La OTAN más allá de Ucrania
Tras 500 días de guerra, las ganancias territoriales de Kiev son consecuencia de un gran desgaste difícil de sostener
La historia continúa: la arena internacional hoy, como antes, se está remodelando en el curso de una competición entre estados fuertes. Es la Historia la que, en la mayoría de los casos, sirve como libro de texto estándar para las élites de las potencias, que en su práctica reproducen los patrones históricos de comportamiento de sus naciones, que las élites políticas absorben a través de la educación familiar, libros de historia, grandes hitos de nacionales y la religión.
La guerra en el centro de Europa, Ucrania, es un acontecimiento que ha marcado el inicio de un nuevo devenir en el contexto internacional. En declaraciones a la prensa durante su estancia en Vilna, con motivo de la cumbre de la OTAN, el presidente Biden anunció que Occidente debe prepararse para una confrontación larga y costosa que requerirá niveles de cooperación e integración sin precedentes, así como de recursos militares e inteligencia: «En este momento crítico de la historia, este punto de inflexión, el mundo mira y se pregunta: ¿haremos lo necesario para forjar un futuro mejor? ¿Permaneceremos unidos? ¿Permaneceremos comprometidos con nuestro rumbo?».
El comunicado de la OTAN
Sobre la cumbre de Vilna existen diferentes análisis y opiniones, pero aporta un resultado importante, la adopción de un plan integral para cumplir con la responsabilidad fundamental de la OTAN: defender el territorio de sus miembros. Una de las ausencias más rotundas en el comunicado de la cumbre fue la definición de la estrategia a seguir con Rusia. Aunque la hipotética incorporación de Ucrania, la adhesión de Suecia y los debates en torno a los F-16 tuvieron gran importancia, en lo que respecta a los aspectos prácticos de la amenaza más apremiante para la seguridad europea, Rusia, se presentaron pocos puntos de vista estratégicos más allá de la disuasión o la retirada total.
El documento admite la evolución del contexto estratégico y reconoce la realidad de la competición entre grandes potencias y la rivalidad estratégica. Sin embargo, esta situación es distinta, por su complejidad, a cualquier escenario anterior. No se limita a la rivalidad militar y geopolítica tradicional, sino que se extiende a los ámbitos tecnológico, económico e ideológico. El comunicado de la cumbre de Vilna constituye un hito en la evolución de la OTAN, que emerge como un actor clave para gestionar las complejidades de este nuevo panorama estratégico, reforzando su compromiso con la defensa colectiva mientras se adapta a las nuevas realidades.
Como es conocido, la OTAN es el instrumento del Tratado del Atlántico Norte, que se formó originalmente como una alianza defensiva contra la Unión Soviética, que se fundamenta en valores compartidos de libertad individual, derechos humanos, democracia y estado de derecho. Tras la Guerra Fría, la OTAN ha tenido que redefinir su finalidad en una situación mundial en rápida evolución. Este período pone en duda la identidad y el propósito de la OTAN en un mundo que ha superado la dinámica de poder bipolar.
El comunicado de la cumbre de Vilna describe a la OTAN como «el foro transatlántico único, esencial e indispensable para consultar, coordinar y actuar en todos los asuntos relacionados con nuestra seguridad individual y colectiva». Esta poderosa reafirmación subraya el papel central de la OTAN en la preservación de la paz y la estabilidad en el Atlántico. Además, enfatiza el compromiso de la Defensa Colectiva para salvaguardar cada centímetro del territorio aliado en todo momento, asegurando así la protección de sus mil millones de ciudadanos y preservando la libertad y la democracia.
El comunicado, sin embargo, revela un cambio significativo en la concepción estratégica de la OTAN. La Alianza ya no es simplemente una entidad defensiva, sino que se posiciona como una fuerza proactiva lista para enfrentar los desafíos emergentes en un mundo cada vez más complejo y dividido. El comunicado enfatiza la definición más amplia de seguridad que incluye los bienes comunes globales de los océanos, el espacio, la tecnología y el ciberespacio. El documento apunta una visión ambiciosa de la OTAN como actor global, preparándose para enfrentarse a competidores estratégicos y adversarios potenciales, sobre todo Rusia y China.
Uno de los aspectos clave puesto de manifiesto en el comunicado son los bienes comunes globales, un dominio que tradicionalmente incluye áreas más allá de la jurisdicción nacional, como alta mar, la atmósfera, el espacio exterior y el ciberespacio. Estas áreas se han vuelto cada vez más disputadas en los últimos años debido a los avances tecnológicos y los cambios en los objetivos geopolíticos.
