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Enfoque global

La Unión Europea en busca de un destino

A medida que las guerras en su entorno se intensifican, también lo hacen las disensiones dentro de Bruselas

La Unión Europea en busca de un destino

Josep Borrell, Ursula von der Leyen y Volodímir Zelenski, en una imagen de archivo. | Europa Press

En la guerra de Gaza, la actuación tanto de la Unión Europea (UE), como la de cada uno de los países que la componen, aportan la imagen de una Europa que no está atravesando, precisamente, por su mejor momento. Las opiniones más extendidas sostienen que el organismo que representa a Europa inició su ocaso coincidiendo con la ampliación, al incorporar sujetos geopolíticos diferentes a los que ya constituían la parte occidental. El desequilibrio se puso en evidencia en 2008 con el estallido de la crisis financiera mundial, seguido de la toma de Abjasia y Ossetia del Sur por parte de Rusia siguió con la Gran Recesión y la crisis de la Eurozona. En 2014, Putin se apoderó de Crimea y comenzó la guerra en el Este de Ucrania. En 2015 se produjo la crisis de los refugiados en Europa, en 2016 se consumó el Brexit y Donald Trump fue elegido presidente. Finalmente, la pandemia de la covid-19 sacudió duramente a Europa en 2020 y puso en evidencia disfunciones y particularismos. 

Tras la Guerra Fría, las relaciones de Occidente con Rusia pueden enmarcarse en un ambiente de ingenuidad e ilusiones que, muy temprano, mostraron los primeros síntomas de fricción, con la ampliación de la OTAN y la UE al Este. Los antecedentes de la Revolución Naranja de Ucrania, en 2004, intensificaron la desconfianza de Rusia en Occidente, dada la creciente proximidad de tales organizaciones a sus fronteras. La alta dependencia de los países europeos de la energía rusa y el descuido de su Defensa, constituían elementos estructurales de debilidad estratégica. En su camino para reponer el imperio, Rusia solo constató respuestas occidentales inanes durante la ocupación de Georgia, la toma de Crimea e, inicialmente, a las acciones bélicas en la región de Dombás. El 24 de febrero de 2022 se produjo la invasión a gran escala de Ucrania por parte de Rusia, que inició la guerra más grave en territorio europeo desde 1945. 

La guerra fue una reacción imperialista rusa que ha vuelto a poner en evidencia la decisiva influencia que sobre Europa han tenido, y tienen, los Estados Unidos. La invasión rusa ha servido para exponer, entre otros aspectos, la carencia de estrategia de Occidente, muy probablemente basada en una postura arrogante, solo posible desde una ideología plana, sin referencia alguna a la Historia. Occidente fundamentó sus decisiones desde la perspectiva de los vencedores, dando por sentado que Rusia, cuna del mayor imperio europeo, renunciaría a los territorios exsoviéticos. 

Nueva estructura internacional.

La entrada en una nueva estructura internacional de poder, la Competición entre Grandes Potencias, hizo variar la casi idílica relación Washington-Bruselas. El centro de gravedad geopolítico mundial se había desplazado al Indo-Pacífico y con ello la prioridad estratégica de los Estados Unidos. Las carencias geopolíticas de Europa sirvieron para que el presidente Trump «enfatizara» su intención de priorizar estratégicamente a China, a la vez que coqueteaba con Rusia. Los responsables políticos de toda Europa comenzaron a hablar de «soberanía» y «autonomía» como mecanismos para establecer su independencia de un aliado estadounidense considerado cada vez más caprichoso.

Un sentimiento de emancipación se extendió por la sólida estructura europea: en Francia se reaccionó con agresiva independencia, a la vez que reingresaba en la estructura OTAN, y en Alemania, Países Bajos y algunas repúblicas del Este, se mostró el desagrado, pero también resonaron quejas en países tradicionalmente atlantistas en la Europa del Este. 

Con el presidente Biden, los Estados Unidos habían cambiado su preferencia estratégica, lo que llevó a la retirada de Afganistán. La situación geopolítica había cambiado y aferrarse a preconcepciones era difícilmente justificable. En Europa, la utopía y la realidad se encontraron de bruces. Conceptos etéreos como «autonomía estratégica» o «Comisión geopolítica» se manejaban con soltura, otra cosa es que pronto se convirtiesen en vocablos polisémicos que carecen sentido fuera del marco de la soberanía.

