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Europa, a la deriva entre China, Rusia y los EEUU de Trump

Ante un mundo en vertiginoso estado de cambio, el papel europeo en el nuevo tablero geopolítico está por determinar

Europa, a la deriva entre China, Rusia y los EEUU de Trump

Xi Jinping junto a Vladimir Putin. | Kristina Kormilitsyna (Zuma Press)

La visita del vicepresidente de EEUU JD Vance y el secretario de Defensa Pete Hegseth a Europa ha colmado los titulares. Sus declaraciones no hacen menos que señalizar el nacimiento de una nueva relación entre EEUU y Europa. Más sorprendente que su contenido ha sido la reacción europea: desde el funerario silencio en la Conferencia de Seguridad de Múnich al casi pánico después de la cumbre de ministros de Defensa de la OTAN, parece que Europa no se esperaba que el programa expreso y repetido hasta la saciedad de la Administración Trump fuese serio. El primer mandato del presidente tomó al continente por sorpresa, algo comprensible en el momento por ser inesperado, pero la falta de preparación ante este segundo es completamente inexcusable. La escena sin precedentes de Trump y Vance en el Despacho Oval ha cristalizado las pasadas semanas como históricas para Europa.

Los años Biden permitieron a Europa volverse a encuadrar en el clásico marco atlántico aun cuando el expresidente continuó con la deriva revisionista inaugurada por el primer Trump en materias de comercio internacional, derecho internacional y competición entre grandes potencias. El revisionismo de Biden, con todo, seguía teniendo espacio para el papel clásico de EEUU como dominador, pero también colaborador de Europa, aunque el primero siempre ganase más. Sin embargo, ahora está claro que la excepción fue 2020 y no 2016, algo que era posible entender en ambos años e incluso antes. Incluso si el siguiente presidente de EEUU quisiera restaurar el marco clásico, Europa no se puede permitir esperar: el mundo se encuentra en un punto de inflexión y esperar equivale a quedarse atrás; para esperar a una pretendida «normalización» Europa tendría que rendirse a las demandas de Trump y sufrir sus consecuencias negativas. Esto nos dejaría en una posición incluso peor que la actual. Como corolario, Europa tampoco puede pretender que el cambio de relación no es cualitativo ni permanente: si en efecto se decide responder afirmando los intereses de Europa ante la nueva relación transatlántica, esto supondría hacerlo también más allá de esta Administración.

Merece la pena preguntarse por la relevancia de términos como «revisionista» y «statu quo». Tradicionalmente, el estudio de las relaciones internacionales ha determinado que el estado dominante se dedicará a grandes rasgos a mantener la distribución de poder del momento, de ahí «statu quo», y aquellos en ascenso querrán aumentar el propio y en consecuencia revisar las reglas del juego. En el mundo actual, esto tiene poco sentido: el estado dominante, EEUU, es tan revisionista como sus adversarios para mantener su posición. Por otro lado, las únicas potencias que todavía se podrían, con reservas, calificar de statu quo son aquellas que conforman la Unión Europea (UE) y, en Asia, la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (ASEAN), muy lejos de ser estados dominantes. Si todas las grandes potencias son revisionistas, el concepto pierde su relevancia y, por tanto, también lo pierde el statu quo. Esto significa que Europa debe jugar a la política internacional, con todo lo que ello conlleva. Sin duda no se entiende una Europa que no actúe acorde a sus valores y los defienda, pero es hora de incluir los intereses en la ecuación. Tampoco se puede pensar seriamente en una confrontación directa con EEUU, pero sí en un camino hacia una independencia real que reconozca y centralice en el análisis la creciente divergencia entre Europa y la superpotencia.

El sueño de la autonomía estratégica

Dentro de la plétora de aspectos que Europa debe reexaminar es su relación con China. Como cualquier otra, esta encuentra su rango de posibilidades en la estructura de relaciones internacionales en la que se encuentra. Además, por ser la competición estratégica entre EEUU y China el acontecimiento geopolítico principal del presente y, por tanto, más definitorio de esta estructura, es incluso más crucial entender la posición de Europa en esta.

