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Cultura

Luna Miguel: «A veces universalizamos gilipolleces»

Conversamos con la escritora a propósito de la publicación de su nuevo libro ‘Caliente’ editado por Lumen

Luna Miguel: «A veces universalizamos gilipolleces»

Laura Rosal

«Uno siempre encuentra maneras de divertirse en Madrid», me comenta la escritora y poeta Luna Miguel a propósito de su vuelta a Barcelona después de haber pasado unos días en la capital promocionando su nuevo libro Caliente (Lumen, 2020), en pleno caos post nevada Filomena.

Posiblemente la temática de Caliente hizo que el hielo madrileño se derritiera mientras la autora se divertía en alguna de sus presentaciones o entrevistas, ya que en este nuevo libro entre ensayo y autobiografía indaga sobre la fuerza del deseo.

Luna Miguel ya es conocida por ser la poeta del cuerpo, además de ser la promotora de las escritoras invisibilizadas, pero es con Caliente que se convierte en ese hervidero que cocina las pulsiones de su cuerpo y del de muchas otras escritoras que han sido encasilladas por describir el amor erótico. Caliente nos refresca esas sensaciones del cuerpo ya descritas por escritoras como Anaïs Nin pasando por Annie Ernaux hasta Marvel Moreno.

Caliente es una exploración por el propio deseo de la autora, la modulación del mismo en el paso del tiempo y la visión de esa narración en directo que quizás es una pulsión que es incitada por las historias, los ensayos y las memorias de las escritoras revisitadas. A pesar de querer explorar el deseo y el eros, la propia autora afirma que no se mojó tanto como lo hacen otras compañeras de escritura, así mismo tampoco se moja al principio de esta entrevista, pero se va encendiendo a medida que las preguntas arden en su memoria.

¿Cómo hiciste verbo tu deseo y lo llevaste al papel?

Es algo que siempre ha estado allí. Son las referencias de las autoras a las que llevo leyendo toda la vida, sea en la época de mi vida que sea o el campo de investigación en el que esté inmersa. La escritura hecha por mujeres de cualquier época siempre está compuesta en parte por el tema del cuerpo propio, la enfermedad y el deseo, e incluso, la prohibición de esos deseos. Ellas son algo que ha estado ahí siempre, en mis lecturas e incluso en mi escritura más lírica, así fue como me hice este árbol genealógico de escritoras deseantes de las que procuro hablar constantemente, porque aunque hablemos y conozcamos a Anne Carson, a Anne Sexton u otros referentes, algunas veces ocultamos los temas de esos referentes. Entonces, una vez visibilizadas esas mujeres era la hora de visibilizar sus temas.

Luna Miguel: «A veces universalizamos gilipolleces» 1

Hay varias referencias autobiográficas en el libro, ¿crees que el impulso de ciertas expectativas amorosas, el deseo erótico en tu relación o ese despecho que viviste fueron un catalizador del libro?

Totalmente, pero todo hay que decirlo, yo me siento un poco tramposa al usar esa experiencia personal al comienzo del libro, es una trampa narrativa pero no es lo más importante. Yo no soy lo más importante en esa narración ni la historia, pero es algo con lo que voy luchando. Yo me voy haciendo una serie de preguntas que van contra mi misma, incluso contra mis ideas, pero esa era una manera de demostrar que cuanto más vamos leyendo y más vamos conociendo, experimentando y hablando con nosotras mismas algo que creíamos que era inamovible puede haber cambiado. Por eso cito, al principio del libro y en la nota final, lo importante que fue para mí como editora y como lectora, leer Cambiar de idea de Aixa de la Cruz. Me parece que es una postura política tener derecho a cambiar de idea. Creo tenemos derecho a sorprendernos y modular nuestras ideas. Creo que es más difícil aceptar los cambios que quedarse enfrascado en una idea para toda la vida.

Me parece que es una postura política tener derecho a cambiar de idea.

¿Abrir tu caja de pandora personal implicó algún problema? ¿Pudiste citar a las personas de las que hablas en la novela? ¿Hablaste con esas personas antes de publicar?

Hay otras escritoras como Gabriela Wiener que son mucho más parlanchinas con su propia experiencia. Yo siento que soy muy recatada y han importado más esos nombres propios, a ciertos lectores o periodistas cercanos al círculo literario, que al lector común. Pero sabemos cómo es el salseo, sin embargo, por decencia yo envíe el manuscrito a las personas que aparecían citadas e incluso a mis amigos. Yo siempre le mando todo a mi padre antes de publicar para tomar un poco la temperatura de las cosas. También tengo la suerte de que esas personas que aparecen mencionadas en el libro son grandes amigos y les considero grandes lectores. Esa comunicación estaba allí y no creo que sea conflictivo nombrar ciertos nombres.

