Literatura erótica: prejuicio versus necesidad
Desterrada de la alta literatura o censurada por los tabúes sociales. Conversamos con varios autores sobre la dificultad de escribir literatura erótica
La lectura activa nuestra imaginación y, en muchos casos, nuestro cuerpo. En el caso de la literatura erótica la relación cuerpo – imaginación se acentúa, pero hasta qué punto llega a conectar con nosotros, qué la hace excitarnos o fantasear. Los pasajes eróticos en los libros están plasmados en páginas desde el papiro de Turín, en el antiguo Egipto, hasta cualquier novela que se esté imprimiendo al momento que se escribe este artículo.
Los escritores a lo largo de la historia han plasmado en papel escenas donde extrapolan sus experiencias personales, llevándolas a la fracción de sus personajes o, directamente, a través de la narrativa autobiográfica. Grandes representantes de lo erótico son conocidos: D.H. Lawrence, George Sand, Margarite Duras o Anaïs Nin. También la literatura erótica se ha usado como elemento político desde los escritos del Marques de Sade.
Este año el erotismo a través de la escritura autobiográfica ha tenido un punto de visibilidad con la escritora Annie Ernaux, quien acaba de ganar el premio Nobel de Literatura 2022 y gran parte de su obra relata el deseo y el eros desde el punto de vista femenino. Uno de sus libros, Pura pasión, lo relata a la perfección: «No me ponía a arreglar la casa enseguida. Contemplaba las copas, los platos con restos de comida, el cenicero lleno, la ropa y la lencería dispersas por el pasillo y la habitación, las sábanas colgaban sobre la moqueta. Me habría gustado conservar tal cual aquel desorden en el que cualquier cosa significaba un gesto, un momento, y que componía un lienzo cuyo dolor y fuerza jamás alcanzará para mí cuadro alguno en un museo. Naturalmente, no me lavaba hasta el día siguiente para conservar su esperma».
La literatura erótica no solo es forma y cero fondo, sus usos son múltiples porque beben del fuego vitalista de la vida y, a pesar de su mala reputación, asociada al tabú social alrededor del sexo -solo hay que recordar que El amante de Lady Chatterley fue prohibida en el Reino Unido debido a su contenido sexual explícito y lascivo- su acción narrativa moviliza la historia y construye personajes. Hay mucho más en este género de lo que parece: las novelas eróticas o con escenas sexuales no son vergonzosas o carecen de una historia genuina, pueden conectar y ser metáfora de otros conflictos internos; también son un paralelismo de la comunicación y, sobre todo, de la vida. Sí, no todo es 50 sombras de Grey.
El eros en la literatura, ¿una dificultad o un prejuicio?
Para la escritora irlandesa Eimear McBride, quien exponen abiertamente el erotismo en sus novelas –Una chica es una cosa a medio hacer (Impedimenta) o Los bohemios menores (Seix Barral)-, la complejidad de describir el eros se debe a que «es una parte de la vida que se mantuvo en secreto durante mucho tiempo y no ha existido la oportunidad de que un vocabulario interesante y adulto haya crecido alrededor de la experiencia sexual. Así que lo que existe es un poco infantil, tímido y abrumadoramente masculino y, si no tenemos las palabras adecuadas, ¿cómo podemos expresar correctamente una experiencia que no se ajusta a lo que ya existe?».
Para la autora es importante entender que la sociedad ha considerado la experiencia corporal menos digna, a diferencia de lo mental, por lo que caemos en una escisión cuando llevamos lo corporal al terreno de lo literario.
En la misma línea de McBride, la poeta y escritora Luna Miguel cree que la dificultad en la aproximación a lo erótico en literatura se debe a que la sociedad es «mojigata» y cuando el lector se acerca a estos textos en los que se dice «culo o polla en voz alta, nos saca la risa tonta». Este sonrojo, afirma la escritora de Caliente (Lumen), se debe a que «seguimos pensando que la masturbación es un tabú» y donde «leer sobre el placer de los demás nos levanta sospechas, o hasta nos da envidia», a lo que concluye: «Me parece que tenemos una visión infantil de lo sexual. Ojalá textos como los diarios de Patricia Highsmith, que están plagados de reflexión sobre el sexo, y que hoy están siendo tan celebrados, nos hagan cambiar de idea».
Intencionalidad y visión erótica, ¿hay un deber ser?
