THE OBJECTIVE
Enfoque global

El atolladero de Israel en su guerra con Hamás: haga lo que haga empeorará la situación

Por muy contundente que sea su operación, no acabará con el terrorismo, pues es un concepto y no un objetivo militar

El atolladero de Israel en su guerra con Hamás: haga lo que haga empeorará la situación

Ilustración de Alejandra Svriz.

En ajedrez hay una posición en la cual mover ficha es empeorar la situación y complicar la implementación de una estrategia ganadora. Se llama ‘el tenedor’ o vulgarmente ‘la alternativa del diablo’. Tras unos 15 días desde los atentados terroristas de Hamás el 7 de octubre, la evolución de los acontecimientos y los escenarios a la vista no dan ninguna esperanza para el optimismo de que amaine la crisis. Ni siquiera de una contención de la situación o quizás una reducción temporal de la violencia y menos aún de solución parcial/efectiva de esta ronda de beligerancia en el ya casi centenario contencioso en Oriente Medio.

Por ahora, ambas partes prefieren la opción militar, no para llegar a una hipotética fase de negociación y afrontarla desde una posición de fuerza, si no para destrozar al rival en una victoria total. Mientras tanto, la tragedia humanitaria continúa y la tensión global aumenta.

En tiempos de guerra, como decía el profesor Freedman, «el arte de la estrategia es adaptar los recursos militares con los objetivos políticos». De hecho, no importa lo eficaz que sean las fuerzas armadas o lo audaces que sean las tácticas implementadas si no son capaces de conseguir los objetivos políticos de la contienda. Ante esta realidad o se moderan o redefinen los objetivos políticos o hay que buscar nuevos recursos y herramientas para conseguir el fin original. 

Tras el contundente golpe sobre el tablero regional de Hamás el pasado 7 de octubre, ambos contendientes, Hamás e Israel, sufren de una disonancia y contradicción evidentes, sus tácticas y estrategias militares no tienen unos objetivos políticos más allá que «la destrucción de Israel» por parte de Hamás o «la eliminación de Hamás» por parte de Israel. Esta aparente equidistancia es falsa y engañosa, pues, por una parte, Hamás es una organización terrorista e Israel es un Estado democrático soberano.

Así pues, con terroristas se pueden negociar tres cosas: liberación de rehenes, pausas humanitarias para atender a la población civil y su eventual rendición. Todos estos asuntos técnicos no atienden al problema político de fondo. Así pues, una vez se agoten las opciones militares desplegadas durante estos 15 días iniciales; es decir, continuas acciones terroristas y andanadas de cohetes por parte de Hamás y bloqueo de Gaza con ataques de artillería y aviación e intervenciones puntuales de operaciones especiales por parte de Israel, surge la pregunta en ambos bandos: ¿y ahora qué?. Ninguno de los dos parece tener una respuesta concreta y en las próximas semanas, ante la falta de resultados tangibles de las estrategias empleadas, se puede considerar que ambas partes tienen tres opciones:

  1. Doblar la apuesta: aumentar la potencial escalada y la intensidad militar con una ocupación total o parcial de Gaza por los israelíes y la apertura de nuevos frentes en Cisjordania y sur del Líbano/norte de Israel por parte de Hamás y sus aliados. Este es el peor escenario posible y lamentablemente el más probable y peligroso, pues ante una «amenaza existencial» de una de las partes, se corre el riesgo de intervención directa de potencias regionales y hegemónicas. Es una escalada impredecible en el actual marco geopolítico global con el siempre siniestro fantasma de la opción nuclear o del uso de armas no convencionales planeando sobre la supervivencia de ambos contendientes y toda la región.
  2. La vuelta al statu quo anterior, es decir, a la situación del 6 de octubre 2023, mediante la congelación del conflicto en la fase actual con el objetivo de volver a la situación inicial. Este escenario implicaría actuaciones de limitación de daños y reparación de las fracturas del orden anterior por los adversarios para que, una vez superados los contenciosos iniciales técnicos, como la liberación de rehenes, el alto al fuego locales o los ceses de hostilidades, se aplicaran protocolos anteriormente violados y volver la situación vigente antes de los ataques terroristas de Hamás. Este escenario es muy poco probable, pues ambas partes ya han declarado que no hay vuelta atrás y que la existencia del otro es mutuamente intolerable.
  3. Gestión de crisis. Tras agotar las opciones militares contempladas durante estos primeros 15 días que se contienen a la región de Gaza y sur de Israel y tras un periodo prudencial, se abre la posibilidad de llegar a un acuerdo tácito entre ambas partes, de utilizar un evento puntual o simbólico, como la liberación de los rehenes o el comienzo de la ayuda humanitaria a la franja de Gaza, para que los dos contendientes puedan «declarar victoria» ante su bando y así comenzar las iniciativas diplomáticas y la negociación política bajo los auspicios de la comunidad internacional. Probablemente, se podría hacer bajo la diplomacia norteamericana, la financiación europea y buenos oficios de mediadores aventajados como Qatar, Turquía, Egipto, Jordania, La Liga Árabe o la desacreditada Naciones Unidas con sus fuerzas de interposición. Esta ha sido la tradicional evolución de la mayoría de las crisis anteriores desde 1949 y es el escenario más deseable, aunque quizás no el más probable a corto y medio plazo.

Lamentablemente, por tanto, el escenario 1 es la tendencia de las próximas semanas y una vez agotado se volvería al escenario 3 tradicional. Esta vez hay factores, como el elevado número de muertos, heridos, desplazados y daños materiales y destrucción de infraestructuras por ambas partes, que son un catalizador, pero hay nuevos elementos como la falta de legitimidad recíproca, una inestabilidad endémica del sistema y orden internacional y el factor tecnológico exponencial que complican más aún una situación para salir de la dinámica actual del ‘el tenedor’ anteriormente mencionado.

