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'Cul-de-sac' en el Sáhara Occidental

«Marruecos nos ha tomado la medida, como lo ha hecho también con otros países de nuestro entorno, gracias al apoyo de EEUU, y al rearme militar»

‘Cul-de-sac’ en el Sáhara Occidental

Manifestación en noviembre en Madrid por el pueblo saharaui organizada por el Frente Polisario. | Flickr

Se cumple un año de que, desde el Palacio en Rabat, se desvelase el cambio de posición de España en relación con el Sáhara Occidental. Una sorpresa en toda regla, porque los españoles hubimos de enterarnos por la prensa de algo de tan importante calado. Encima, como consecuencia de una filtración desde Marruecos. ¿Es que el presidente Sánchez no tenía intención de desvelar esa medida?

Soy de los que creen que la política exterior española es débil en el contexto internacional. Lo es, incluso, en un asunto que nos afecta en gran medida, como es la descolonización de lo que fuese en su momento la provincia cincuenta y tres. España carece de la solidez diplomática y extensión que sí tienen otros países. El aislamiento y bloqueo internacional de España durante la dictadura de Franco nos hizo retornar a una debilidad exterior de la que no hemos escapado.  Tampoco concedemos a nuestra política exterior los fondos económicos que nos permita incidir en el mundo con cierta contundencia, como lo vienen haciendo Noruega o Qatar, pongamos el caso, que sin nuestra tradición diplomática disponen no obstante de cierto impacto en algunos de los procesos internacionales más significativos.

Habría sido deseable que el presidente hubiese sometido su propuesta a las Cámaras, aun a sabiendas de que difícilmente algún consenso pudiese ser alcanzado. Cuando menos, se habría cubierto la estética de la dialéctica política, lo cual no es poco en el presente, cuando el debate en nuestros parlamentos carece de unos mínimos saludables en su puesta en escena. Transcurrido el tiempo, creo no obstante que el rechazo a la iniciativa presidencial no fue tanto en su fondo como en su forma.

Desde que en febrero de 1976 los últimos soldados españoles abandonasen el territorio saharaui, apenas sí se han logrado avances reales, aunque sí ha habido algunos episodios significativos. Aquel primitivo entusiasmo saharaui por el referéndum hacia la autodeterminación; el advenimiento de la autoproclamada República Árabe Saharaui Democrática —RASD— y su gradual reconocimiento por 84 Estados; el compromiso saharaui, incluso en el terreno militar, supusieron elementos sustanciales e ilusionantes que el transcurso del tiempo ha venido desvaneciendo. Los escasos avances apenas si brindan una pizca de ficción que dé paso a la esperanza.

El comprometido y tenaz sustento de Argelia a la causa saharaui se limita hoy, en buena medida, a la mera acción humanitaria. No es posible eludir, no obstante, que la intrincada y duradera confrontación argelino-marroquí pesa sobremanera en el conflicto saharaui. Tanto es así, que un deseable acercamiento bilateral entre Argelia y Marruecos no solo daría estabilidad y prosperidad a la región, sino que, además, estoy convencido, desbaratarían muy posiblemente los contratiempos que pesan sobre el contencioso saharaui.

Tal es la colateralidad entre relaciones bilaterales y conflicto del Sáhara, que en no pocas ocasiones estimo que ambos Estados utilizan el conflicto para justificar el volumen y catálogo de privilegios de los que se dotan los estamentos miliares de ambos. Con un 13,2 % del gasto público total en 2021, Marruecos se ha dotado de unos materiales y equipamientos en defensa muy por encima de lo que estamos acostumbrados en Occidente. En el caso de Argelia, el gasto en defensa alcanzó el 15,24 % del gasto público correspondiente a ese mismo año. ¿De qué otro modo podría valerse ambos ejércitos para dotarse, no ya solo de equipamiento militar y efectividad, sino de volumen de efectivos, salarios, acceso a la vivienda corporativa, acción social, caché social, atractivo profesional entre los jóvenes…?