Si como confirma McBride el lenguaje no se ha enriquecido, quizás pueda deberse a que al escritor aún le falte dar un salto adicional, que por época o por prejuicio, aún no ha llegado a la literatura. El escritor y guionista Jacobo Bergareche -autor de Los días perfectos (Libros del asteroide)- confirma que un autor debe «poder contarlo todo» y hacerlo «con elegancia o con crudeza o con lo que quiera, pero siempre con intención y mirada». Estos elementos deben existir siempre en todos los formatos, afirma, no solo en el literario, «como en el cine y en la fotografía hay muchas maneras de mostrar el sexo». Bergareche pone el ejemplo de Robert Mapplethorpe, el famoso fotógrafo estadounidense: «Él es capaz de convertir el fisting en algo tremendamente estético», mientras «los vídeos de Youporn pueden hacer de un beso inocente algo repugnante».
Es a partir de la sinuosidad y el ritmo del lenguaje como se creará el pacto del lector con la escena erótica o sexual, ya sea para el placer estético o por una intención moral o política, porque el deseo no siempre es erótico, también puede ser lascivo y violento, al igual que cómo lo reciben los lectores.
Luna Miguel entiende que el deseo y el erotismo no llegan a cada lector por igual, de igual forma que tampoco sale de los narradores con la misma intencionalidad: «Uno a veces escribe cosas emotivas que no le hace que se salten las lágrimas mientras teclea, pero luego a los lectores, sí. Del mismo modo, cuando escribo ciertas escenas eróticas, no me excito, pero algunos lectores sí. Otra cosa relacionada con la pulsión es que no todo texto que verse sobre el sexo tiene que servir para que nos la casquemos. No creo que sea el fin último de la escritura sexual. A veces el sexo enamora. A veces da miedo. A veces, incluso, nos hace balancearnos entre la ternura y el espanto».
Narrar sensaciones: ¿el reto de la literatura erótica?
Para la escritora y ensayista estadounidense Lynne Tillman, quien acaba de publicar la novela Polvos raros (Alpha Decay), el problema de escribir sobre sexo es justamente que no tiene palabras sino solo sonidos, sensaciones o gruñidos. «La lujuria es una sensación, un impulso que encuentra su sentimiento en el sensorium del cerebro. La lujuria no existe, no es un objeto que se pueda describir. No es un pene entrando en una vagina o en un ano, no es una pierna balanceándose sobre otra pierna. No son los latidos del corazón ni el sudor entre los pechos. Un orgasmo es una sensación en el cuerpo que es casi indescriptible, la tensión, la construcción, la liberación» son solo palabras que describen la excitación y la mecánica del orgasmo, afirma la autora.
Al igual que Tillman, Eimear McBride cree que su propósito para escribir sobre sexo es siempre explorar el carácter. «Si no se tiene en cuenta la personalidad y el alma de los personajes, la escritura no sería más que una serie de descripciones mecánicas, pero utilizar el sexo como medio para descubrir quiénes son esas personas y cómo se revelan, implica que la escena nunca se convertirá en porno».
Por su parte, Tillman dice que quizás James Joyce habría encontrado la manera de hacer funcionar las sensaciones en la literatura cuando escribió el «Yes, Yes, Yes» en el monólogo de Molly Bloom en el Ulises. Aun así, la autora nos recuerda que la lengua y la boca, por ejemplo, «tienen un privilegio de la información muy diferente a las palabras».
A diferencia de Tillman, el escritor del compendio de relatos Sexo en mi pueblo y editor del sello Planeta, Leo Felipe Campos, entiende que la información que aporta la literatura sirve para la introspección de las fantasías, ese otro campo sagrado que también evoca y produce sensaciones para la imaginación. «El erotismo se alimenta de aquello que proyecta pero no deja ver del todo. De allí la fantasía: permites que el otro termine de jugar en su cabeza. Si te quiero excitar, comienzo por sugerirte algo, no lo muestro de forma explícita», afirma.
En su caso como escritor, Campos busca más allá de la sofisticación o la elegancia: «Quería algo sencillo y divertido, incluso más pornográfico. Por un lado me interesaba despertar deseos; por otro, naturalizar el acto sexual como lo harían unos chicos de pueblo, hasta lograr algunas risas».
Las ocurrencias también son de gran importancia para varios autores que trabajan la narración erótica. Eimear McBride afirma que el humor aporta naturalidad a los encuentros narrados: «Nadie se ríe en el porno pero, en la vida real, la gente se ríe durante el sexo o suceden cosas divertidas. Incluso en las experiencias sexuales casuales, las personas interactúan entre sí y no con una cámara, lo que da lugar a que sucedan cosas inesperadas».
Quizás para la mayoría de los entrevistados hay una recomendación al escribir sobre sexo: ampliar el lenguaje y evitar los lugares comunes. Luna Miguel afirma que lo que más teme es la obviedad. «La falta de belleza o de ideas detrás de una escritura que aborde lo sexual o lo erótico». Por su parte, Leo Campos concluye: «Si suena obvio, burdo, repetitivo, aburrido o predecible, entonces lo es»