Según el documento, «la postura de disuasión y defensa de la OTAN se basa en una combinación adecuada de capacidades de defensa nuclear, convencional y antimisiles, complementada con capacidades espaciales, cibernéticas y marítimas». Esto sugiere una expansión significativa del enfoque estratégico de la OTAN al ampliarse a los dominios espacial y ciber, lo que deja sin efecto el sentido literal del Tratado del Atlántico Norte de diversos elementos fundamentales como el área de vigencia.
El comunicado subraya la importancia del dominio marítimo y afirma que «ellos (los océanos y los mares) son cruciales para proteger los bienes comunes mundiales y mejorar nuestra resiliencia». Esto destaca el reconocimiento de la OTAN de la importancia estratégica de la libertad de paso por océanos y mares, de lo que se deriva su disposición a proteger y defender sus intereses marítimos, para garantizar las cadenas de suministros.
La transformación de la OTAN, como se describe en el Comunicado de la cumbre de Vilna, significa una respuesta a las amenazas percibidas, principalmente de Rusia y China. El poder declarativo de que «juntos, esta familia de planes mejorará significativamente nuestra capacidad y preparación para disuadir y defendernos de cualquier amenaza, incluso con poca antelación o sin previo aviso, y asegurar el refuerzo oportuno de todos los Aliados, en línea con nuestro enfoque de 360 grados», expresa la postura de aliada de contrarrestar las amenazas desde cualquier dirección. Esto sugiere una mayor sensación de alerta y un ciclo creciente de tensión, especialmente con Rusia y China.
El comunicado no rehuye destacar los desafíos que plantean Rusia y China. Condena explícitamente la supuesta suspensión por parte de Rusia del tratado New START y el incumplimiento de sus obligaciones, jurídicamente vinculantes en virtud del tratado. También reconoce los desafíos sistémicos que plantea China a la seguridad euroatlántica. Estas declaraciones reflejan las preocupaciones de la OTAN sobre las posturas asertivas de Rusia y China. En este contexto, es probable que las decisiones y acciones estratégicas de la OTAN desencadenen respuestas recíprocas de Rusia y China, aumentando las tensiones y habilitando una nueva narrativa.
Reflejos condicionados
Ucrania presenta un escenario polifacético. En el ámbito de las Relaciones Internacionales, existe una tendencia divulgativa que emplea denominaciones de épocas pasadas para calificar y dar sentido a los acontecimientos presentes, lo que puede configurar concepciones inadecuadas. Así, diversos análisis sobre el comunicado de la cumbre de la OTAN en Vilna, se refieren a sus conclusiones como al anuncio de una nueva «Guerra Fría». Esta tendencia es engañosa pues los contextos sobre los que se aplican son esencialmente diferentes. La «sorpresa» de Occidente en la guerra de Ucrania, falsamente construida sobre la existencia de una clara y numerosa serie de indicios de la invasión militar y obviando el bajo nivel de defensa de Europa, ha conformado la base de la narrativa occidental que, progresivamente, se va ajustando a la realidad.
La nueva era configurada por la alta conectividad humana, establecida por el empleo de las nuevas tecnologías de la comunicación, constituye un marco de relaciones esencialmente diferente del existente en el periodo histórico denominado como «Guerra Fría». Lo mismo ocurre con las instituciones internacionales, como las Naciones Unidas, cuya organización está concebida para la situación del periodo de posguerra mundial, hace casi ochenta años, y lo mismo puede decirse de la OTAN. El vacío funcional se cubre con asociaciones como el G-7.
Las diferencias esenciales de la situación presente con la del periodo histórico denominado Guerra Fría son, de hecho, estructurales: Estados Unidos nunca tuvo el tipo de interdependencia tecnológica y financiera con su adversario de la Guerra Fría, la Unión Soviética, lo que hace cada vez más compleja y peligrosa la relación con China. También hay que poner de manifiesto que Rusia no es la Unión Soviética. Moscú tiene armas nucleares, pero su capacidad militar convencional se ha degradado severamente en Ucrania. En la época soviética, Estados Unidos se vio forzado a librar una batalla ideológica global. En el presente, contiende contra los esfuerzos de China por utilizar su poder económico y tecnológico para extender su influencia.
El cuarto jinete del Apocalipsis
Una visión extendida del conflicto ucraniano es la de una guerra entre Estados Unidos y Rusia con un proxi que es Kiev. La postura de Washington aparenta estar encaminada a un triunfo rápido mediante una decisión militar decisiva, algo que no puede asegurarse por parte de las fuerzas ucranianas, al estar basada en una percepción errónea de las realidades estratégicas sobre las formas en que es más probable que evolucione la guerra. Presionar a Ucrania para que tome la ofensiva sin otra alternativa, es iniciar una competición por desgaste, que actuaría de catalizador político de alto riesgo, transformando la situación internacional, muy especialmente en Europa.
