China: la trampa mortal de la política 'covid cero'
La guerra contra el virus se ha convertido en un callejón sin salida. Si el Gobierno levanta las restricciones, el país corre el riesgo de sufrir un tsunami de contagios
El pasado domingo, 16 de octubre, justo cuando se cumplía el 60 aniversario del inicio de la crisis de los misiles de Cuba que terminaría 35 días después, el 20 de noviembre de 1962, el presidente Xi Jinping, en su alocución inaugural a los participantes en el XX Congreso de representantes nacionales del Partido Comunista Chino, volvió a reafirmar su inquebrantable fe en su política covid cero. E insistió en que se había priorizado «a las personas y sus vidas por encima de todo», en que «el pueblo estaba librando la guerra total contra la propagación del virus» y en el sentido del deber demostrado por el país al «cooperar internacionalmente y de forma integral en la lucha contra la covid». Sin embargo, la cruda realidad es que, casi tres años después del inicio de la pandemia en Wuhan, sigue vigente la posición de 18 destacados científicos recogida por la revista Science en mayo de 2021: «Las teorías acerca de un escape accidental del laboratorio o de un desbordamiento zoonótico siguen siendo factibles». Hoy, aún no conocemos a ciencia cierta el origen del virus responsable de la presente pandemia.
El empecinamiento en la política covid cero tiene muchos paralelismos y parece que el mismo resultado que la del hijo único impuesta en 1979, y la del Gran salto adelante (1958-1961), decretada por Mao, que aniquiló a más de 30 millones de chinos por hambre. En esta misma línea también pueden encuadrarse los ultimátums dados por las autoridades locales a los agricultores chinos, antes del Congreso arriba mencionando, para que desviaran sus recursos a la labranza de productos básicos (arroz y trigo), en vez de dedicarlos a los rentables cultivos de bambú y flores.
La experiencia indica que cuando las políticas se imponen de manera arbitraria y despiadada resultan ser desastrosas para el bienestar de las personas.
«El crecimiento del PIB este año descenderá al 2,8% y el desempleo juvenil alcanzará casi el 20%»
En un país que, desde 1978, el crecimiento medio anual de su PIB superaba el 9%, este año descenderá al 2,8% (en 2021 fue del 8,1%) y el desempleo juvenil alcanzará casi el 20% (el desplome económico no permite absorber a los nuevos entrantes en el mercado laboral). Un enorme sacrificio que no está dando el resultado esperado de la utópica política covid cero, esto es, ¡cero casos! Dos días antes del mentado Congreso se registraron 1.459 casos, en un país de 1.400 millones de habitantes, mientas que en España ―que tiene 47 millones― se contabilizaron 14 veces más: 20.652 casos.
La crisis demográfica china se ha acelerado en los últimos años. En la actualidad, el país tiene crecimiento poblacional más bajo desde Gran salto adelante. Según la Oficina Nacional de Estadísticas de China, su población creció en 2021 solo en 480.000 individuos, pasó de 1.412,12 millones en 2020 a 1.412,60 millones, una ridícula fracción del crecimiento anual, en torno a los ocho millones, que se contabilizaba hace solo una década. Un factor crítico en la disminución de las tasas de natalidad y el envejecimiento del país es la falta de mujeres en edad fértil.
Obligadas a tener un único hijo, muchas parejas optaron por un varón, distorsionando la proporción de sexos al nacer. Mientras en 1979 había 106 niños por cada 100 niñas (lo habitual en nuestra especie), en 2005 subió hasta 121 y en algunas provincias chinas a 130. Desequilibrio que hace que una porción estimable de varones no pueda formar una familia. En China se les conoce como los guang gun («ramas desnudas») por su incapacidad para dar frutos.
Cuando la ideología se impone al pragmatismo y alumbra políticas nocivas, revertir sus efectos se convierte en un trabajo ingente y de dudoso éxito.
La superioridad mundial de la que se jacta el Gobierno chino y, en especial, su líder, ha impedido la importación de vacunas extranjeras (que son más eficaces). Y dificulta entender qué está ocurriendo con la vacuna china AWcorna, basada en ARNm como las desarrolladas por Moderna y BioNTech-Pfizer. Curiosamente, se está administrando a la población indonesia, aunque no está aprobada en China.
Dejar la etapa covid cero no va a ser tarea fácil, no es algo que se pueda hacer de un día para otro, pues esta estrategia ha resultado ser un callejón sin salida. Esto explica que, recientemente, Liang Wannian, jefe del panel de expertos de la Comisión Nacional de Salud y un adalid de esa política, declarara que «no existía un cronograma» para abandonarla.
Si el Gobierno renunciara a su actual política contra la covid, China correría el riesgo de sufrir un tsunami de contagiados que, de acuerdo con un estudio publicado en la revista Nature Medicine, podría llegar a originar 1,6 millones de muertos y una demanda de cuidados intensivos que superase 15,6 veces su capacidad actual. Estas estimaciones son reflejo del bajo nivel de inmunidad de la población.