Qué gran victoria diplomática sería la de España, si alcanzase la aproximación entre ambos Estados. Si lograse mediar para hacer efectivo ese gran sueño del Magreb árabe unido, que dotase de estabilidad y de garantías a la región. Que le permitiese poder interactuar a los Estados miembros, y el intercambio comercial, cultural y humano entre países tremendamente jóvenes en su reconocimiento internacional y tan longevos a su vez en su desarrollo cultural. Sería magnífico disponer en la Unión Europea de un sur ribereño en el Mediterráneo occidental, en el que creer y con el que crecer juntos.

El conflicto del Sáhara como catalizador

Por el contrario, el conflicto del Sáhara ha catalizado otros desencuentros que ya emponzoñaban inexplicablemente su vecindad. Tan juntos y separados al mismo tiempo. El difunto presidente Bouteflika, que encontró consuelo, cobijo y apoyo en Marruecos durante la guerra de liberación argelina, pretendió con denuedo abrir en 1999 las cerradas fronteras terrestres de Argelia con Marruecos. Le resultó del todo imposible. El estamento militar de su propio país se negó en rotundo. Las relaciones bilaterales con Marruecos quedaban subordinadas al aparato de seguridad argelino en lugar de al Ministerio de Asuntos Exteriores.

El apoyo argelino a la RASD ha obligado a su Estado a suspender las relaciones diplomáticas con España como consecuencia del giro estratégico promovido por el presidente Sánchez. También ha dificultado el tráfico comercial. Lo que España vende en Argelia nunca ha sido complejo, ni puntero, ni abundante, lo que ha facilitado el trasiego comercial español hacia otros receptores. Otra cosa es el gas, donde Argelia tiene la sartén por el mango. Siempre sale ganando, aunque venda menos, sí a precios más altos. No obstante, se han avenido a los contratos ya suscritos, aunque con capacidad de elevar notablemente los precios a su vencimiento. España, en estas circunstancias, alteró su cesta de compra de gas, disminuyendo notablemente el suministro de gas argelino en beneficio de otros proveedores. Aun así, abonó 2.600 millones por el gas adquirido en 2022.

Desde su inicio en 1975, apenas si se han acometido iniciativas diplomáticas mediante las cuales remedar el conflicto. Tal vez la única; desde luego la más solemne y realista vino de la mano de quien fuese secretario de Estado de Exterior de EEUU en el año 2000, James Baker, que presentó entonces un plan de resolución que finalmente fue aceptado a regañadientes por el Polisario y Argelia, y rechazado por Marruecos. Eran momentos en los que la causa saharaui contaba con el apoyo de EEUU. Supuso aquel el momento cumbre en que se percibió alguna posibilidad a la resolución del conflicto. La segunda versión de este plan, conocido como Plan Baker II, preveía el autogobierno del Sáhara por un período de cinco años, con un referéndum sobre la independencia a continuación. En este referéndum, participaría toda la población saharaui del Sáhara Occidental.

El censo de este referéndum de independencia ha sido siempre la esencia de la discordia. La guerra declarada y los interminables asentamientos marroquíes en el Sáhara Occidental desde 1975 han otorgado a Marruecos, no solo el 80% de la superficie total como territorios ocupados, sino que sus residentes marroquíes alcanzan los dos tercios del aproximado medio millón de habitantes con los que se supone que cuenta el Sáhara Occidental.

Se afirma que se supone la mencionada población, porque nadie conoce con exactitud el censo local. Unos y otros siempre han distorsionado las cifras a fin de obtener ventaja en relación con un referéndum en el que ya nadie cree, pero para el que no existe alternativa posible. La RASD ha utilizado también el volumen de su población de cara a recabar ayudas internacionales de subsistencia, fundamentalmente por parte de España. El caso es que el plan de referéndum de 1991 ha quedado estancado debido a desacuerdos sobre la elegibilidad de los votantes. Frente al primitivo censo que comprendía a los inscritos en el censo español de 1974 y sus sucesores, Marruecos exige la inclusión de todas las personas que viven en el territorio, incluidos todos los colonos marroquíes.

