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El robo de helicópteros militares es más habitual de lo que parece: estas son sus historias

Juan de la Cierva, inventor del autogiro, jamás supuso que con su ingenio se podrían protagonizar estos relatos

El robo de helicópteros militares es más habitual de lo que parece: estas son sus historias

Helicóptero ucraniano. | Zuma Press

Maxim Kuzmínov huyó a Ucrania subido en un helicóptero militar. Cuando lo hizo, no sabía que acabaría acribillado a tiros a manos de dos sicarios remitidos por el propietario del aparato: el gobierno ruso. Los dos pistoleros enviados por el Kremlin a Alicante no hicieron más que presentarle la factura por semejante atrevimiento. No es el primero, ni será el último, en sustraer una aeronave inventada por un español.

Juan de la Cierva jamás pudo sospecharlo. El inventor del autogiro, precursor del helicóptero, sabía de las posibilidades de su invención; lo que no sabía era la de historias, algunas bastante salvajes, que acabaría protagonizando su idea.

Aerochorizos

Los helicópteros no son como los coches, y no necesitan una llave para ser arrancados. Es porque en su mayoría suelen ser militares, o están muy vigilados y en unas condicionantes de alta seguridad. A ello se une que no todo el mundo es capaz de hacer volar uno de estos ingenios. Y no se trata ya de poseer una licencia para pilotarlos, sino los conocimientos necesarios para hacerlo, y estar familiarizados con los detalles operativos de cada modelo.

Robert Kenneth Preston no tenía de lo primero, pero sí de lo segundo. Amante de la aeronáutica y del mundo castrense, se alistó en el ejército en 1972 con la idea de mezclar sus dos pasiones, pero algo se torció en su camino. A pesar de realizar varios cursos de formación, suspendió la fase instrumental de los exámenes. Por otra parte, a principios de los años 70, la guerra de Vietnam estaba en fase de liquidación, y sobraban este tipo de especialistas, con lo que los requisitos se endurecieron. Preston acabó de mecánico.

Pasada la medianoche del sábado 17 de febrero de 1974, hace ahora medio siglo, decidió acometer su sueño: darse una vuelta por los alrededores de la base en la que estaba destinado en Maryland, cerca de Washington. Con las luces apagadas y sin comunicarse por radio, despegó en dirección a la capital del país: Washington.

Robert sobrevoló a muy baja altura el Capitolio, el monumento a Lincoln, y se atrevió a aterrizar en el jardín de la Casa Blanca, en el que los agentes del Servicio Secreto no supieron qué hacer. A los pocos minutos despegó, y protagonizó una persecución policial desde tierra y aire, con una segunda incursión al jardín más vigilado del planeta.

En esa ocasión sí pasaron cosas. Los del Servicio Secreto respondieron esta vez, y los 300 proyectiles que impactaron contra el HU-1 no lo dejaron inservible, lo que dice mucho y bueno del aparato. Robert fue herido por cinco balas. Tras ser detenido, fue juzgado, y condenado a un año de prisión y 2.400 dólares de multa por apropiación indebida y alteración del orden público. A pesar de todo, sonrió; había cumplido su sueño de volar.

Pero no era la primera vez que un militar sisaba maquinaria del Tío Sam. Apenas un año antes, el 7 de enero de 1973, el teniente coronel Charles “Chuck” Pitman veía alarmado por televisión una escena de película. Un loco llamado Mark Essex —este detalle se conoció más tarde— estaba liándose a tiros contra la ciudadanía desde lo alto de un edificio de Nueva Orleans.

El tal Essex disparaba indiscriminadamente contra viandantes, clientes de un hotel, y los agentes del orden que habían acudido ante los avisos. Ante este panorama, Chuck decidió salir hacia la unidad aérea de la Marina establecida en la base de Belle Chasse, a la que pertenecía. Entró por la puerta por la que lo hacía cada mañana, y tomó prestado un helicóptero, en concreto un CH-47 Sea Knight, aparato de dos rotores origen de los actuales Chinook.

Robo de buena voluntad

Cuando el aviador pidió permiso para despegar, le fue denegado, por el exceso de niebla y mala visibilidad; sabía que a su regreso podría encarar un consejo de guerra, pero le dio igual. Minutos después, y tras guiarse por las señales de tráfico de la carretera y los edificios de los alrededores, aterrizó al lado de donde la policía se parapetaba ante los disparos. Ya habían caído víctimas de las balas siete personas, tres de ellos, agentes del orden. Fue una sorpresa para los agentes encontrarse con esa ayuda, pero Pitman estaba en su salsa.