Hablando retóricamente, los líderes políticos de Bruselas, París y Berlín habían suscrito la idea de que los europeos tendrían que ser capaces de liderar la respuesta a las crisis en su región. Pero poco tardaron en producirse los hechos que convertirían esta idea en oportunidad. La invasión de Ucrania fue una sorpresa para los países de la UE, cuando era evidente que, desde hacía meses, disponían de información sobre la amenaza rusa. La sorpresa alemana fue una circunstancia difícil de asimilar.  

Es ampliamente extendida la opinión de que la UE sigue haciendo aportaciones sustanciales en apoyo a Ucrania, entrando decididamente en la narrativa al uso, pero otro importante aspecto es que se la considerase parte del conflicto. Pronto se admitió que la guerra sería larga y costosa, los países europeos aportaron armamento y ayuda humanitaria y activaron el Fondo Europeo de Paz para canalizar la asistencia militar a Ucrania. Inicialmente se aprobaron 2.500 millones de euros para siete años, pero ya se había gastado la mayor parte a finales de 2022. Además de aprobar una misión militar destinada a entrenar a 15.000 soldados ucranianos a cargo de la UE.

Era la primera vez que las instituciones europeas proporcionaban apoyo logístico militar a un estado, además de abandonar su compromiso pacifista de no involucrarse en apoyo de un tercer estado en guerra. Entre otros efectos, la guerra de Ucrania representaría un zeitenwende defensivo para Europa. Paradójicamente, la larga duración de la guerra en Ucrania ha propiciado que el aumento de la demanda a la industria de defensa europea, circunstancia que no ha impulsado el consiguiente aumento de la oferta, lo que mantiene la dependencia de los Estados Unidos. 

La UE y la guerra en Gaza

La reanudación del conflicto palestino–israelí, desatada el 7 de octubre por el ataque de Hamás en territorio de Israel y tenía como efecto buscado, mediante la perpetración de atrocidades, provocar una situación que generalizase el ámbito e intensidad del conflicto. Una de sus finalidades básicas del ataque de Hamás, era desatar una «guerra de información». La secuencia era la consabida condena al ataque, intensa de acuerdo con la salvajada, y tras las condolencias el consabido clamor internacional pidiendo que la respuesta israelí fuese «proporcional» y conforme al derecho humanitario. Es obvio que la «proporcionalidad» requerida es una magnitud difícil de objetivar, ya que se pierde en la subjetividad de las interpretaciones del «derecho internacional». 

Como es habitual en estos casos, la guerra ha dado paso a «efectos colaterales», muchos de ellos no directamente relacionados con el conflicto, tales como una estruendosa cacofonía diplomática en Occidente, acompañada de una lamentable imagen de división en el ámbito de la UE. Estos «efectos colaterales» se producen rápida y simultáneamente en el ámbito internacional y se divulgan como consecuencia de la alta conectividad humana propia de la «era de la información». El trauma emocional de la salvajada de Hamás es uno de los efectos pretendidos por los autores para obtener ventaja en el relato, como es la búsqueda de contradicciones internas de las instituciones occidentales en su reacción a los acontecimientos.   

Por otra parte, la situación de conflicto crónico entre Israel y Palestina es conocida como factor permanente de desacuerdo entre los miembros de la UE. En las diferentes visiones de los europeos se reflejan experiencias históricas y sensibilidades de opinión pública, con Alemania, Austria y los estados de Europa del Este inclinándose hacia Israel, mientras Irlanda y España se consideran como los más comprensivos con los palestinos. También se producen desacuerdos entre las instituciones de la UE: la Comisión, el Consejo Europeo y el Servicio Europeo de Acción Exterior. A su vez, existen divisiones asociadas al color político de los gobiernos que se alternan en el poder. Para complicar aún más las cosas, la crisis de Gaza pone de manifiesto divisiones en el seno de la propia Comisión.  

Estas vulnerabilidades estructurales fueron activadas por la acción palestina y sus efectos indujeron a la actuación «anárquica» de autoridades europeas en diferentes formas y aspectos, como las declaraciones de altos cargos de la UE. Así, el húngaro Oliver Varhelyi, Comisario de Vecindad y Ampliación, que incluye la autonomía de Israel y Palestina, anunció la congelación de los fondos de desarrollo para Palestina por valor de 300 millones de euros anuales. Varhelyi, colaborador del primer ministro de su país, Víktor Orbán que, a su vez, mantiene estrechas relaciones con su homólogo israelí, Benjamín Netanyahu. Aparentemente, el Comisario actuó sin el consentimiento de la propia Comisión. Coincide con la conducta de su presidenta, Ursula von der Leyen, que declaró con inmediatez su apoyo incondicional al derecho de Israel a la autodefensa. La reacción difundida a estas declaraciones fue de criticismo, empleando como argumento la ausencia de cualquier referencia a la «aplicación del derecho internacional», fórmula vacía pero necesaria, para mantener la corrección política al uso. 

