El dilema de Meloni: mantener sus instintos derechistas o ser una líder pragmática en la UE
Meloni podría ser definida como una neo-postfascista con firmes ideas en materia religiosa, familiar, migratoria y delictiva, pero sería equivocado tildarla de fascista
Los medios italianos se estrujan la cabeza para etiquetar a la coalición que ha triunfado en las pasadas elecciones generales en Italia. Los hay que la califican de centro derecha -un poco aberrante la calificación a tenor de los tres grupos que la componen- y otros la bautizan como derecha. Los medios occidentales no han dudado en definirla derecha radical o extrema derecha. La cabeza triunfante y líder del hasta ahora minúsculo Fratelli d’Italia (FdI), Giorgia Meloni, periodista, no oculta sus orígenes ni su ideología. Mamó la política desde los 15 años (ahora tiene 45) en las juventudes del neofascista Movimiento Social Italiano (MSI), fundado por Giorgio Almirante, que transformó luego a principios de los noventa Gianfranco Fini en un movimiento más democrático (Alianza Nacional). Meloni nunca fue especialmente crítica con Benito Mussolini a diferencia de Fini, que afirmó en su día que el fascismo fue el mal absoluto. Meloni y Fini nunca se llevaron bien.
La noche electoral del pasado domingo, el conductor del canal de televisión del diario Repubblica (izquierda) miró preocupado a sus tertulianos cuando les mostró el primer titular de la CNN, que señalaba que una política de extrema derecha desde los tiempos de Mussolini gobernaría Italia. «Así nos ven fuera, lo cual es preocupante e inquietante», comentó el presentador. La sociedad italiana, y sus medios de comunicación en general, suelen prestar mucha atención a lo que se dice de su país en el extranjero. Como no tienen alto concepto de sí mismos y menos aún de sus políticos, una crítica venga de donde venga les impacta.
Meloni, objetivamente hablando, podría ser definida como una neo-postfascista con firmes ideas en materia religiosa, familiar, migratoria y delictiva, pero sería equivocado tildarla de una fascista pura y dura, «un hombre de 1922 [Mussolini] vestido de mujer», como sostiene el escritor Paolo Flores d’Arcais. Ante todo porque cree en el sistema democrático y en el Estado de Derecho. Y a su manera no reniega de ser europeísta. Ahora bien, de un europeísmo soberanista donde prevalezcan los intereses nacionales antes que nada. De ahí que se identifique con el presidente de Hungría, Viktor Orban sobre todo, pero también con Polonia. Húngaros y polacos son los dos miembros sospechosos del club europeo. Bruselas les ha amenazado con bloquear los fondos comunitarios si no se avienen a las instrucciones de la UE en lo que respecta a justicia y prensa. Como es bien conocido, es filoatlántica y simpatizante de Donald Trump. En lo primero puede encontrar aliados ahora mismo en Europa tras la crisis ucraniana; en lo segundo, ciertamente no.
«Mujer, madre, italiana y cristiana». Esta ha sido una de sus cartas de presentación durante la campaña electoral. Ese eslogan lo desarrolló ampliamente en el mitin de la candidata de Vox en las pasadas elecciones andaluzas, Macarena Olona. En perfecto español y a voz en grito dijo que para ella no caben mediaciones posibles: o sí o no. «Sí a la familia natural, no a los lobbies LGTBI; sí a la identidad sexual, no a la ideología de género; sí a la cultura de la vida, no al abismo de la muerte; si a la universalidad de la Cruz, no a la violencia islamista; sí a las fronteras seguras, no a la inmigración masiva; sí al trabajo de los ciudadanos, no a las grandes finanzas internacionales; sí a la soberanía de nuestros pueblos, no a los burócratas de Bruselas, y sí a nuestra civilización y no a quienes quieren destruirla».
Presentada de este modo y aún más con la poca sugerente compañía de aliados como Matteo Salvini, líder de la Lega, y el caduco y cada vez más patético (por su estética) Silvio Berlusconi, ex primer ministro y fundador de Forza Italia, se podría concluir que Italia se adentra en una etapa de ultraderechismo extremo que afecte la estabilidad europea, necesaria ahora más que nunca tras la invasión rusa de Ucrania. Salvini y Berlusconi han coqueteado con Putin. Sin embargo, parece que no será así. De entrada, el empresariado italiano e incluso los inversores extranjeros no han recibido con gran inquietud la victoria de esta política, la primera que llega a primer ministro en el país alpino. La prima de riesgo no se ha disparado y los problemas endémicos de débil crecimiento y deuda pública descontrolada (150% del PIB) seguramente van a persistir con un gobierno de extrema derecha o sin él. Evidentemente hubiesen preferido que continuara en el poder el expresidente del Banco Central Europeo (BCE), Mario Draghi, un economista ampliamente reconocido fuera y dentro del país. En realidad, en Italia los gobiernos con mayor prestigio y estabilidad han sido dirigidos por tecnócratas.