Claro, pero es el problema de la no ficción que en muchos casos puede romper cierta confianza en las relaciones, ¿no?

Sí, ahí está Carrère y el contrato con su exmujer de no poder hablar el uno del otro. Pero esto es lo típico, cuántos libros no empiezan con «cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia», así que puestos a decir esa falsedad yo prefiero que todo se parezca a la realidad y no fingir coincidencias.

A veces nos obsesionamos y nos olvidamos de vivir.

Hay una escena importante en el libro donde dices que luego de 11 años de ese «gran proyecto» que ha sido la relación con tu pareja tienen sexting por primera vez. ¿Por qué cuesta nombrar lo gozoso que hacemos en la intimidad inclusive en una relación de años?

Supongo que por costumbre. Estás acostumbrado a vivir tu sexualidad de una manera y, hasta que algo no te agita o algo te cambia un paradigma de lo que es el amor o el sexo, no empiezas a buscar otras fórmulas para expresarlo. Una de las cosas que me ha cortado toda esta reflexión sobre los vínculos, el poliamor, etc. es mi amor y mi gusto no solo por los hombres sino también por las mujeres. Me parecía un tema demasiado grande, y todavía más íntimo y conflictivo a mi juicio, que otros que tengo ahí retratados y que, quizás, den para otro libro o quién sabe si para un poema, o para nada, o para vivir y ya está. A veces nos obsesionamos y nos olvidamos de vivir. Con respecto a este momento, sí que me apetecía retratarlo. Me parecía que en este contexto, el sexting y el masturbarse, sabiendo que hay otra persona mirándote desde otro lado, al fin y al cabo, formaba parte del inicio del libro. Yo me estoy masturbando sola, pero aquí está participando más gente aunque yo esté sola y esa imagen me gustaba, ponía en potencia al libro. No te imaginas la cantidad de lectores y lectoras que me dijeron: «me masturbé en esta página» y pienso ¿cómo en una cosa tan íntima puede estar participando tanta gente? ¡Qué increíble!

Luna Miguel: «A veces universalizamos gilipolleces» 3
Foto: Laura Rosal

Este fragmento es muy verosímil por lo intimista que es. ¿Te resultó difícil no caer en una narración desde lo anatómico o lo pornográfico al escribir?

Estas partes más eróticas que tiene el ensayo también son otra trampa y te la comento aquí en exclusiva (risas). Son fragmentos de mails o de diarios reales que estaban escritos y luego corregidos para adoptar el tono y la forma, pero los recupero de narraciones mucho más puras, más en caliente y que son recuperadas de fragmentos que de otra manera nunca hubiesen visto la luz, pero que aquí tenían que verla para darle esa verosimilitud y para poder explicar bien el calentón de cada uno de esos momentos.

Hemos sufrido tanta violencia que por qué no nos reapropiamos del tortazo si a mí me gusta que me peguen un buen tortazo.

Tanto tu libro como el ensayo de Tamara Tenembaum citan un artículo de opinión de Gabriela Wiener donde se explica que muchas veces la violencia de una violación vista desde afuera excita. ¿Cómo te posicionas frente a esa incongruencia que quiebra el relato hegemónico de lo que debe o no desearse?

Sigo sin entender lo que me ocurre ante este artículo de Gabriela o el libro Teoría King Kong de Despentes. Una se encuentra con este conflicto del que es muy difícil salir. Yo como persona que ha romantizado sus propios abusos y que los ha vivido, que ha hecho el trabajo de ocultarlos, incluso para no perjudicar a los involucrados y para no perjudicarse a sí misma y poder seguir adelante, cuando una lo tiene tan asimilado es inevitable que eso acabe reproduciéndose. De todos modos, me da la sensación de que no es incompatible y seguramente habrá sexólogos o personas que hayan practicado BDSM y puedan dar opiniones mucho más fiables, pero siento que también condenamos este dolor. Yo creo que hay que reapropiarse de todo eso. Igual que uno se reapropia de la palabra bitch o se reapropia de muchas cosas que han sido utilizadas como insulto. Nosotras nos las quedamos y somos unas zorras si lo queremos, pues con esto es igual. Hemos sufrido tanta violencia que por qué no nos reapropiamos del tortazo si a mí me gusta que me peguen un buen tortazo. ¿Puedo reapropiarme o estoy cayendo en ese pozo infame de la rueda de los abusos? No lo sé, todavía no lo sé, pero vivir en ese conflicto, por lo menos haber llegado a esa reflexión me permite también definir lo que quiero y lo que no, y yo sé que no quiero que me violen, pero sí que quiero, no sé…que me asfixien.

Caliente contiene encuestas a varias mujeres para que expresen sus opiniones sobre su propio deseo y placer. ¿Crees que el silencio a expresar el deseo tenga que ver con esa dicotomía en el relato hegemónico que interroga sobre ser puta o ser casta?

