Ucrania luchará sola por su supervivencia
En 48 horas Putin ha inaugurado un mundo nuevo y situado al continente en su «hora más oscura» desde la II Guerra Mundial
El presidente ruso, Vladimir Putin, ha desencadenado una guerra en Ucrania de consecuencias en esta hora impredecibles para Europa. Juega con blancas y acaba de lanzar un violento ataque por tierra, mar y aire contra una docena de ciudades cuya respuesta por Occidente resulta ahora mismo difícil de imaginar. En 48 horas Putin ha inaugurado un mundo nuevo y situado al continente en su «hora más oscura» desde la II Guerra Mundial, como ha dicho el jefe de la diplomacia de la UE, Josep Borrell. El líder del Kremlin ya no veta el ingreso de Ucrania en la OTAN ni trata de imponer una soberanía limitada a un país vecino. Lisa y llanamente Putin ha declarado que no reconoce la mera existencia independiente de Ucrania a la que pretende «descomunitizar» y «desnazificar», sea eso lo que sea en su imaginación. Como tantos antes que él a lo largo de la historia, el conquistador se presenta como un pacificador y no envainará la espada hasta que sea derrotado. Estados Unidos y sus aliados no solo se enfrentan a un déspota y un matón; se enfrentan a una visión del mundo.
La diplomacia de la disuasión no ha funcionado. La Administración Biden, escaldada por los errores del pasado -la penosa actuación de Colin Powell en la ONU apropósito de Irak- optó esta vez por una política de transparencia haciendo público, con los riesgos que entrañaba para sus servicios de inteligencia, la información de que disponía sobre los preparativos de guerra rusos. La intención era desactivar la propaganda del Kremlin, robarle el «relato» y al tiempo unir en el mismo propósito a los aliados. Esos dos objetivos pueden haberse logrado, pero no han evitado la guerra. No con alertar de que viene el lobo se impide que este llegue, cuando además dejas claro que no correrás el riesgo de entrar en un conflicto que puede escalar hasta la conflagración nuclear y por un país que, al no pertenecer a la OTAN, no se le aplica su Artículo V de defensa mutua.
La amenaza escalonada de sanciones sobre particulares del círculo íntimo de Putin, magnates, bancos y compañías, las actuales y las que se hagan públicas en las próximas horas, tampoco han frenado al dictador ruso ni es probable que lo hagan. No era difícil adivinar que no lo detendrían: las sanciones casi nunca han tenido efecto sobre las autocracias –recuérdese la España de Franco, la Suráfrica del apartheid, la Cuba de Castro o la Venezuela chavista, por citar solo unos casos- sino que pueden tener un efecto boomerang como ya estamos viendo: alza de los precios del petróleo y del gas, hundimiento de la bolsas, etcétera, en un contexto de inflación global.
Todo esto lo sabía el líder del Kremlin como sabía que sus preparativos de guerra obligarían a Biden a abandonar su agenda – preparar las elecciones de medio mandato en el Senado y la Cámara de Representantes del próximo octubre- y llegaban en un momento de profunda división y polarización de la sociedad norteamericana como ilustran las recientes declaraciones de Donald Trump sobre el conflicto, al que poco le ha faltado para felicitar su amigo Putin.
Ucrania, un país de 44 millones de habitantes y una superficie mayor que la de España pero menor que la de Francia, se enfrenta por tanto sola a una amenaza existencial y lo hace con unas fuerzas armadas muy inferiores a las de su agresor. Fuentes norteamericanas calculan que Rusia ha desplegado a 190.000 soldados en sus fronteras mientras que todo el ejército regular ucraniano lo integran 125.000 hombres. Esta desproporción es aún mayor en el aire – 150 aviones de combate en la frontera frente a 300 rusos-, lo que le garantiza a Moscú el control aéreo si además se añade que sus sistemas de defensa, como los misiles S.400, son más modernos que los ucranianos. Todo esto permitirá a los rusos atacar los centros de mando y control de Kiev, sus arsenales, depósitos de municiones y defensas aéreas. En tierra, Ucrania también está en desventaja: Rusia, con 2.840 carros blindados, la supera en una proporción de tres a uno, según el Instituto de Estudios Estratégicos de Londres (IISS).
Ucrania ha triplicado su presupuesto de defensa entre 2010 y 2020 -pero aun así representa una décima parte del de Rusia-, sus tropas han ganado experiencia de combate en la región del Donbás desde que estalló el conflicto con los separatistas rusos en 2014, y podría llegar a movilizar hasta 900.000 reservistas. También ha recibido ayuda militar en los últimos años de Estados Unidos, Reino Unido y Turquía, entre otros –misiles antitanque, misiles antiaéreos de corto alcance, drones de reconocimiento, sistemas de radar, equipos de radio y visión nocturna, etcétera-, lo que de momento no parece suficiente para defender tres largas fronteras al mismo tiempo –al norte, Bielorrusia, al este, Rusia y al sur, Crimea– contra un ejército invasor muy superior y curtido en sus últimas acciones en Crimea, Georgia y Siria.
Algunos expertos citados por medios anglosajones apuntan que Ucrania podría tener una oportunidad si el combate se produce en las ciudades y citan los costes de la defensa urbana contra el invasor en los casos de Stalingrado en la II Guerra Mundial, Grozni, en Chechenia en los años noventa o más recientemente Mosul en Irak. Ucrania lucha sola por su supervivencia y de momento sólo la resistencia heroica de sus habitantes logrará que Putin nunca se pueda sentar sobre las bayonetas.