El teniente coronel se jugaba su carrera, y sin embargo, en mitad de los disparos, el humo, y todo aquel jaleo se sentía como en casa. Con 1.200 misiones en la guerra de Vietnam, siete derribos, y la herida en una pierna de una bala del calibre .50, esto era como un paseo por el parque. El CH-47 iba desarmado, y Pitman ofreció, en vuelo nocturno, subir a un grupo de agentes que a tiro limpio acabasen con el francotirador, como acabó ocurriendo. Los forenses que examinaron el cuerpo de Mark Essex encontraron más de doscientos proyectiles en su organismo.

Más tarde declaró que «no quería matar a nadie, solo tomar parte en la acción, participar un poco». Las maniobras, grado de riesgo asumido por el marine, y la enorme ayuda que prestó en uno de los episodios más negros de la ciudad de Nueva Orleans siguen siendo apreciados por sus ciudadanos. Aunque Pitman recibió una tremenda bronca por parte de sus superiores, ello no detuvo su carrera militar. Se jubiló con el grado de general y fue condecorado en 65 ocasiones. Tres años después del incidente, la historia de Essex inspiró la película “Pánico en el estadio”, protagonizada por Charlton Heston.

El caso español

Estas cosas no solo ocurren ‘por ahí’, porque en España también hemos vivido robos de helicópteros, aunque debido a cuestiones menos ejemplares. En agosto de 2020, un Bell-412 destinado a desplazar bomberos en incendios rurales, fue sustraído de su base en Cuenca. Era de noche, y el piloto asignado dormía en las instalaciones contiguas. Al escuchar el motor supuso que era otro que llegaba, pero no: le estaban robando su aparato.

La aeronave, perteneciente a la compañía Babcock y contratada por el ministerio del ramo —Transición Ecológica en fechas actuales—, no es uno cualquiera. Al parecer es bastante complejo, no podría guiarlo un cualquiera, y en territorio nacional hay muy pocas decenas de pilotos con esa certificación.

El sofisticado latrocinio tuvo lugar en Buenache de la Sierra, Cuenca, y a tenor de la oscuridad reinante, el que pilotase la aeronave debería tener mucho entrenamiento. También se cree que probablemente formación militar, o estar familiarizado con sistemas de visión nocturna.

Guardia Civil también en el aire

La sorpresa llegó a la mañana siguiente, cuando en un vuelo rutinario de vigilancia, otro helicóptero de la Guardia Civil lo encontró en una finca agrícola de Fuente Obejuna, Córdoba. El Bell había aterrizado perfectamente —se supone que lo hizo de noche y a oscuras, algo que no es nada fácil—, y se encontraba cubierto por lonas de plástico y balas de paja. Al parecer, las lonas se habían rajado por efecto del viento, y habían dejado las palas al descubierto.

Por su situación, se sospecha que había sido robado para realizar algún porte de droga desde en norte de África a España. Un aparato como este cuesta unos nueve millones de euros, pero su mantenimiento es complejo, su coste operativo se dispara, y algo así no se esconde en cualquier parte. Con toda probabilidad sería utilizado de manera accidental hasta que el procedimiento diera de sí. El depósito del Bell-412 le permite volar durante unos 600 kilómetros, más o menos la distancia recorrida del punto del que fue sustraído, y donde fue hallado.

Se sabe que aquel helicóptero repostó antes de despegar, le fue desacoplada la bolsa de agua antiincendios que llevaba enganchada por defecto, y que el sistema de seguimiento le fue desactivado. El que lo manejara sabía muy bien lo que hacía, y se cree que al menos fueron tres personas: el piloto, un mecánico, y probablemente un tecnico en sistemas electrónicos, que inhabilitara todos los sistemas de localización de la aeronave.

Otros robos similares

En 2015, otra aeronave que había sido también robada, apareció estrellada y con rastro de droga en su interior. Este sería el fin último del robo, de acuerdo con la investigación que realizó la Guardia Civil, que en los primeros instantes, tras recibir la llamada del responsable, pensó que también podría ser usado para una fuga carcelaria.

Juan de la Cierva, inventor del autogiro, jamás supuso que con su ingenio se podrían protagonizar historias como estas. Aunque hay más, y son aún más rocambolescas, sirven para mostrar que un helicóptero no es más que una herramienta, y luego se le van añadiendo utilidades y fórmula de utilización que siempre acaban sorprendiendo, lo que da la medida de su versatilidad.

Lo de las historias de los Black Hawk que dejaron los americanos en Afghanistan y cayeron en manos de los talibanes, o la misión Mount Hope III, con el robo de aparatos rusos, quedará para otro día, porque merecen un capítulo aparte. Menos mal que Vladímir Putin no mandaba cuando se llevó a cabo esta última operación. Bastante tiene con los de Ucrania.

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