En un mundo mejor, la UE sería un actor con autonomía y soberanía estratégica. Podría así jugar a triangular entre EEUU y China, teniendo con cada uno tanto competición como cooperación que reportarían daños y beneficios. Esto permitiría una flexibilidad diplomática que, por las dinámicas de la propia arquitectura estratégica, podría crear incluso pequeñas oportunidades en las que Europa podría hacer a las dos grandes potencias pujar por su apoyo, colaboración, mercado, etc. Efectivamente, esta es la estrategia de hedging que parece ser dominante en la emergente multipolaridad mundial entre las potencias medias con autonomía estratégica tanto en Asia-Pacífico como en Oriente Medio.

Arquitectura estratégica bajo autonomía estratégica.

Esta situación no es realista ni a corto ni a medio plazo. Primeramente, la UE no es un actor estratégico: es una entidad sui generis con vastos poderes reguladores pero muy poca capacidad de acción ejecutiva. La UE como existe hoy es parte del gran proyecto tecnocrático de finales de los años 80 y el fin de la Guerra Fría que consideraba las grandes cuestiones como resueltas de una vez por todas. En esta manera de pensar, lo que quedaba de la política era el mantenimiento, la gerencia de los sistemas y el sutil incentivo, no la acción a gran escala. Segundamente, la UE no tiene intereses nacionales: su naturaleza híbrida entre supranacionalidad e intergubernamentalidad hace que los intereses de los estados miembros, sobre todo Francia y Alemania, no puedan imponerse a otros. En consecuencia, incluso si la UE adquiriera la capacidad legal o tácita de actuar estratégicamente (pues la UE parece salir con más competencias de cada crisis) no podría hacerlo de manera coherente. Terceramente, y más importante, la UE no tiene la capacidad material, o sea los activos estratégicos necesarios, para ejercer autonomía. Incluso si los dos escollos previamente mencionados se solucionaran, Europa no cuenta con la base industrial, poder militar y mecanismos de poder económico internacional independientes de EEUU. En efecto, la razón de ser del marco clásico de la relación transatlántica era que Europa renunciaría estos activos y los abdicaría en EEUU a cambio de poder disfrutar de los beneficios de segunda mano de su hegemonía.

Más allá de los eslóganes

Europa se queda entonces con una suerte de falsa autonomía estratégica. Bajo esta arquitectura, cuyos efectos estuvieron siempre presentes, el rango de posibilidades es considerablemente alterado respecto al marco ideal anterior. Aquí, Europa y EEUU tienen todavía una relación cooperativa todavía bajo el marco clásico: relaciones comerciales culturales y políticas positivas, protección a cambio de deferencia, etc. Sin embargo, como Europa defiere, no defiende sus intereses y por tanto las inevitables divergencias entre esta y EEUU son resueltas estructuralmente a favor de los segundos. Al fin y al cabo, la relación clásica era parte del proyecto hegemónico estadounidense, en el que los arreglos de comercio internacional, seguridad y política exterior estaban creados para sus intereses. Mientras duró la unipolaridad, este arreglo pudo sostenerse.

Arquitectura estratégica bajo «autonomía estratégica».