«Entre la población existe cierta desconfianza hacia las vacunas, incluso algunos médicos las han desaconsejado»
Desde el comienzo de la pandemia, los casos confirmados en China no llegan al millón (en España superan los 13 millones). A lo que hay que añadir que, hasta septiembre, solo dos tercios de las personas mayores de 60 años habían recibido tres dosis (las necesarias para reducir en gran medida el riesgo de enfermedad grave y muerte). Además, complica las cosas el hecho de que entre la población exista cierta desconfianza hacia las vacunas, incluso algunos médicos las han desaconsejado a sus pacientes. Todas estas circunstancias cuestionan la exactitud de los datos sobre el nivel de vacunación alcanzado. Por otro lado, no conocemos bien ―y este es un tema crítico― la capacidad de su sistema sanitario para hacer frente a una pandemia, ni la velocidad con la que se está fortaleciendo actualmente .
Las proyecciones ofrecidas más arriba nos dicen que, inevitablemente, la salida de la etapa covid cero requerirá explicar a la población que las hospitalizaciones y las muertes van a aumentar, es decir, que se ha estado posponiendo lo sucedido en el resto de los países a costa de un precio, quizá, demasiado alto. Esto obligará al Gobierno a desdecirse de su rígida, singular y envanecida política anticovid (¡ahí es nada!). La magnitud del daño extra e inevitable que va a acompañar a esta transición dependerá de lo acertada que sea su planificación y, por ende, de lo que se haya querido aprender de las lecciones que está brindando esta pandemia.
El país vive, desde hace ya tres años, en un estado de emergencia interminable y su población conlleva cuarentenas que separan a las familias; confinamientos masivos a cal y canto que duran meses y provocan pánico; severas restricciones a los viajes internacionales con las que se controla quién puede salir o entrar y a dónde; y una vigilancia tecnológica y policial de un intrusismo y profundidad nunca vista antes (nadie sabe si el «estado de vigilancia» en que se ha convertido China ―aprovechando la lucha contra la covid― es también un ensayo para controlar cada recoveco de la conducta humana después de la pandemia). Pero, como los contagios no paran, además de lo expuesto, a la población se le exige repetidas pruebas de PCR con intervalos de 48 o 72 horas.
Yendo las cosas por estos derroteros, no puede extrañar que haya provincias con serios problemas para financiar el seguimiento y control de la pandemia. En algunas ciudades los funcionarios ya están padeciendo recortes salariales. Y el Instituto de Investigación del Banco de China estima que, si 900 millones de personas se sometieran a una PCR cada tres días, su coste rondaría los 100.000 millones de dólares al año.
Tampoco puede sorprender que los fabricantes de los test empiecen a angustiarse por las facturas adeudadas y los impagos. Este es el resultado de la creación de una enorme milicia, en la que no faltan voluntarios del Partido, que toma muestras nasales en las calles las 24 horas del día. Ya que los ciudadanos están obligados a someterse a un hisopado más de una vez a la semana, en las ubicuas cabinas de control repartidas por las calles de las ciudades con más de 10 millones de habitantes.
«Para la propaganda china, los gobiernos que han optado por la convivencia con el virus son un ejemplo de incompetencia»
Los protocolos vigentes exigen, por ejemplo, a los pequineses escanear con su móvil los códigos QR ubicados a la entrada de las tienda y los edificios públicos y privados, o al coger un taxi, para que se les autorice o deniegue el acceso. Estos sistemas de rastreo, en sus distintas modalidades, existen en toda China y suponen una amenaza y una fuente de angustia para los individuos. Pues una visita al lugar equivocado, es decir, en el que se ha detectado un caso sospechoso supone una orden de cuarentena, incluso horas después de haberlo abandonado. Ante esto, hay ciudadanos que tratan de soslayar algunos hisopados y, por ende, disminuir la probabilidad de dar positivo y ser confinados. O, sencillamente, optan por falsificar los resultados. Lo que desenmascara corrientes de desafección como consecuencia del dañino aislamiento social y las graves dificultades económicas y de avituallamiento infligidas a las personas y al tejido productivo. Mientas, la policía no deja de perseguir a los que se saltan las pruebas y, en muchas ocasiones, encerrarlos durante días.
Para la propaganda china, los gobiernos que han optado por la convivencia con el coronavirus son un ejemplo de incompetencia y crueldad. Por el contrario, la política covid cero se presenta como humanitaria e ilustrada. Una cosmovisión a la que no le falta ribetes místicos: en un artículo del Diario del Pueblo (el periódico insignia del Partido) podía leerse que combatir la epidemia «constituye una lucha material y espiritual».
En un país con unos gobernantes que dirigen el país mediante el ordeno y mando, que es el estilo impulsado por el presidente Xi (el Mao redivivo), y unos ciudadanos que son el paradigma de la paciencia existen señales de que esta se está agotando. Los test masivos con los que podría aliviarse el tormento de los confinamientos están teniendo el efecto contrario. Han servido para que las autoridades confinen más y más ciudades. Sin que se quiera entender que nadie puede vivir con la espada de Damocles de que, en cuestión de horas y sin previo aviso, su barrio se transforme en un hermético e invivible penal.
José Luis Puerta es médico y doctor en Filosofía y ha dedicado una parte de su vida profesional a la Salud Internacional.