sigue siendo adecuada para el propósito que tiene hoy? ¿Sigue siendo lo correcto? ¿Realmente estamos haciendo y logrando el mayor impacto posible? En definitiva, me gusta cuestionar las cosas; eso es, básicamente, a lo que me refiero».
Esta visión coincide con una época en la que la comunicación está estrechamente vinculada a las narrativas de las nuevas tecnologías, además de una etapa delicada para la institución: llenar el vacío de Isabel II, afrontar escándalos familiares y las enfermedades que afectan a miembros de la Corona han incentivado la búsqueda de nuevas formas de presentar la monarquía al mundo de manera más cercana y empática.
El «núcleo duro»
Uno de los cambios más comentados y más plausibles es la reducción del número de miembros activos de la familia real. El concepto de «monarquía reducida» lleva años circulando en la prensa británica, pero bajo Guillermo podría convertirse en una realidad estructural. La salida de los duques de Sussex y los escándalos de Andrés Mountbatten-Windsor han reforzado esta hipótesis, según la cual solo aquellos miembros que realicen funciones oficiales de manera regular conservarían privilegios, tratamiento institucional y financiación pública. Esto implicaría una redefinición drástica de quién puede ostentar títulos reales y cómo podrían perderlos.
Una monarquía más austera
El debate sobre el coste de la monarquía ha adquirido un peso político inédito en los últimos años. El mantenimiento de palacios, personal, viajes oficiales y seguridad genera una factura anual que ya no está exenta de críticas. Como sucede en otras monarquías —la española lleva la delantera—, la transparencia y la rendición de cuentas son cada vez más frecuentes. Para afrontar este escenario, además de lo económico, se plantea la transformación de varios palacios en espacios principalmente institucionales, museísticos o administrativos, reduciendo su función como residencias privadas. Este proceso ya ha comenzado, aunque de forma tímida, en recintos como Windsor o Buckingham, que permiten la visita de sus jardines y de algunas de sus alas más públicas.
El príncipe de Gales parece apostar por redefinir las líneas de la monarquía basándose en causas concretas: salud mental, medio ambiente, cohesión social, juventud y voluntariado. Menos banquetes, más proyectos. Menos ritual, más impacto medible. De nuevo, en este sentido, monarquías como la española pueden ser fuente de inspiración. Aunque, igual que ocurre en España, este giro implica riesgos evidentes: una monarquía excesivamente «normalizada» puede perder parte de su magnetismo, de su mística y de su valor como símbolo trascendente de la nación.
¿Una monarquía más frágil o más sólida?
El equilibrio entre modernización y continuidad será la clave del eventual proyecto de Guillermo. La estabilidad férrea durante el reinado de Isabel II ha comenzado a tambalearse tras el ascenso al trono de Carlos III, un reinado que muchos califican como de «transición» entre el modelo del siglo XX y un modelo para el siglo XXI. Los defensores de la reforma sostienen que solo una institución más ligera, transparente y funcional podrá sobrevivir en el nuevo siglo. Sus detractores temen que, al desprenderse de su aura histórica, la Corona pierda precisamente aquello que la hacía única.
Cuando Guillermo llegue al trono, heredará siglos de historia y tradición, además de la responsabilidad de mantener el equilibrio entre lo que debe preservarse y lo que debe cambiar. Su reto será asentar las bases de un reinado acorde con los valores actuales, un puente cultural y social que funcione tanto como referente histórico como ético y moral. En este arduo trabajo reside la verdadera cuestión: modernizar la institución sin que su sentido y su alma se pierdan.