En lo que respecta a la relación con China, esta arquitectura determina a gran escala la relación. Al ser Europa, a efectos prácticos, un añadido a EEUU y la competición entre estos y China el principal contexto geopolítico, esto provoca que los efectos y requerimientos de esta competición sean obligatorios también para Europa. Obviamente bajo una autonomía estratégica real, Europa tendría también relación competitiva con China, pero el punto es que bajo la falsa autonomía Europa no tiene control de esta, que puede incluir aspectos que son competitivos para EEUU, pero neutros para Europa. Al fin y al cabo, Europa no tiene los intereses de seguridad creados que EEUU tiene en Asia-Pacífico como resultado de su política de alianzas. Los estados europeos tienen un profundo interés en la libertad de navegación y en mantener la apertura de las vías comerciales marítimas en Asia. EEUU comparte este interés. Sin embargo, aunque su llamada «estrategia indopacífica» («Free and Open Indo-Pacific», la inclusión de India es un arma retórica para cortejar a este estado y restar importancia a Asia como tal, asociada con China) tenga esto como uno de sus objetivos, los intereses de EEUU van más allá: son una competición estratégica con China que se extiende a todos los niveles.  Los efectos de estos solo llegan a Europa a través del mecanismo de transmisión de la dependencia de seguridad de EEUU. En consecuencia, por ejemplo, la OTAN, una alianza de seguridad convencional nominalmente europea, incluye explícitamente desde 2022 a China como objetivo. Europa debería encontrar otros mecanismos para defender estos intereses en Asia-Pacífico que no la enmarcaran en la competición estratégica entre China y EEUU como, por ejemplo, operaciones independientes y no-provocativas de libertad de navegación no ligadas a la OTAN.

De la misma manera, las relaciones cooperativas que Europa pueda tener con China se limitan también a las que EEUU, en medio de su competición, pueda permitirse. Aquí, de nuevo, Europa pierde posibilidades. Por ejemplo, EEUU ha, de un tiempo a esta parte, limitado su cooperación con China en materia de transición ecológica para poder desarrollar sus propias tecnologías en este ámbito. Europa ha hecho lo mismo, pero, por su falta de capacidades, no podrá independizarse tecnológicamente y pasará a, en vez de comprar a China, comprar a EEUU, manifestando así la relación competitiva unilateral entre estos y Europa.

La deriva estratégica y las opciones de Europa

La primera presidencia de Trump supuso un avance del cambio cualitativo anunciado por Vance y Hegseth en la arquitectura estratégica. De una falsa autonomía, en la que Europa pretendía no tener necesidad de competir con EEUU, y beber el mal trago cuando diferían, a cambio de disfrutar de ciertos beneficios, se pasa ahora a una deriva estratégica. Aquí, la relación cooperativa es ahora unilateral, con EEUU todavía teniendo los beneficios que le reporta la dependencia estratégica y de seguridad de Europa, pero no teniendo que dar nada a cambio: Europa se protegerá ahora a sí misma (aun sin tener las capacidades para hacerlo), pero seguirá actuando bajo el paradigma estadounidense en su competición con China. En paralelo, EEUU intensifica la relación competitiva unilateral al requerir agenciarse de cada vez más. Por ejemplo, Vance exigió en la Cumbre de Acción de Inteligencia Artificial de París que EEUU fuera el líder indiscutible en esta y que Europa no intentase regular ni molestar a sus compañías tecnológicas. Se enmarcan también aquí los aranceles que Trump intentará poner sobre el continente específicamente y otros más generales como el del acero y aluminio.

Arquitectura estratégica bajo deriva estratégica.

Este desarrollo no es completamente negativo. A medio y largo plazo, esta llamada a la acción puede suponer el impulso necesario para una Europa más independiente de EEUU que pueda defender sus intereses y mantener la paz.

Por tanto, algunas de las conclusiones a las que se llegó en la «reunión de emergencia» convocada por Macron para trazar una estrategia conjunta para los principales estados europeos son pasos en la dirección equivocada. El «plan de paz» y la «coalición de los dispuestos» siguen en esta línea. Es muy revelador que de una reunión en la que hubo tan poco acuerdo en las opiniones y pasos a seguir, uno de los puntos, si no el único, en el que hubo concordancia, con matices, fue en reclamar a EEUU un papel activo en la seguridad europea del futuro, en particular con una garantía de seguridad a Ucrania. Incluso las posiciones «autonomistas» como la francesa siguen teniendo este tinte. En esencia, esta opinión no es más que nostalgia por el paradigma anterior, o sea, una vuelta a una relación cooperativa recíproca. Esto no es ni posible, pues EEUU ha sido extremadamente claro en su intención de cambiarla, ni deseable, pues incluso bajo esa arquitectura Europa estaría simplemente dejando para el futuro el muy real problema de su dependencia de EEUU.

