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La otra cara del dinero

Por qué los mercados han reaccionado tan mal a las rebajas fiscales de Truss en el Reino Unido

Ni siquiera Thatcher fue tan thatcherita. Procuró siempre tener sus libros cuadrados y acompañó sus rebajas fiscales con recortes del gasto.

Por qué los mercados han reaccionado tan mal a la rebaja de impuestos de Liz Truss

Liz Truss no gana para disgustos. Primero se le muere la reina y ahora los mercados se rebelan contra sus rebajas fiscales. | Jane Barlow/Pool via Reuters

«Ha sido el peor estreno de una Administración del que se guarda memoria», editorializa The Economist a propósito de la premier de Liz Truss. En principio, nadie debería haberse llamado a engaño. Durante su campaña por el liderato del Partido Conservador, Truss había anunciado que bajaría los impuestos si llegaba a Downing Street. De hecho, fue la baza que le dio la victoria frente a su oponente, Rishi Sinak, mucho más cauto y partidario de dejarse de experimentos hasta que la inflación estuviera controlada.

Pero la materialización de su promesa por parte del ministro de Finanzas Kwasi Kwarteng el 23 de setiembre desató un Armagedón financiero. La libra se hundió hasta los 1,035 dólares y, aunque posteriormente se ha recuperado, los inversores aún asignan un 40% a la posibilidad de que alcance la paridad con el dólar. Por su parte, la rentabilidad del bono a 10 años escaló hasta el 4,3 %, un punto porcentual más que una semana atrás.

Los movimientos fueron tan violentos que el Banco de Inglaterra tuvo que improvisar un programa de compra de deuda de 65.000 millones de libras, mientras aseguraba que seguiría «muy de cerca la evolución de los mercados». También el Fondo Monetario Internacional consideró oportuno sacar una nota en la que elegantemente desaconsejaba «los grandes paquetes de estímulo» que no estuvieran orientados a los colectivos más castigados. Finalmente, aunque la secretaria del Tesoro de Estados Unidos, Janet Yellen, se negó a realizar una valoración del plan de Truss, sí constató que la agitación parecía circunscribirse a los activos británicos.

Unas rebajas fiscales irresponsables

Aquí acabaron, sin embargo, las críticas indirectas. El incombustible Larry Summers calificó a Truss de «totalmente irresponsable»; el fundador del fondo Bridgewater, Ray Dalio, declaró que se había comportado «como la gobernante de una economía emergente», y Paul Krugman abundó en que, efectivamente, lo que le pasaba al Reino Unido era impropio de un país desarrollado. «Verán», explicó con su familiar tono profesoral, «cuando una nación avanzada incurre en un gran déficit público, lo normal es que su moneda se revalúe, porque, para compensar el impacto inflacionario del déficit, el banco central suele subir los tipos y esa mayor rentabilidad atrae inversión extranjera». Pero la actual combinación de un bono al alza y una divisa a la baja se daba exclusivamente en repúblicas bananeras, donde los boquetes presupuestarios se contemplan como «un presagio de desastres mayores».

«No recuerdo una reacción negativa más unánime a un anuncio de política», colgó en Twitter Jason Furman, un antiguo asesor de Barack Obama.

Dónde está el acierto…

Truss y Kwarteng aciertan cuando sitúan en el centro de su preocupación el anémico crecimiento británico. Para revitalizarlo han diseñado una estrategia que, además de las muy publicitadas rebajas fiscales (el marginal máximo del IRPF pasa del 45% al 40%, se mantiene el tipo de sociedades en el 19% y se revocan las subidas de cotizaciones), contempla igualmente reformas estructurales o, como les gusta llamarlas a algunos economistas, por el lado de la oferta: alivio de la regulación medioambiental, levantamiento de la moratoria al fracking y de la prohibición de construir aerogeneradores en tierra, creación de zonas especiales, etcétera. Todas ellas son iniciativas laudables y The Economist los invita a agilizar además los trámites que entorpecen los proyectos de infraestructuras y la construcción de viviendas y a flexibilizar la política migratoria. «Un Gobierno que actuara con decisión en esas áreas», dice la revista, «marcaría una auténtica diferencia». Propinaría al Reino Unido un empujón similar al que Margaret Thatcher le dio en la década de 1980.