Von der Leyen visitó Israel de inmediato y miembros de la UE —Irlanda, España, Bélgica, Luxemburgo, Eslovenia y Dinamarca— pusieron objeciones formales en cuanto a la competencia de la presidenta de la Comisión, ya que las prerrogativas en política exterior de la UE están reservadas al Consejo. La presidenta fue reprendida públicamente por el jefe de la diplomacia europea, Borrell, por hablar en nombre de la UE. El intento de congelar la ayuda a los palestinos fue cancelado, y la UE se comprometió a algo voluntarista por ser difícilmente realizable: garantizar que la ayuda europea no sirva para, inadvertidamente, financiar las acciones terroristas.

La «reyerta» no acabó ahí, ya que 842 funcionarios de la UE emitieron un comunicado en la que criticaron duramente la supuesta inclinación proisraelí de Von der Leyen. Los funcionarios, después de haber condenado en los términos más enérgicos el terrorismo de Hamás, declararon que «difícilmente reconocen los valores de la UE en la aparente indiferencia demostrada en los últimos días por nuestra Institución (Comisión) hacia la masacre en curso de civiles en la Franja de Gaza». Además, hacían extensiva su condena a lo que llamaron el «doble rasero» de la UE, al alegar que la Comisión considera como un acto de terrorismo el bloqueo de agua y combustible operado por Rusia sobre el pueblo ucraniano, mientras que el acto idéntico de Israel contra el pueblo de Gaza se ignora completamente. 

El jefe del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas israelíes, el general Herzi Halevi, habla a un grupo de soldados. | Europa Press

Antes de la Cumbre de la UE, celebrada el 27 de octubre, los diplomáticos europeos pasaron días debatiendo si pedir a Israel una «pausa humanitaria», o «pausas», en sus operaciones militares. Países como Francia, los Países Bajos, España, Portugal, Bélgica e Irlanda han hecho suyos los llamamientos de las Naciones Unidas para que se ponga fin al conflicto por razones humanitarias. Alemania, República Checa y Austria se opusieron, argumentando que tal medida podría interferir la capacidad de Israel para defenderse. 

La UE teme que una escalada en Gaza pueda tener graves consecuencias para Europa, incluido un aumento de las tensiones entre las comunidades judías y las antijudías, acciones terroristas de militantes islamistas y un aumento de la inmigración, que si se une a los efectos de la guerra de Ucrania constituye una prueba de fuego para la UE si se tiene en cuenta la conexión de ambas situaciones. El presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, se dirigió a la Cumbre afirmando que «cuanto antes prevalezca la seguridad en Oriente Medio, antes restauraremos la seguridad aquí en Europa».

Bruselas ha pedido que se vuelva a prestar atención a la solución «dos Estados» para el conflicto de Oriente Próximo. También se adoptó la propuesta de celebrar una conferencia internacional de paz lo antes posible: «La Unión Europea está dispuesta a contribuir a la reactivación de un proceso político basado en la solución de dos Estados, en particular a través de la iniciativa del Día de la Paz, y acoge con beneplácito las iniciativas diplomáticas en materia de paz y seguridad y apoya la celebración pronto de una conferencia internacional de paz».  

Mas de diez días después de que se hiciera el llamamiento a la Cumbre, los interrogantes permanecen sin respuesta: dónde se celebraría dicha cumbre, quienes asistirían y cuáles serían sus objetivos siguen sin respuesta. Ni palestinos ni israelíes han respondido. Como resultado hay que reconocer que la ausencia de una respuesta unificada, coherente y realista por parte de la UE, a la situación en Gaza, ha puesto en evidencia contradicciones entre la retórica, digamos, «geopolítica» de sus líderes y la capacidad real de la UE para gestionar las situaciones de crisis. 

El otro frente de la Unión Europea

Desde el 7 de octubre, la guerra entre Israel y Hamás ha desviado la acción diplomática, política y mediática de Kiev, agravando la preocupación en la Europa Central de que el apoyo occidental esté en cuestión, a la vez que la situación militar prosigue lentamente su letal desarrollo. 