«Es triste, pero desde hace dos semanas estamos siendo testigos de los límites del poder militar cuando no son utilizados con fines políticos concretos»

Vayamos por partes. Esta crisis ha evidenciado la fortaleza de Hamás, Hezbolá, y su dependencia existencial de Teherán que, conjuntamente con la debilidad endémica de la Autoridad Palestina de Al-Fatah como representante del pueblo palestino, deja a una parte del conflicto deslegitimada o descabezada a ojos del contrario. A su vez, el fracaso del Gobierno de Netanyahu y su debacle el 7 de octubre, parcialmente solventado por el Gobierno de coalición provisional mientras dure la guerra, deja para después de la opción militar el liderazgo de la parte negociadora israelí. Además, ante las formaciones palestinas, el liderazgo de Netanyahu queda desacreditado como un negociador fiable en un proceso de gestión de crisis política.

Estos dos factores crean un problema estructural al que se enfrentan palestinos e israelíes para resolver su contencioso a medio y largo plazo. Una negociación con esperanzas de éxito exige que las partes involucradas tengan la legitimidad reconocida por el adversario y la comunidad internacional, y por la propia sociedad que se dice representar. ¿Quién representa y negocia en nombre de los palestinos? ¿La Autoridad Palestina? ¿Hamás? ¿Hezbolá? ¿Irán? ¿Y quién representa y negocia en nombre de un Israel no beligerante? ¿Netanyahu? ¿Benny Ganz? La crisis de 1973 acabó con Golda Meir y esta crisis ha dinamitado la era Netanyahu. Los actos terroristas del 7 de octubre han finiquitado a Hamás y Hezbolá como interlocutores en una futura negociación política.

Otro factor es la limitada implicación de la comunidad internacional. La lapidaria frase en boga estos días es la legendaria de la periodista Lucy Hockings, «los que pueden hacer algo no lo hacen y los que quieren hacer algo no pueden». Por ahora, los actores relevantes en esta prolongada fase violenta/militar son Hamás e Israel, con la influencia de Hezbolá e Irán sobre el primero y de EEUU sobre el segundo. Lo que tienen en común es que esperan que una ventaja militar de su cliente les facilite negociar desde una posición de fuerza más adelante o solucionar el contencioso con la destrucción del adversario. Al mismo tiempo, los objetivos militares de ambos son maximalistas e imposibles de conseguir a corto y medio plazo: por una parte, «la destrucción de Israel» y, por otra, «acabar con el terrorismo como instrumento para la causa palestina».

Lo mismo que sucedió con EEUU y Occidente en «la guerra contra el terrorismo» en las primeras dos décadas del siglo XXI, como en Irak y Afganistán. Por muy contundente que sea la operación militar de Israel, no acabará con el terrorismo, pues es un concepto y no un objetivo militar claro y definido. Por otra parte, «la destrucción de Israel» se encuentra fuera de la capacidad militar de Hamás, Hezbolá o cualquier actor regional, salvo en el caso de que Irán adquiera la bomba nuclear y la use, o que en una escalada geométrica el conflicto se vaya fuera de control y se transforme en una confrontación regional/global entre EEUU y Rusia o China. Ambos escenarios altamente improbables, pero no desechables. Acuérdense de aquellos 37 días del verano de 1914.

Es este último factor, el tecnológico, donde existe el mayor riesgo para la gestión o solución de esta guerra. Como se vio el día 7 de octubre, la tecnología fracasó en contener la amenaza a Israel y tampoco lo hará en el futuro. Tampoco su superioridad asimétrica militar disuade a sus enemigos de Hezbolá o Irán en sus otros flancos abiertos. La posible invasión y ocupación de Gaza por el Tzahal es poco probable que acabe destrozando a Hamás y, si lo consigue, no podrá impedir, como en la guerra contra el terrorismo del siglo XXI, que Hamás se transforme en otro grupo, como ya parece que esta ocurriendo con Yihad Islámica u otro grupo y/o grupos similares y probablemente más radicales aún. Recordemos que a pesar de la ocupación occidental de Afganistán e Irak, Al-Qaeda mutó en el Daesh/ISIL y en un sinfín de milicias que ahora llevan la antorcha del fanatismo iconoclasta antioccidental.

Así pues, Israel caería en la peor de las trampas en Gaza como fuerza de ocupación hostigada por una población hostil y sin haber obtenido sus objetivos políticos. Lo más probable es que este sea el objetivo de final de Hamás, pues después de su audaz acto terrorista de crear pánico y empezar una guerra, no hay proyecto de futuro más allá que la destrucción de Israel. Sorprendentemente, es la capacidad nuclear la que disuade a rivales regionales como Irán de participar directamente en la guerra. Esa disuasión ya no sería efectiva si Teherán adquiere la bomba y no quepa duda de que, ante cualquier sospecha de adquisición de esta por los ayatolás, Israel «tomaría acciones unilaterales» de efectos impredecibles.

Lamentablemente, a día de hoy no hay luz al final del túnel e Israel no tiene ninguna buena opción -si la hubiera ya la hubiera puesto en marcha-, y en este impasse destructivo se enfrenta a una ‘alternativa del diablo’ mientras encuentra una estrategia militar para neutralizar la amenaza de Hamás sin tener una estrategia política concreta. Es triste, pero desde hace dos semanas estamos siendo testigos de los límites del poder militar cuando no son utilizados con fines políticos concretos. Parece que el sabio prusiano Clausewitz tenía mucha razón.

Andrew Smith Serrano es analista de Seguridad del Centro para el Bien Común Global.

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