De la misma manera, Europa no debe rogar a EEUU que mantenga su presencia de seguridad en el continente. Europa puede ser capaz de protegerse a sí misma con un programa de modernización, integración de industria de defensa y cambio de postura de fuerzas hacia la protección nacional y alejándose de la intervención en el extranjero. EEUU, en cambio, podría mantener su despliegue en Europa, aunque no tenga interés real en protegerla como estrategia de negociación. Como el profesor John Mearsheimer ha dicho recientemente: «los americanos han dejado claro que hay ciertas cosas que Europa no debería hacer en relación con China. La más importante: no intercambiar tecnología sofisticada con China. Si los americanos se retiran de Europa, perderíamos influencia en este ámbito». Consecuentemente, aunque no tiene sentido expulsar el despliegue estadounidense, tampoco lo tiene considerarlo esencial ni positivo en la situación actual. Las declaraciones del próximo canciller alemán, Friedrich Merz, pueden ser alentadoras para esta línea de pensamiento.

En cambio, si se acepta la realidad de esta nueva relación trasatlántica, es evidente que Europa tiene dos posibles alternativas respecto a su relación con China. La primera sería una basada en los estados y asume la continuidad de la deriva estratégica de Europa. Las acciones de España durante 2024 son un buen ejemplo de esta posible estrategia. Aquí, los estados podrían aprovechar pequeños nichos y oportunidades que provendrían de la relación de competición y cooperación con China mediada a través de EEUU para, en ocasiones específicas, negociar bilateralmente con China fuera de este marco. Por ejemplo, durante el debate europeo sobre los vehículos eléctricos chinos, originado por la iniciativa estadounidense al respecto, España inicialmente se mostró favorable a imponer aranceles. En respuesta, China amenazó con aranceles a productos ganaderos. España acabó absteniéndose en la votación de una medida que iba a ser aprobaba de todos modos y, tras esto, emprendió una negociación bilateral con China que incluyó una visita del Gobierno al país. Tras esto, la urgencia de la investigación de China a estos productos se redujo (en contraste con los aranceles al brandy, con Francia como objetivo, que fueron aprobados) y España consiguió, por ejemplo, un contrato para una planta de hidrógeno verde de Envision, inversiones en hidrógeno de Hygreen Energy, además de las plantas automovilísticas de CATL, Stellantis y Chery, todas compañías chinas y algunas en proyecto conjunto con empresas nacionales.

Estrategia estatal bajo deriva estratégica.

Aunque tiene sus méritos y puede traer beneficios, esta estratégica puede resultar muy destructiva a largo plazo. Para empezar, solo puede funcionar si es una estrategia muy minoritaria dentro de Europa, pues si todos los estados la adoptaran no habría ya política europea que permitiera estas instancias bilaterales. Por otro lado, amenazaría a largo plazo la coordinación a nivel europeo en áreas en las que el mercado común y no las posibilidades nacionales son el factor determinante. En suma, esta estrategia mina la unidad europea que, se quiera o no, es la principal fuente de poder de los estados miembros al poder negociar como bloque en intereses comunes cuando estos existen.