El sábado 4 de noviembre, la presidente de la Comisión, Úrsula von der Leyen, efectuó una visita sorpresa a Kiev, destinada a mostrar su apoyo al país en un momento en que la atención occidental se ha desplazado a la franja de Gaza, zona de guerra entre Israel y Hamás. Se comprometió a que se mantendría la ayuda financiera de la UE a Ucrania, a la vez que apoyaba sus ambiciones de adhesión a la UE. 

La visita de la presidente de la Comisión Europea se produce en un momento de duda sobre la continuidad de la financiación occidental a Kiev. El Congreso de Estados Unidos discute sobre un paquete de ayuda financiera y la UE gestiona un complemento presupuestario de 50.000 millones de euros. Es público que una mayoría de miembros de la UE ha rechazado la propuesta de la Comisión para complementar el presupuesto del bloque de forma que incluya un paquete de apoyo diseñado para ayudar a financiar el país durante los próximos cuatro años, sin garantía de que a finales de este año se alcanzará un acuerdo de compromiso. La incertidumbre sobre la financiación a largo plazo, concebida para mantener en funcionamiento a la administración del presidente Zelenski, ha generado temores de fatiga entre sus dos mayores patrocinadores, Estados Unidos y la UE, mientras prosigue la batalla de más de 20 meses contra la ocupación de territorio por Rusia. 

Volodimir Zelenski y Ursula von der Leyen. | Europa Press

El viaje de Von der Leyen se produce apenas unos días antes de que la Comisión publique el informe que evalúa el progreso de Ucrania hacia el cumplimiento de los hitos de admisión en la UE, que se espera anime a los estados miembros a iniciar conversaciones formales de adhesión con Kiev el mes próximo. La presidente también declaró que esperaba llegar también a acuerdo sobre el duodécimo paquete de sanciones contra Rusia que incluiría prohibiciones adicionales de importación y exportación y medidas para «reforzar» el límite de precios de los envíos de petróleo ruso.

Zelenski ha hecho del ingreso en la UE uno de los objetivos de guerra, aseguró su confianza en la continuación del apoyo a Ucrania, aunque en la Guerra de la Información el conflicto israelí-palestino obtuviera el foco de la atención internacional. Negó las informaciones periodísticas de que Washington y Bruselas le aconsejaban la apertura de conversaciones de paz con Rusia, dejando claro que esa decisión dependía únicamente de él y del pueblo ucraniano.

El futuro ya ha pasado

La respuesta de la UE al horrible ataque terrorista de Hamás en Israel, a principios de octubre, arrojó sombras sobre la capacidad del bloque para acordar una conducta coherente sobre asuntos de política exterior de gran trascendencia, a pesar de haber logrado mantenerse unido durante casi dos años con respecto a Ucrania.

En la cumbre de la UE del 7 de octubre, los estados miembros estuvieron horas debatiendo si la UE debería pedir un alto el fuego para permitir el ingreso de ayuda humanitaria vital a Gaza o recomendar otra acción. La decisión fue solicitar «altos al fuego humanitarios», es decir, periodos intermitentes para permitir el acceso sin restricciones a Gaza. 

Se reconoció el derecho de Israel a defenderse y obligación de acatar el derecho internacional humanitario, es decir, las normas de conducta durante un conflicto armado que están diseñadas para reducir al mínimo las bajas y no causar sufrimientos innecesarios a los civiles. Pero la declaración israelita de respetar los derechos de los civiles llegó tarde, a pesar de que la población sitiada en Gaza estaba aislada de decursos vitales, con peligro inminente de vidas humanas. 

Edificios destruidos por los bombardeos israelíes contra la Franja de Gaza. | Europa Press

Los socios de la UE en la región, incluido el rey Abdalá de Jordania, condenaron el pronunciamiento tardío y mediocre para proteger a los palestinos. «El mensaje que el mundo árabe está escuchando es alto y claro: las vidas palestinas importan menos que las israelíes. Nuestras vidas importan menos que otras vidas. La aplicación del derecho internacional es facultativa. Y los derechos humanos tienen límites: se detienen en las fronteras, se detienen en las razas y se detienen en las religiones», dijo el rey Abdullah en una conferencia en El Cairo el 23 de octubre.

La conducta europea fue calificada de muy peligrosa, ya que las consecuencias de la continua apatía e inacción internacional serán catastróficas en la zona. No obstante, es poco probable que el creciente desastre humanitario y la intensidad de la campaña militar de Israel cambien la posición de la UE.  A ello hay que añadir las acciones que pueden tomarse en contra del apoyo a Ucrania.

A medida que las guerras se intensifican, también lo hacen las disensiones dentro de la UE, lo que podría deslegitimar aún más al bloque como actor de la política exterior.

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