Muchos en Occidente parecen actuar con el optimismo de los primeros meses de guerra. Al principio de la guerra, Ucrania no fue sorprendida y supo aprovecharse del error de Rusia al asumir que podría repetir su experiencia al apoderarse de Crimea en 2014 y, virtualmente, tomar el control del país con baja resistencia. Rusia no estaba preparada para una sólida resistencia ucraniana, no valoró la inadecuación de sus capacidades de mando y control, ni la estructura de apoyo logístico.
Ucrania combatió con éxito la ofensiva rusa, contraatacó y obtuvo grandes avances, y si sus fuerzas hubiesen sido de mayor entidad y debidamente equipadas para una acción ofensiva sostenida durante el período en el que Rusia se vio obligada a retirarse, podría haber expulsado a Rusia de mucho más territorio. Pero Rusia ha adoptado una defensa en profundidad con la finalidad de producir un desgaste insoportable a las fuerzas de Kiev. Además, mediante el empleo de misiles destruye la infraestructura en territorio ucraniano.
No se puede descartar por completo la posibilidad de que Ucrania todavía pueda recuperar su territorio aprovechando el efecto de los problemas políticos de Putin, como los de Yevgeny Prigozhin y el Grupo Wagner. La guerra no es predecible y podría ocurrir un avance ucraniano sostenible. Sin embargo, como ha quedado expuesto, el resultado más probable es una guerra de desgaste sin límite de tiempo. Es una situación en la que ambos bandos libran una larga serie de batallas relativamente estáticas con altos niveles de desgaste mientras refuerzan su atrincheramiento a lo largo de todo el frente, utilizando drones y misiles para atacarse entre sí. Una guerra que reproduce siniestramente al Somme, Verdún o Stalingrado.
Tras más de quinientos días de guerra, las ganancias territoriales de Ucrania son la consecuencia de un enorme desgaste. Rusia ha realizado repliegues limitados, como idea de maniobra, que aumentan la ventaja del defensor. Reducen el desgaste de las fuerzas defensivas a costa de las ganancias limitadas del atacante se producen a costa de mayores bajas y pérdidas de equipo. Tampoco está nada claro que tales ofensivas creen oportunidades para victorias decisivas. Los repliegues rusos son lentos y bien organizados, no alteran el poder defensivo al tiempo que canalizan la posible línea de progresión ucraniana hacia «zonas de destrucción». Las acciones ofensivas ucranianas están causando grandes daños a las ciudades que, junto con las bajas, pueden tener un gran impacto en la moral nacional. A todo ello hay que añadir que la acción militar está restringida al espacio ucraniano y que cualquier «accidente» puede provocar una situación incontrolable si el conflicto se convierte en transfronterizo. Vilna no encontró solución al problema, digamos que se volvió hacia el futuro de la OTAN y le puso deberes a Kiev.
Ucrania sufre constantes bajas civiles y pérdidas de infraestructura, no así Rusia. Ahora se enfrenta a una crisis por las exportaciones de cereales de Ucrania y sufre constantes bajas. En cuanto a Rusia, sus ganancias en exportaciones de energía y en alta tecnología e importaciones militares encubiertas, demuestran que la idea de que las sanciones de Occidente podrían proporcionar a Ucrania una ventaja decisiva, no parece que haya tenido los efectos deseados.
Esto no significa que Occidente deba renunciar a apoyar a Ucrania en sus acciones militares. Significa ser muy cauteloso al aplicar cualquier presión externa sobre Ucrania para atacar, y significa tener en cuenta la perspectiva de una guerra mucho más larga. A menos que la dirección política de Rusia cambie o cometa nuevos errores militares importantes, la guerra bien podría continuar hasta 2024 y más allá. Ucrania puede tener actualmente la ventaja en cuanto a la moral, pero ambas partes están aprendiendo de la lucha y, en el mejor de los casos, Ucrania se tomará un tiempo para asimilar lo que sigue siendo un flujo incesante de blindados, aviones y misiles y drones de mayor alcance.
Una gran incógnita
El comunicado final de la OTAN menciona en numerosas ocasiones a Rusia como la amenaza más importante y directa para el Orden Mundial y la seguridad internacional. Pero lo que no consta que se abordase es si se alcanzó una visión ampliamente compartida sobre la postura de Moscú, ya sea con respecto a la OTAN, o sobre las condiciones para la guerra nuclear, o dónde podrían estar sus «líneas rojas». Si la respuesta es que no ha habido ninguna mejoría, entonces no parece existir una percepción compartida de cómo eso podría cambiar a largo plazo, y las implicaciones prácticas que tendría para el gasto militar o la priorización de recursos.
Para una cumbre centrada en la seguridad, no parece haber empleado mucha energía en cómo evitar el «pensamiento grupal» sobre un adversario altamente peligroso cuyos umbrales de escalada no se detectan completamente.
Enrique Fojón es analista de seguridad del Centro para el Bien Común Global, Universidad Francisco de Vitoria.