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¿Las armas nucleares ya no dan miedo?

Llama la atención que la amenaza de un holocausto nuclear, que durante décadas angustió al mundo, haya dejado de ser motivo de inquietud en la actualidad

¿Las armas nucleares ya no dan miedo?

A finales de febrero, nada más invadir Ucrania, el presidente Putin puso a las fuerzas nucleares rusas en máxima alerta. A las pocas semanas de la guerra, Chernóbil se convirtió en zona de combate y muy poco después la central nuclear de Zaporiyia fue bombardeada. «Es la primera vez en la historia» que una planta nuclear es atacada, dijo entonces el presidente Zelenski. «Si hay una explosión, es el fin de todo», añadió. Recientemente, el ministro de Exteriores ruso, Serguei Lavrov, afirmó en una entrevista en televisión: «El peligro (de un ataque nuclear ruso) es serio, es real. No debemos subestimarlo», y el conductor de un programa de un canal estatal bromeó diciendo: «Un lanzamiento, Boris, y adiós a Inglaterra», mientras se veía en pantalla una simulación en la que el Reino Unido era borrado del mapa por un misil nuclear. En los últimos días, el Kremlin ha advertido a Finlandia y Suecia que su inminente ingreso en la OTAN tendrá consecuencias, sin especificar cuáles.

Estados Unidos ha desdeñado hasta ahora las amenazas nucleares de Moscú considerándolas puras bravatas de Putin y no ha dejado por ello de enviar armamento, cada vez más letal, a Ucrania.  Sin embargo, no descarta la posibilidad de que el presidente ruso pudiera recurrir al uso de armas nucleares tácticas, de menor tamaño, para conseguir  ventaja sobre el terreno en Ucrania. «Dada la potencial desesperación de Putin y del liderazgo ruso, dados los fracasos militares que han tenido hasta ahora, ninguno de nosotros puede tomarse a la ligera la amenaza que supone el recurso potencial a armas nucleares tácticas o de baja potencia», dijo el mes pasado el director de la CIA, William Burns, si bien añadió que hasta el momento no tenía ninguna prueba de movimientos en esa dirección.

El Ejército ruso está concentrado actualmente en intentar controlar la región del Donbas, en el este de Ucrania, y no parece tener interés en una extensión del conflicto que implique a los países de la OTAN ni mucho menos en tomar una decisión que obligase a Estados Unidos a intervenir militarmente. En febrero el presidente Biden creó un grupo, llamado Equipo Tigre, encargado de desarrollar planes de contingencia ante posibles riesgos de escalada como pudieran ser el uso por Rusia de armas químicas, biológicas o nucleares, pero su política sigue siendo que sólo utilizará estas armas en caso de que Estados Unidos o sus aliados sufrieran un ataque nuclear.

Llama la atención que la amenaza del uso de armas atómicas o el peligro de un holocausto nuclear, que durante décadas angustió al mundo, haya dejado de ser motivo de inquietud en la actualidad

Sin embargo, llama la atención que la amenaza del uso de armas atómicas o el peligro de un holocausto nuclear, que durante décadas angustió al mundo, haya dejado de ser motivo de inquietud en la actualidad, máxime cuando una docena de potencias nucleares manejan un arsenal de más de 10.000 artefactos atómicos, sus líderes, como el norcoreano Kim Jong-un se vanagloria de lanzar misiles cada vez de mayor alcance, o han sido abrogados importantes acuerdos de la arquitectura de seguridad estratégica global como el tratado de misiles antibalísticos (ABM) en 2001 y el  de Fuerzas Nucleares de Alcance Intermedio (INF) en 2019. Trump también retiró a EE UU del acuerdo nuclear con Irán al tiempo que Rusia, China o India han desarrollado en los últimos años nuevas armas ofensivas.

El horror nuclear está desapareciendo de nuestra memoria colectiva, pese a que casi la mitad de la población mundial vive en países con arsenales atómicos. Es cierto que pronto hará 77 años que no ha ocurrido otra Hiroshima, que la posesión de armas nucleares e incluso su proliferación ha evitado grandes guerras como las del pasado  –se ha especulado incluso sobre si hubiera tenido lugar el conflicto actual si Ucrania no hubiera destruido las suyas en los años noventa-, y que el éxito de la política de disuasión resumida en la idea de la Destrucción Mutua Asegurada hace imposible la victoria. 

Pero también es verdad que por primera vez ningún líder del club nuclear puede recordar Hiroshima –Biden tenía en agosto de 1945 dos años y Putin no había nacido-  ni buena parte de los jefes de Estado y de Gobierno de los países de la OTAN rememorar la crisis de los misiles de Cuba en 1962. Algunos, incluso, eran niños cuando cayó la Unión Soviética.  Los historiadores, usando documentos desclasificados, han mostrado cuántas veces el planeta estuvo a punto de ser destruido en el pasado por un accidente atómico, bien por el mal funcionamiento de un sistema o por el error en la interpretación de una amenaza, y no debe olvidarse que las armas químicas, usadas en la I Guerra Mundial pero prohibidas posteriormente, volvieron a ser empleadas por Irak en los años ochenta y por Siria en 2013.

El pavor y la incertidumbre que se abatían sobre el futuro de la humanidad llevaron a científicos e intelectuales a incluir la Bomba como una categoría filosófica al mismo nivel que el Ser, el Espacio o el Tiempo y a defender la necesidad de un gobierno mundial

A las 8.15 de la mañana del 6 de agosto de 1945 una bomba atómica de 4,4 kilos fue lanzada desde un B-29 sobre Hiroshima. Cuarenta y tres segundos después, una enorme explosión redujo la ciudad a escombros matando a más de 100.000 personas. Había empezado la era nuclear sacudiendo los cimientos de la civilización. El pavor y la incertidumbre que se abatían sobre el futuro de la humanidad llevaron a científicos e intelectuales a incluir la Bomba como una categoría filosófica al mismo nivel que el Ser, el Espacio o el Tiempo y a defender la necesidad de un gobierno mundial como única solución para impedir el holocausto. Un mundo o ninguno fue el título del best seller que Einstein, Oppenheimer y otros científicos publicaron en marzo de 1946.

Meses más tarde, el escritor norteamericano John Hersey publicó en la revista New Yorker un extenso y escalofriante reportaje sobre Hiroshima a través de las historias de seis supervivientes. Muchos lectores supieron por primera vez que Hiroshima no era una base militar japonesa como había dicho el presidente Truman sino una ciudad cuyos vecinos habían sido vaporizados y calcinados en la muerte más horrible. El artículo de Hersey se convertiría después en libro vendiendo millones en todo el mundo. En España lo publicó la editorial Turner en 2002 traducido por el escritor colombiano Juan Gabriel Vásquez. El cine y la televisión también contribuyeron a mostrar las consecuencias del  horror nuclear con películas como La Hora final (1959), de Stanley Kramer; Godzilla (1954) o El día después (1983), entre otras muchas.Siguen haciéndose películas apocalípticas, pero hoy tratan sobre el cambio climático, alienígenas o zombies, no sobre catástrofes nucleares. Como escribía recientemente el historiador Daniel Immerwahr en The Guardian «la memoria de la guerra nuclear, una vez vívida, está desvaneciéndose silenciosamente. Estamos entrando en una era de armas nucleares pero sin memoria nuclear». La aniquilación atómica ya no aterroriza a nadie como tampoco lo hace la polio, pero desmemorias como esa han alimentado como se ha visto durante la pandemia el movimiento contra las vacunas en los países ricos. No se extingue el peligro de la guerra nuclear ignorándolo.

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