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Análisis

Ucrania, 30 días que cambiaron el mundo

Los años 1989-2022 pueden llegar a ser conocidos como un periodo de entreguerras

Ucrania, 30 días que cambiaron el mundo

Manifestación contra la invasión rusa de Ucrania en Ciudad de México. | Luis Cortés (Reuters)

A punto de cumplirse un mes de la guerra de Ucrania, el mundo ha entrado en una nueva era plagada de incertidumbres, una Segunda Guerra Fría en la que vuelven a enfrentarse las democracias liberales y las autocracias. La invasión rusa del 24 de febrero supone un punto de inflexión, de transición o incluso de retorno, que ha puesto fin al orden internacional surgido a partir de la caída del Muro de Berlín y que permite calificar ya la etapa 1989-2022 como un periodo de entreguerras. Este es un balance provisional de estos primeros 30 días:

La alianza entre EEUU y Europa, más fuerte

La OTAN, que estaba en estado de coma, como dijo el presidente francés Emmanuel Macron, ha resucitado con una renovada unidad de propósito como demuestran el envío de armas defensivas al Gobierno de Kiev, el reforzamiento del despliegue militar en los países miembros fronterizos  con Ucrania y el compromiso, iniciado por Alemania, de incrementar los presupuestos de Defensa hasta un 2% del PIB, un objetivo que hasta ahora era una ficción. Baste decir que dentro de la Unión Europea, España, la cuarta economía de la zona euro, solo supera a Luxemburgo en gasto militar en términos de PIB. El reforzamiento de la alianza occidental ha tenido también otros importantes hitos como la transparencia con que la Administración Biden ha compartido la información de inteligencia con sus aliados, la aplicación coordinada de sanciones económicas sin precedentes a Moscú y a los oligarcas del entorno del presidente Putin y la retirada y boicot a Rusia de numerosas compañías y organizaciones privadas.

Fiasco militar ruso

El presidente ruso supo desde el primer momento –Biden se lo dejó imprudentemente claro- que Estados Unidos no lucharía por Ucrania, pero, según coinciden los analistas, subestimó la heroica resistencia de la población ucraniana, el sorprendente y admirable liderazgo del presidente Zelenski y la competencia de sus militares y sobrestimó la capacidad de sus Fuerzas Armadas, estancadas sobre el terreno por problemas logísticos, errores de mando y la baja moral de las tropas. Tampoco ha conseguido controlar el espacio aéreo ucraniano. Lo que fue planeado como una rápida operación de castigo a una región rebelde llevada a cabo por un ejército moderno tras su actuación en Siria y Crimea se ha convertido en una campaña más propia del siglo XX de destrucción de las principales ciudades y ataques indiscriminados contra objetivos civiles -como en Grozni y Alepo-, que ha causado ya miles de muertos y más de tres millones de refugiados. Los expertos vaticinan que tras la destrucción de Mariúpol, convertida ya en una nueva Sarajevo, la campaña de devastación se centrará en las próximas semanas en Kiev y Odesa. 

Adiós a la recuperación económica

La guerra ha estallado cuando la economía mundial comenzaba a recuperarse de dos años de pandemia en medio de tensiones inflacionarias y una aguda crisis global de suministros. La inseguridad generada por el conflicto ha agravado estos dos últimos aspectos con el encarecimiento del gas y del petróleo y la interrupción de las exportaciones de fertilizantes y cereales, de los que Rusia y Ucrania son grandes productores. Los economistas divisan un retroceso en la economía globalizada surgida en los años noventa y un horizonte probable de estanflación (estancamiento con fuerte inflación) al tiempo que crecen las dudas sobre el futuro de los fondos europeos comprometidos para la salir de la crisis del coronavirus.

Ocaso del populismo

La guerra ha dejado ver al mundo el verdadero rostro del dictador ruso. Megalómano y totalitario, Putin ha incrementado la represión interna al tiempo que se ha erigido en el líder del pensamiento nacional-socialista del siglo XXI. Su actitud y sus mensajes han servido para que se les caigan las caretas a los líderes y partidos, nacionalistas y populistas, de extrema derecha y de extrema izquierda, europeos que hasta hace un mes eran sus cómplices y  que ahora, tras unos primeros días de hipócritas llamadas a la paz, guardan silencio. La revitalización de los valores democráticos como consecuencia de la guerra les augura también un fracaso en las próximas citas en las urnas, como se adivina ya en las  elecciones presidenciales francesas de abril.   