No tendrá fácil mantenerse en el cargo
Meloni es hábil aunque eso no quiere decir que sea capaz de mantenerse en el cargo mucho tiempo. Todo dependerá de la conducta de sus aliados circunstanciales. Ninguno de los dos es muy fiable. Salvini ha sufrido un gran varapalo electoral, lo que hace impensable que ocupe un cargo de viceprimer ministro y responsable de la cartera de Interior, como él desearía al igual que en 2018, cuando convirtió la lucha contra la inmigración en su primer y único objetivo. Y de Berlusconi, aunque en el ocaso, se puede esperar cualquier cosa. El resultado de Forza Italia no ha sido tan malo como el de la Lega. Ambos menos del 9%. Berlusconi no tiene bien conceptuada a la próxima jefa de Gobierno pese a que la tuvo como ministra de Juventud durante sus años en Palazzo Chigi. Y aún menos respeto le merece Salvini, del que opina que nunca ha sido gran trabajador. En una comida con un grupo de simpatizantes, la mayoría mujeres, durante la jornada de los comicios, afirmó entre bocado y bocado y sin empacho que «yo a lo que aspiro es a ser el director» del proyecto. A sus 86 años parece que no se le han agotado tales deseos pese a los numerosos borrones en su currículo a causa de los problemas judiciales.
La líder del FdI es consciente de que pese a haber conseguido más de siete millones de votos, quintuplicando el apoyo obtenido en las últimas elecciones de 2018, ese respaldo merece una reflexión. Es bastante heterogéneo: ultraderechistas, votantes antisistema y clase media cansada del establishment y de las batallas fratricidas entre las fuerzas políticas. Además, el 26% logrado es fruto también de un sistema electoral muy poco equitativo, mezcla de mayoritario y proporcional, así como a la irresponsable impotencia de la izquierda para presentarse unida frente a la derecha y a un fuerte ascenso de la abstención.
Meloni ha cambiado ya su discurso vehemente -«vengo a dar voz a quienes se han sentido humillados hasta ahora»- por uno más contenido y prudente. En realidad, no está hablando ella, sino sus colaboradores más próximos. Sabe que la clave de bóveda de su Gobierno estribará en la persona que elija como ministro de Economía. Busca un tecnócrata que se identifique con la línea europea. En una entrevista a Corriere della Sera (centro), Larry Fink, presidente de Blackrock, el mayor grupo inversor mundial, afirma que los inversores extranjeros están atentos por conocer el nombre del nuevo responsable de los asuntos económicos de Italia. Y de eso dependerá el apoyo que ofrezcan a la próxima inquilina de Palazzo Chigi.
No parece, según los analistas italianos, que Meloni quiera marcar distancias con la política de la UE en Ucrania y las sanciones a Rusia ni tampoco con el paquete de medidas de ahorro energético aprobadas recientemente Es partidaria de poner un tope al precio del gas y se muestra disgustada con el anuncio del canciller alemán, Olaf Scholz, de elaborar un paquete de ayuda a familias y empresas alemanas para hacer frente a las restricciones de gas sin consultar a sus socios aliados.
Parece impensable que la próxima primera ministra italiana quiera dar un paso en las cuentas del Estado que hagan peligrar los 200.000 millones de euros que la UE ha comenzado a enviar a Roma después de la pandemia. Italia, seguida de España, es el primer socio receptor de los llamados Fondos Next Generation. «Meloni -escribía esta semana uno de los editorialistas de Corriere della Sera– «se encuentra en la encrucijada de elegir entre el instinto y la razón, entre el soberanismo y el europeísmo, entre el proteccionismo y el liberalismo». El rotativo centrista milanés afirmaba también que «Europa cometería un error si trata a Italia con desdén» con declaraciones como las de la presidenta de la Comisión, Ursula von der Leyen, o la primera ministra francesa, Élisabeth Borne, subrayando que a partir de ahora Bruselas y París vigilarán lo que haga Roma.