Este bloqueo y cierta desidia internacional acentúan la cronificación del conflicto, para el que ya no se ofrecen soluciones colegiadas. Marruecos ha impuesto la vía de los hechos, en tanto que los apátridas saharauis se han ido acomodando a las circunstancias. Son muchos los saharauis que se han asentado en Europa, fundamentalmente en España, valiéndose para ello del pasaporte que les brinda Argelia como documento de viaje. La población saharaui malvive de la ayuda argelina e internacional. Su población joven huye en buena medida del desierto argelino en el que está condenada a desenvolverse. Otros se vinculan al Polisario, que prende y alimenta la llama de la república, reconocida en la Organización para la Unidad Africana —OUA—, de la que también forma parte Marruecos, reincorporado en 2017, cuando descubrió que esta organización es una plataforma en la que hacer valer sus supuestos derechos. Algunos jóvenes saharauis incluso se involucran en los tráficos ilícitos, que proliferan en países inmensos con fronteras extraordinariamente porosas.

En esta tesitura, el pragmatismo ha ido cobrando fuerza entre los Estados y organizaciones supranacionales que han de interactuar con Marruecos en modo realista. Es el caso de la Unión Europea, que exporta a Marruecos por encima de los 25.000 millones de euros, a la vez que recibe productos marroquíes por casi 18.000, siendo España el principal receptor con el 22% de la suma global.

La siempre difícil relación con Marruecos

Pero España/Europa, necesita también de la cooperación de Marruecos en su dimensión migratoria, siendo como es la vía occidental-atlántica una de las dos principales que afectan a Europa en lo que a inmigración africana se refiere. La segunda ruta es la denominada central. Tiene la costa libia como plataforma de salto y a Italia como destino. La cooperación marroquí permite a España la contención migratoria, en el marco global de esta ayuda recíproca que tiene a Marruecos como elemento protagonista. De este modo, recibe de la Unión Europea un programa de ayuda financiera que alcanza un marco de financiación de 843 millones de Euros, en el período que viene desde 2021 y que se extenderá hasta 2027.

Otro aspecto del que en este caso España y también Europa recaban la ayuda marroquí concierne a la seguridad en general y a la lucha contraterrorista en particular. El hecho de que sean muchos los marroquíes inscritos en las células terroristas que operan en Europa resaltan la habitual y entusiasta cooperación marroquí en este terreno, de la que se ha beneficiado la Unión Europea y España. El moderantismo religioso marroquí auspicia e impulsa además la rehabilitación de algunos terroristas, en el marco de programas acometidos con pragmatismo y eficiencia por sus autoridades, que los ponen en contacto a los descarriados con imanes propios que persiguen su rehabilitación.

La cooperación marroquí incide también en la colonia extranjera más abundante de la que dispone España, con casi 800.000 residentes registrados, que interactúan habitualmente entre su Estado de acogida y país de origen. 

Pero sí algo otorga valor a la pragmática y amistosa relación que ha de presidir el encuentro bilateral entre España y Marruecos es al abordaje común en aquellos litigios susceptibles de confrontación. Los que atañen a nuestras plazas de soberanía, así como también a los derechos de cada cual, en relación con la plataforma continental canaria, que despierta esta última el interés marroquí en torno a la posible producción energética de su subsuelo.

Esta necesidad de cortejar la relación con Marruecos, unido a la progresiva inviabilidad de encontrar una solución al conflicto saharaui, contribuyen a la transformación de la observación y la forma con las autoridades europeas interrelacionan con Marruecos. Hay un episodio relevante que define y emite jurisprudencia al respecto. Una sentencia del Tribunal de Justicia de La Haya en diciembre del 2016 dejó muy claro que el Sáhara Occidental no forma parte de Marruecos, contraviniendo así la pretensión de alcanzar un acuerdo con este Estado que incluyese al Sáhara Occidental.

Sánchez Mohamed VI
Pedro Sánchez y el rey Mohamed VI de Marruecos en un encuentro. | Europa Press

Otro elemento, del mismo modo sustancial, que tiene impacto en la situación, se remonta a diciembre del 2020, que es el momento en el que el presidente Trump reconoció la soberanía marroquí sobre el Sáhara Occidental. Deseoso de promover los denominados Acuerdos de Abraham, en virtud de los cuales algunos países árabes han reconocido el Estado de Israel, Trump aceptó la «marroquinidad» del Sáhara Occidental, dando un giro de vértigo, no ya a la geopolítica de Oriente Medio, sino también al esclarecimiento del conflicto saharaui.