Giros diplomáticos

La invasión rusa está provocando rápidos movimientos diplomáticos y es previsible que haya más. Algunos espectaculares como el giro del Gobierno alemán en su tradicional política hacia Rusia o la decisión del presidente Sánchez aceptando de un día para otro la autonomía marroquí para el Sáhara, abdicando de la posición mantenida por España durante 47 años. Otros han recibido menos atención mediática, pero no son menos importantes como el descongelamiento de las relaciones entre Estados Unidos y la Venezuela chavista a propósito del petróleo, el encuentro mantenido por los presidentes de Turquía y Grecia, cuyas relaciones se habían deteriorado en los últimos meses, o el inusual viaje del dictador sirio, Bachar el Asad, a Abu Dabi.

El papel de China

El presidente Xi Jinping y Putin se han entrevistado en 38 ocasiones en los últimos nueve años. En la última, el pasado febrero en la inauguración de los Juegos Olímpicos de invierno, subrayaron que su relación de amistad «no tiene límites». Hasta ahora Pekín ha apoyado diplomática a Rusia y la videoconferencia mantenida por Xi y Biden, de más de dos horas de duración, concluyó con la amenaza norteamericana de imponer sanciones si China respalda económica y militarmente al Kremlin. Xi Jinping, que el próximo noviembre asumirá durante la celebración del XX congreso del Partido Comunista su tercer mandato consecutivo de cinco años,  coincide con Putin en su interés por redibujar el mapa de las relaciones internacionales, comparte con él la idea de reintegrar en la nación provincias rebeldes, como es en su caso Taiwán, y parece claro que no quiere verle debilitado ni menos aún a un Occidente reforzado. Una ruptura entre Estados Unidos y una China convertida en la potencia líder de un futuro bloque autoritario dinamitaría el  precario equilibrio de poder actual y tendría consecuencias telúricas para Occidente.

La ambivalencia israelí

El presidente Zelenski es judío, buena parte de su familia murió en el Holocausto y han sido muchos los analistas que han comparado la actual situación de Ucrania enfrentándose a un poder militar muy superior con la de Israel cuando en el pasado era asediado por las naciones árabes. Sin embargo, el primer ministro israelí, el ultraconservador Naftali Bennett, ha mantenido una estricta neutralidad y ha sido uno de los pocos líderes internacionales en ser recibido por Putin cuando viajó a Moscú el pasado día 5 y se ofreció de mediador sin presentar propuestas concretas. Los observadores apuntan dos razones para esta equidistancia: una, el hecho de más de un millón de israelíes, el 15% de la población, procede de la diáspora que emigró al Estado judío tras la implosión de la Unión Soviética. La otra, que Rusia, que controla el espacio aéreo  sirio desde su intervención en 2015 en apoyo de Bachar el Asad, permite los bombardeos israelíes contra las milicias proiraníes en el país árabe.

La guerra de las redes sociales y de los veteranos

Si se dice que la II Guerra Mundial fue la de la radio, la de Vietnam la de la de televisión, la del Golfo la de las cadenas de información 24 horas como la CNN, la de Irak la de los teléfonos móviles como se demostró con las fotografías de las torturas en la cárcel de Abu Ghraib realizadas por los propios soldados norteamericanos, esta de Ucrania es sin ninguna duda la de las redes sociales. Por ellas discurren la resistencia de los ucranianos, los testimonios de sus víctimas, las imágenes de la destrucción, la propaganda de los gobiernos, la movilización de la opinión pública, las informaciones y los análisis a un ritmo imposible de seguir por los medios convencionales. Es también la guerra de los periodistas veteranos como se ve por las canas y trayectorias de numerosos enviados especiales. No se margina la experiencia ni hay discriminación por edad a la hora de correr el riesgo de morir en Ucrania.

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