Caos, hacinamiento y posible trata, la terrible situación de algunos campos de ucranianos en Polonia
Se calcula que por la ciudad polaca de Przemyśl pasan diariamente en torno a 22.000 ucranianos desplazados por la guerra
Przemyśl, una ciudad polaca situada a tan solo 14 kilómetros de la frontera con Ucrania. A su estación no dejan de llegar trenes abarrotados de ucranianos que huyen de la invasión rusa. Un centro comercial que estaba en plena reforma es ahora uno de los tantos campos de desplazados improvisados que hay a lo largo del país. Allí, las personas, con sus sacos de dormir, colchones y colchonetas se agolpan en diferentes salas. No hay control, no hay buena organización, pero sí hay hacinamiento y sospechas de que pueda haber trata de personas.
Iván Esteve, extrabajador de instituciones europeas y voluntario en este campo para desplazados ucranianos improvisado en Przemyśl, denuncia que no hay un mando único ni una buena gestión ni apenas control. «En este centro no hay autoridades polacas, la gestión la hacen voluntarios, en su mayoría scouts muy jóvenes, de 18, 19 o 20 años, y sin un mando único», lo que deriva en grandes problemas de organización por su inexperiencia, desvela a THE OBJECTIVE.
«El Gobierno polaco ha tomado la decisión de no gestionar los centros para que haya un flujo constante y no se enquiste la gente», cuenta Esteve desde el centro comercial que alberga el campamento improvisado para los desplazados. «Como no hay suficientes literas, algunos duermen sobre pallets con una colchoneta y un saco de dormir. Uno al lado del otro, sin controlar enfermedades, ni hacer PCR, ni nada», una situación que se repite en los demás campamentos del país, no es exclusiva de este.
En el improvisado campamento hay ucranianos que presentan problemas de salud, diarreas o vómitos, y hay cuatro puestos sanitarios, de diferentes organizaciones, para atenderlos, pero, una vez más, la falta de un mando único que gestione el centro hace que los resultados no sean los esperados, según denuncia Esteve. Lo mismo pasa con los materiales, como camillas o medicamentos, que llegan a otros centros de almacenamiento y otros campos con los que no hay coordinación, por lo que la gestión de los mismos es nefasta.
Curiosamente, Przemyśl es la ciudad en la que fue detenido el periodista español Pablo González, acusado de ser un espía ruso, y la misma ciudad en la que el líder ultraderechista y soberanista italiano Matteo Salvini fue rechazado públicamente por Wojciech Bakun, el alcalde de la ciudad.
En este campo no hay menores no acompañados, no hay huérfanos de la guerra, de ellos se hacen cargo las autoridades de Polonia, el país que mayor número de desplazados ucranianos está recibiendo, cerca de dos millones de los más de tres millones que se han visto obligados a abandonar sus hogares y dejar su país por los ataques de Rusia, según las cifras de Acnur.
A este campo puede llegar cualquiera, «basta con registrarte en la entrada con tu nombre y pasaporte y ellos te dan un papel y una pulsera identificativa», asegura Esteve. Hay un checkpoint militar en la entrada, la única presencia institucional del país en el improvisado campo, cuyos soldados se encargan de «mirar que lleves la pulsera, y una vez dentro, haces lo que te dé la gana».
Esto se extiende también a los conductores, personas que llegan con sus vehículos para llevar a los ucranianos que quieran a otros lugares de Europa, «sin ningún tipo de control, solo basta que los ucranianos quieran montarse en el coche y listo», con el peligro que esto conlleva. Por tanto, no hay control del flujo migratorio pero «tampoco se controla que los voluntarios, cooperantes o conductores, entre otros, tengan antecedentes penales, lo que puede derivar en posibles casos de trata de blancas».
Es verdad que Iván Esteve reconoce que todavía no hay casos de trata de personas confirmados -por la dificultad de saber hacia dónde se dirigen los ucranianos que montan en los coches- pero sí hay sospechas, y cuenta el caso concreto de un constructor polaco que se acercó al campo de Przemyśl diciendo que tenía mucho trabajo en sus obras y pretendía llevarse a varios ucranianos del campamento con él, sin control alguno.
No se sabe cuánta gente entra ni cuanta sale de este campo cada día, pero se calcula que por Przemyśl pasan en torno a 22.000 ucranianos diariamente, de los cuales, 5.000 van al centro de desplazados. De ellos, 2.500 abandonan cada día la ciudad hacia otras zonas de Europa y, entre 1.200 o 1.800 pasan entre 24 y 72 horas en el campo temporal del centro comercial, según las cifras aproximadas que detalla Esteve a este medio. «Se supone que esto era un centro de transferencia, pero los datos me vienen a decir que no y que ya se está enquistando».
Para Esteve, la única forma de gestionar esta emergencia, en ámbito de registros, ya que afecta a varios países europeos fronterizos con Ucrania, es que estuvieran allí oficiales de FRONTEX que coordinaran los registros de la gente desplazada que llega y la que sale y que la gestión de los campos y la logística recayera sobre la Dirección General de Protección Civil y Ayuda Humanitaria de la Comisión Europea. «De esta manera se podría informar a cada estado miembro de cuánta gente va a cada país y en qué situación, lo que permitiría tener un registro y una trazabilidad del flujo migratorio».
Lo que sí remarca Esteve es la necesidad de un mando único, de una coordinación supranacional, para gestionar la crisis, no que cada país, que cada Agencia de Cooperación y Desarrollo, que cada comunidad autónoma, actúe de manera individual.