¿En qué se han equivocado, entonces?

…y dónde está el error sin solución

Truss nunca ha ocultado que su referente es la Dama de Hierro, pero cuando esta asumió el cargo en 1979 la renta de las personas se gravaba hasta con el 80%. La carga fiscal actual no tiene nada que ver con la de hace cuatro décadas y, aunque es previsible que la liberalización atraiga más talento, más empresas y más riqueza, los inversores consideran que difícilmente lo hará en la medida suficiente como para compensar la pérdida de recaudación ocasionada por las recortes tributarios.

Además, ni siquiera Thatcher era tan thatcherita. Procuró siempre tener sus libros cuadrados y acompañó sus reducciones de impuestos con recortes del gasto por un importe equivalente. El que era más relajado con las cuentas era Reagan. Como Truss, también él financió su rebaja fiscal con cargo a la deuda, y la jugada solo le salió bien por el papel crucial que desempeñan Estados Unidos y el dólar en las finanzas globales, algo que no es en absoluto aplicable al Reino Unido y la libra. «No somos tan grandes como para que el mundo tenga que tragarse nuestro déficit presupuestario», sostiene el ex funcionario del Tesoro Jonathan Portes en el Wall Street Journal. «La esterlina es casi una moneda de reserva, pero nada comparable al dólar».

La regla de oro de la política económica

«Si, por algún cataclismo, todo el conocimiento [físico] quedara destruido y únicamente una frase pasara a las siguientes generaciones de criaturas, ¿qué enunciado contendría la máxima información en menos palabras?», plantea Richard Feynman en Seis piezas fáciles. «Yo creo que es la hipótesis […] según la cual todas las cosas están hechas de átomos: pequeñas partículas que se mueven en movimiento perpetuo, atrayéndose mutuamente cuando están a poca distancia, pero repeliéndose al ser apretadas unas contra otras».

Del mismo modo, ¿qué salvaríamos del conocimiento económico si pudiéramos transmitir una única idea a los gobernantes del futuro? Seguramente el consejo que el señor Micawber le da al pequeño David Copperfield en la novela homónima de Charles Dickens. «Ingreso anual: 20 libras; gasto anual: 19 libras, 19 chelines y seis peniques; resultado: felicidad. Ingreso anual: 20 libras; gasto anual: 20 libras y seis peniques; resultado: miseria».

Ese ha sido el error sin solución de Truss: ignorar al señor Micawber. Como explica Tony Yates, un antiguo estratega del Banco de Inglaterra, había «un modo de introducir una reforma por el lado de la oferta sin arruinar la reputación del país. Empiezas bajando los impuestos que distorsionan la actividad [por ejemplo, sociedades], pero cuadras los libros subiendo otros [por ejemplo, patrimonio]. Luego, apruebas las medidas estructurales y pides a un organismo independiente que evalúe su impacto. Finalmente, si este corrobora que funcionan, reduces los tributos en idéntica proporción». O sea, primero reformas y luego disparas.

Por desgracia, eso nunca entró en los planes de Truss y Kwarteng, quizás porque, como dice Portes, son unos apóstoles del libre mercado que creen fervientemente en la curva de Laffer, pero más probablemente porque disponían de poco más de dos años para cambiar la economía y todo el proceso que Yates expone habría llevado como poco 18 meses.

Vuelta a la sostenibilidad

Nadie cree, de todos modos, que la sangre vaya a llegar al río. «No estamos al borde de una crisis de deuda ni la libra va a desplomarse», dice Portes. El propio Krugman recuerda que «el Reino Unido no es Argentina». Tiene un tipo de cambio flexible, su deuda denominada en divisa extranjera es mínima y cuenta con un banco central de probada independencia. Además, lejos de envolverse en la retórica antimercado típica de los populismos y culpar a los especuladores y los fondos buitres de sus males, Kwarteng se ha comprometido a presentar medidas de sostenibilidad presupuestaria antes de que acabe noviembre.

Entre tanto, por desgracia, él y Truss han causado con su mala cabeza un daño innecesario a la economía británica y a todo el movimiento liberal.

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