50 años del Watergate: cuando la mentira política tenía castigo
El Watergate quedará para la historia como el primero y el último verdadero gran escándalo político
Poco después de la medianoche del 17 de junio de 1972, un guardia de seguridad de los edificios Watergate en Washington, junto al río Potomac, alertó a la Policía de que alguien había entrado en el complejo, allanado las oficinas del Comité Nacional Demócrata en el sexto piso e instalado micrófonos. Cinco hombres fueron detenidos y todo el asunto parecía un incidente menor hasta que declararon ante el juez. A la pregunta de cuál era su profesión, cuatro, de origen cubano, respondieron: «Somos anticomunistas», pero el quinto, James W. McCord, de nombre, dijo: «La CIA». El 6 de agosto, una vez que los intrusos fueron relacionados con la campaña de reelección del presidente Richard Nixon, el Washington Post combinó por primera vez las palabras Watergate y escándalo.
Nacía entonces la mayor leyenda del periodismo moderno, el símbolo por antonomasia de la prensa como contrapoder, personificado por los jóvenes reporteros Bob Woodward y Carl Bernstein, inmortalizados por Robert Redford y Dustin Hoffman en la película Todos los hombres del presidente (1976), de Alan Pakula, y convertidos para la posteridad en héroes incorruptibles y perseverantes que buscan la verdad, modelos a seguir por todos los plumillas del mundo.
Surgieron también algunas frases que entraron para siempre en el argot periodístico y en nuestro lenguaje cotidiano como Garganta Profunda –«Sigue el dinero»-; la pregunta «¿Qué sabía el presidente y cuándo lo sabía?», que formuló el senador republicano por Tennessee, Howard Baker, en la comisión de investigación del Senado; la máxima «el periodismo es el primer borrador de la historia», atribuida a Philip L. Graham, editor del Post y exmarido de la extraordinaria Katherine Graham antes de ésta se hiciera con el control del periódico y antes del Watergate, y por encima de todo el sufijo gate para todos los grandes escándalos políticos de cualquier lugar del planeta –Irangate, Partygate, Fifagate, Delcygate…- acuñado por el columnista del New York Times y antiguo escritor de discursos de Nixon, William Safire. El drama tuvo un final feliz con la dimisión de Nixon el 8 de agosto de 1974 en vísperas de un proceso de destitución (impeachment), convirtiéndose en el primer y hasta ahora único presidente que ha renunciado al cargo.
«En el Oeste, cuando los hechos se convierten en leyenda, se imprime la leyenda», dice el director del periódico local en El hombre que mató a Liberty Valance, la película de John Ford de 1962. Pero los hechos del Watergate no fueron nada simples y desde entonces no han dejado de publicarse decenas de libros -algunos por los propios Woodward y Berstein-, más películas e incluso series de televisión como la reciente Gaslit con nuevas revelaciones o testimonios de personas que de un modo u otro tuvieron relación con el escándalo.
Desde el caso de Barry Sussman, el veterano editor de las notas que producían los novatos Woodward y Bernstein y cuyo trabajo fue crucial para que el Post ganase el premio Pulitzer a la desesperación del periódico porque sus averiguaciones no tenían eco o eran despreciadas por la Casa Blanca como acusaciones sin base que partían de fuentes anónimas –el escándalo no se convertiría en una obsesión nacional hasta que empezaron las audiencias en el Senado en mayo de 1973- pasando por la contribución en la investigación de medios como el New York Times o la revista Time, entre otros muchos, o el descubrimiento de la identidad de garganta profunda como Mark Felt, exnúmero dos del FBI, en la revista Vanity Fair en mayo de 2005.
Pero habría que subrayar que tanto o más importantes que las investigaciones periodísticas fueron los funcionarios que –empezando por los agentes del FBI– cumplieron con su trabajo; un poder judicial al que no le tembló la mano a la hora de condenar a muchos altos cargos; un sistema parlamentario donde se impuso la responsabilidad bipartidista de republicanos y demócratas; una opinión pública que no estaba dispuesta a tolerar la mentira de su presidente y un Nixon, que pese que había aplastado a su rival demócrata George McGovern menos de dos años antes con un 60% del voto popular y venciendo en 49 Estados, eligió la dimisión frente al impeachment para no dañar el prestigio de la presidencia.
Cincuenta años después el Watergate provoca un cierto sentimiento de nostalgia por un tiempo en que la verdad prevaleció, la justicia triunfó y el delito político fue castigado. Resulta inevitable comparar el caso con la catarata de ilegalidades, desmanes y falsedades cometidas por Donald Trump, quien jamás ha admitido ninguna responsabilidad ni tan siquiera en el asalto al Capitolio de enero de 2021, sin ser nunca sancionado. Trump sobrevivió a dos impeachment gracias a la lealtad incondicional de sus partidarios – solo un senador republicano votó en su contra en el primero y solo siete en el segundo- y aún tiene muchas posibilidades de volver a ganar la presidencia en las elecciones de 2024. Lo mismo se puede decir de Boris Johnson, Pedro Sánchez y de tantos otros que han construido sus carreras políticas sobre la mentira en una época donde la verdad ya no importa.
Desde entonces, la acumulación de –gates que se suceden sin dimisiones ni condenas probablemente hayan contribuido a volver a la sociedad más cínica, polarizar la política y confundir el periodismo con el activismo. El Watergate quedará para la historia como el primero y el último verdadero gran escándalo político.