Una segunda estrategia a nivel europeo sería más constructiva. Esta debe aceptar sin nostalgias o pensamiento mágico la realidad que supone la deriva estratégica, pero también mantener siempre en mente el objetivo de una autonomía estratégica real aun siendo esta imposible en la actualidad. Un paso fundamental debe ser la independencia europea en seguridad. Esta solo puede ser conseguida con una resolución realista de la Guerra de Ucrania y una reconstrucción de una relación constructiva con Rusia. De nuevo, los planes y movimientos anunciados hasta ahora por Europa no van en esta dirección. Esencialmente, Europa pretende tomar las riendas de la guerra para continuar con el conflicto sin un objetivo claro. Esto hace poco más que incentivar al bando ucraniano a no aceptar resolución alguna al conflicto, como ya sucedió en 2022 cuando Reino Unido y EEUU convencieron a Zelensky de que tendrían su apoyo indefinido. La idea de un contingente de «peacekeepers» europeo tampoco va en la dirección adecuada pues mantiene las causas latentes del conflicto activas. Aunque una misión de fuerzas de paz es necesaria para garantizar la eventual estabilidad y evitar que la guerra volviera a aflorar, hacerlo unilateralmente desde Europa no conseguiría este objetivo al ser inaceptable para Rusia. Europa, en consecuencia, debería buscar una solución al problema de las fuerzas de paz a través de los mecanismos multilaterales de la ONU y, aunque debería participar en las operaciones, no debe ser el único contingente. Esta estrategia conjunta le daría a Europa un sitio en la mesa que, de lo contrario, no tendría en una negociación que sin lugar a duda va a suceder.

La construcción de una industria militar europea potente no es solo compatible sino también sinérgica con este paradigma. De lo contrario, Europa se seguiría enfrentando a la desindustrialización en gran medida provocada por los precios de la energía, a una Rusia hostil y a un EEUU sin interés en usar a Europa, y por tanto apoyarla, contra Rusia. Mientras tanto, EEUU seguiría beneficiándose de la dependencia europea sin dar nada a cambio. En esencia, es fundamental que esta estratégica no esté dirigida contra terceras partes, sino que sea por y para Europa. Al mismo tiempo que se incluye esta relación constructiva, Europa también podría desarrollar la capacidad propia tener un nivel adecuado de disuasión frente a Rusia. Es importante recordar que la disuasión no solo se basa en la posibilidad de infringir costes sino también en el posible beneficio perdido. En este sentido, las relaciones constructivas son también disuasorias y, combinadas con una capacidad de defensa propia, componen una disuasión sostenible. Europa debe ser clara en que su desarrollo en defensa es solo la adquisición de capacidades que, como estados, deberían haber tenido siempre para compensar el desinterés de EEUU. Europa debe señalizar a Rusia y China que es un esfuerzo para la autonomía y, por tanto, es precisamente uno de los componentes que puede construir relaciones positivas con ambos estados.

Sobre esta base, Europa podría desconectar sus relaciones con China de la competición estratégica sinoestadounidense, que, en la práctica, sería como la primera estrategia, pero a nivel europeo y usando esta competición para encontrar oportunidades de cooperación con China. El ministro de Exteriores chino, Wang Yi, expresó en su conferencia anual a la prensa gran interés en la cooperación con Europa en los ámbitos en los que ambos tienen intereses en común. Aunque la aproximación de China al multilateralismo es selectiva y refleja la prioridad de su estabilidad interna, varias de sus áreas elegidas para la cooperación multilateral concuerdan con las europeas, como la transición ecológica, centralidad de la ONU, reforma del sistema financiero internacional y mantenimiento de la OMC, entre otras. Europa no debe confundir las inevitables áreas en las que diverja con China con indicaciones de una competición estratégica como la que el estado asiático tiene con EEUU.

Sin embargo, como mucho en política internacional, gran parte de esto se decidirá en política estatal: si continúa el auge de movimientos de derecha radical en Europa, por mucho que, como Meloni, se moderen una vez en el poder, el signo de los tiempos parece favorecer a la primera estrategia y por tanto, a largo plazo, a menor coordinación y más deriva en Europa.

Álvaro Tejero García es analista del Observatorio de Asia de la Universidad Francisco de Vitoria.

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