El hecho de que el presidente Biden haya dado continuidad con algún matiz a la iniciativa de Trump, «americaniza» la posición de EEUU. Recientemente, Wendy Sherman, Subsecretaria en el Departamento de Estado, ha respaldado la intención del actual enviado especial de la ONU para el Sáhara Occidental, Staffan de Mistura, de intensificar los contactos. Este cambio de la posición norteamericana impulsó una acción diplomática inusitada por parte de Marruecos, hasta el punto de obligar a Europa a remodelar posturas y actuaciones. Es en este contexto en el que inscribo la iniciativa del presidente Sánchez, justo el pasado año.

A diferencia de Trump, nuestro presidente no reconoció la soberanía marroquí del Sáhara Occidental, sino que se limitó a hacer constar el apoyo expreso de España a la propuesta de autonomía de Marruecos, «como la base más seria, realista y creíble para la resolución del contencioso». Este giro histórico español por parte de Sánchez no cierra la mediación de la ONU en torno a la resolución del conflicto, si bien, vistas las muy escasas posibilidades de la ONU de alcanzar una solución al respecto, sí refuerza la opción de la autonomía marroquí del Sáhara como la opción más seria, realista y creíble. Cabe descartar no obstante cualquier otra opción, considerando además entre otras cosas la sentencia del tribunal de La Haya, que se pronuncia nítidamente respecto de que el Sáhara Occidental no es parte de Marruecos.

Muy difícil resolución, en consecuencia, la que pesa sobre el Sáhara Occidental, cuando el referéndum de autodeterminación es casi inviable, además de que una sentencia judicial desecha la opción más realista de la autonomía. ¿Qué resultado posible al que optar entonces? Bien reconocer a la RASD; bien reconocer la «marroquinidad» del Sáhara; bien seguir en el limbo en el que nos encontramos, en el que, incluso tras el giro del presidente Sánchez, no reconocemos ni una ni otra. De ahí precisamente el relativo distanciamiento marroquí respecto de España, puesto de manifiesto con la ausencia del rey en la reciente cumbre de alto nivel entre España y Marruecos. Sí, a la cumbre, que no es poco, pero tampoco Marruecos ha querido revestirla del boato que nos gustaría. Y entre tanto, así andamos, pegándonos entre nosotros mismos, aunque el cambio haya supuesto restablecer relaciones oficiales, con todo lo que ello está suponiendo, si bien con aspectos aún mejorables. Es el caso del nunca acabar con los acuerdos en la frontera común de nuestras plazas de soberanía.

Un año después de que el presidente Sánchez promoviese un cambio sustancial en nuestra política en relación con el Sáhara Occidental, hemos perdido en relación con Argelia, si bien tal pérdida no afecta notablemente al mercado gasístico, ni adquiere una dimensión inusitada, desde luego al mismo nivel de lo que España ha ganado en su relación bilateral con Marruecos. Cabe resaltar, no obstante, que Marruecos nos ha tomado la medida, como lo ha hecho también con otros países de nuestro entorno. Tal exhibición se fundamenta en el apoyo que recaba de EEUU, así como en el rearme de sus fuerzas armadas, hasta el punto de alcanzar la equiparación a las españolas en algunas de sus capacidades. El cambio de postura del presidente no ha afectado, en cambio, al proceso de salida del conflicto saharaui, que sigue tan empantanado como estaba. Marruecos no cejará en su empeño por recabar adhesiones, sabedor de que cada día que transcurre consolida al Estado en la «marroquinidad» de los territorios ocupados, a la vez que sume a la RASD en su ya prolongada desesperanza y ahogo, sobrevenidos como consecuencia de la podredumbre en la que se encuentra sumido el proceso que atañe al decimoséptimo territorio en el mundo pendiente de descolonización.  

Enrique López de Turiso es colaborador del Centro de Seguridad Internacional de la Universidad Francisco de Vitoria.

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