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Liz Truss, la premier británica de ida y vuelta

Los analistas la definen ya como un cadáver político y algunos apuestan a que tendrá que abandonar el cargo antes de fin de mes

Liz Truss, la premier británica de ida y vuelta

Un cartel se burla de la primera ministra del Reino Unido, Liz Truss, en una manifestación en Londres | Vuk Valcic (Europa Press)

In Liz we Truss se leía no hace mucho en los carteles de su campaña interna para reemplazar a Boris Johnson al frente del Gobierno británico, en un juego de palabras según el lema inscrito en los billetes de dólar (In God we trust). En realidad, bien se podría afirmar ahora que «In Liz we don´t trust». No confía nadie empezando por el gobernador del Banco de Inglaterra, que ha tenido que ir en rescate de la libra las últimas dos semanas, tampoco los mercados, así como la mayor parte de los dirigentes del Partido Conservador, al que pertenece esta volátil política de 47 años e inquilina del 10 de Downing Street desde hace un mes, y desde luego menos aún la sociedad británica.

Los analistas la definen ya como un cadáver político y algunos destacados políticos tories como William Hague apuestan a que tendrá que abandonar el cargo antes de fin de mes. El líder laborista, Keir Starmer, un político poco carismático de 60 años, barrunta presentar la próxima semana en la Cámara de los Comunes una moción de censura contra ella pese a que las posibilidades de éxito son escasas dado que los tories tienen la mayoría absoluta parlamentaria. Si hubiera elecciones ahora, el Partido Laborista barrería con un triunfo tan aplastante y parecido al primero de Tony  Blair en 1997. Las encuestas dan al Labour una ventaja sobre el Tory de entre diez y hasta 30 puntos. Los comicios deben celebrarse no más tarde de enero de 2025. 

Una joven republicana

En apenas cuatro semanas Truss ha dilapidado el ya de por sí magro prestigio que tenía cuando llegó a la Jefatura de Gobierno tras derrotar en las primarias al entonces ministro de Economía, el multimillonario de origen indio Rishi Sunak, con mejor formación que ella. En realidad, éste obtuvo más apoyo de los diputados pero perdió en el voto de los afiliados. Truss, graduada en Oxford, como buena parte de la clase política británica, fue ministra de Comercio Exterior y luego secretaria del Foreign Office. Ha dado muchos bandazos a lo largo de su carrera. En su juventud era republicana, perteneció al Partido Liberal antes de pasarse a los tories, defendió la permanencia del Reino Unido en la UE pero luego demostró ser una furibunda del Brexit al igual que su antecesor, Boris Johnson. Ella es la artífice del redactado sobre el protocolo de Irlanda del Norte, un texto legislativo que viola el acuerdo entre Londres y Bruselas sobre la salida del Reino Unido de la Unión Europea tras el referéndum de 2016.

Llegó a Downing Street anunciando la mayor rebaja fiscal en la historia del país, una rebaja en realidad que premiaba especialmente a los ricos con la reducción del 45% al 40% en la declaración de renta, una bajada del impuesto de sociedades del 25% al 19%, recortes sociales pero también, es justo apuntarlo, rebajas en las facturas de gas y electricidad. Todo ello sin considerar que la deuda pública podría dispararse y sin que nadie de sus colaboradores, ni siquiera el cerebro de su programa y desde el viernes destituido ministro de Economía, Kwasi Kwarteng, un gran amigo de ella de origen ghanés, lo pudiera prever.

Gobierno a la deriva

El gobernador del Banco de Inglaterra tuvo que acudir al rescate a las pocas fechas de que se pudiera en marcha la llamada Trussonomics, un remedo de la política neoliberal antiestatalista del presidente Reagan, en defensa de la libra que se estaba desplomando, vendiendo bonos del Estado y subiendo los tipos de interés. El semanario The Economist, en plena tormenta, dibujaba hace dos viernes en su portada a la premier, cual almirante Nelson, en la proa de una barcucha de pie y segura de sí misma y en la popa a Kwarteng, semihundido.

Para evitar el naufragio de su frágil Titanic, la primera ministra tuvo que cancelar uno de los puntos más controvertidos de su programa -el de la rebaja fiscal a la población más rica- justificando el gesto en que tal vez no fuera el momento. El gran derrotado era sin duda Kwarteng. Pero eso no bastó para frenar el ruido que sus medidas estaban despertando en la calle y sobre todo también en las filas tories, donde comenzó a respirarse un clima de guerra civil y de voces cada vez más altas a favor de la dimisión de Truss. La reunión que tuvo a principios de esta semana con el famoso Comité 1922, el órgano que reúne a todos los diputados conservadores, fue, según las crónicas, explosiva. La acusaron de haber arruinado el apoyo que los conservadores se granjearon de la clase trabajadora durante la pasada década. Si las posibilidades de seguir gobernando eran escasas, con ella en Downing Street se reducían a cero, le dijeron sus colegas de partido.

Truss fue poco a poco reculando de las ideas fundamentales de su programa, pero era consciente de que por muy amigo que fuera de ella e incluso ser vecinos de barrio, había llegado el momento de tirar por la borda a Kwarteng, a quien nadie discute sus conocimientos de economía pero que en su arrogancia ha querido poner en práctica un paquete de medidas neoliberales a semejanza de las que aplicó Margaret Thatcher. Un cuento de hadas, en opinión de su antecesor Sunak, con la inflación desbocada por encima de los dos dígitos y la crisis energética como consecuencia de la guerra en Ucrania y con una recesión en ciernes. En definitiva, eran otros tiempos los de Thatcher amén de que Truss ni de lejos tiene las dotes de liderazgo de la dama de hierro.

Medidas fiscales congeladas

Truss ha tenido que dejar también en el congelador la rebaja del impuesto de sociedades y soportar la humillación de las recomendaciones del Banco de Inglaterra, de la gran mayoría de las instituciones financieras privadas e incluso, lo que es bastante inusual, del Fondo Monetario Internacional (FMI), que en su reunión anual de otoño ha advertido a la premier de los riesgos de su política económica. Dicho y hecho: la aún jefa de Gobierno -la tercera británica que llega al cargo- llamó a Kwarteng y éste regresó de prisa y corriendo desde Washington para presentar la dimisión. «He actuado de un modo firme, porque mi prioridad es asegurar la estabilidad económica de nuestro país», afirmó Truss el viernes. Habrá que esperar a mañana, lunes, para observar cómo reaccionan los mercados.

De momento, ha nombrado como titular de Economía a Jeremy Hunt, un veterano ex ministro de Exteriores y Sanidad y moderado proeuropeísta, que compitió contra Boris Johnson y contra la propia Truss en la carrera hacia Downing Street. ¿El enemigo en casa? Quién sabe, pero sí parece que el gesto es de desesperación y que el barco tripulado por Truss va directamente a las rocas. Los tories son conscientes de que si adelantan el fin de la legislatura la derrota es palmaria. Tal vez el paño caliente de un nuevo premier conservador haga que el varapalo no sea tan rotundo. Entretanto, lo mejor que puede hacer ella en pro del partido es empacar y regresar con su esposo y dos hijas adolescentes a su casa de Greenwich. Organizar con sus vecinos, los Kwarteng, meriendas de fin de semana y observar cómo el péndulo electoral devuelve a los laboristas el gobierno después de más de una década de conservadurismo en el Reino Unido.

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