Sí, puede ser. Me acaba de llegar el nuevo libro de Amarna Miller y creo que ahí o en el libro de Tamara Tenembaum habrá respuestas, pero poniéndome a responderte me parece que sí, esto tiene que ver con esa escena tan tonta del dedillo y de la paja. Mientras a unos se les ha enseñado que presumir de su sexualidad y narrarla en voz alta es divertido, lúdico y pueden pavonearse de lo que folla y de lo que hace, a su vez también es terrorífico, o sea por qué los hombres cuando se juntan parece que están obligados hablar de follar todo el rato, ¿no? ¡Qué fatiga tener que aparentar todo el rato! Y por otro lado, esto en el caso de las pajas que se hacían los niños y que presumían de ellas mientras nosotras nos escondíamos en este dedillo. «Oh por favor yo no puedo hablar de eso» porque es vergonzoso y si hablo de ello voy a ser la guarra. Por eso cuando vuelve esa pregunta de qué es más humillante: ¿narrar el dolor o narrar el placer? Pues es que todo es humillante y nada lo es. Si nos quitáramos todas estas capas que tenemos encima sería más fácil.

Si queremos reivindicar nuestro propio placer debemos escuchar las historias de placer de los demás para poder exigir que se entienda el nuestro.

Dejar de juzgar al otro…

O entender al otro y lo vemos cada día en redes sociales. No entender a la mujer trans que muestra sus fotos y nos tenemos que burlar de ella porque no la entendemos, ni siquiera hacemos el esfuerzo por entenderla ni por entender lo que pasa a nuestro alrededor. Pensamos que nuestra visión es la única y eso es una basura. Si queremos reivindicar nuestro propio placer debemos escuchar las historias de placer de los demás para poder exigir que se entienda el nuestro.

Luna Miguel: «A veces universalizamos gilipolleces» 2

Nombras mucho a Anaïs Nin y pienso ¿por qué crees que al escritor se le encumbra al hablar de su sexualidad y en cambio a las escritoras que escriben sobre erotismo se les deja en la parte de atrás de la librería? ¿Por qué, inclusive, si se convierten en un best seller siguen siendo encasilladas?

Es sencillo, porque asumimos que cuando un hombre habla de amor es amor universal. Especialmente si un hombre blanco de determinada edad y determinada posición social habla sobre amor es un filósofo que está diciéndote todas las verdades que no sabíamos ninguno sobre el deseo, pero cuando escribe una mujer está hablando de una experiencia que no es equiparable a la de los demás. ¿Por qué yo tengo que sentir más cercanía con las escenas sexuales de Arturo Pérez Reverte y esas tetas germánicas de las que él siempre habla en sus libros? ¿Por qué esa escena es más representativa de la sexualidad que cualquier texto de cualquier otra escritora ya sea de una Marvel Moreno o una Anais Nin o una Anna Pacheco? A veces universalizamos gilipolleces.

También podemos universalizarlo todo desde la experiencia narrativa, ¿no? Si al final es estamos hablando de una igualdad en los géneros…

Claro, por eso digo si vamos a universalizar por qué no nos hemos centrado en relatos que son claramente de mujeres que son también universales.

¿Por qué yo tengo que sentir más cercanía con las escenas sexuales de Arturo Pérez Reverte y esas tetas germánicas de las que él siempre habla en sus libros?

¿El deseo solo se experimenta, como diría Anne Carson, desde la inexistencia del otro? ¿Es la no posesión el inicio o el mantenimiento del deseo?

Ummm, no lo sé. No tengo ni idea, pero para hablar sobre todas estas cuestiones sobre la imposibilidad de retener el deseo siempre debemos remitirnos a los griegos, a Safo y todas sus herederas de las que hablo mínimamente en el libro y me parece muy interesante porque precisamente abogan por una relación. A veces retener la belleza, como diría Anne Carson, es un trabajo muy duro que nos puede traer placer, pero también es un trabajo imposible porque no depende de nosotros esa belleza. Ese eros puede salir volando, se ha ido y hay que aprender a dejarlo marchar que es lo que no nos enseñan. A veces el deseo cuando muere hay que saber cortarlo respetuosamente y empezar a pensar en otra cosa. Por suerte somos muchos habitantes en este mundo y a veces nos obsesionamos solo con retener a una persona y creo que eso acaba generando más dolor que la simple idea de dejar.

Por último, ¿cómo ha estado el deseo en un año donde no hemos podido o está caso prohibido tocarnos? ¿El deseo ha mermado o ha explotado?

Ha explotado, por lo menos en mi caso y en el de muchas personas. Evidentemente hay que ser muy cuidadoso, ya que entran otros planteamientos y creo que Ana Requena ha hablado mucho de esto en sus redes sociales al plantear qué es familia, qué es ser un conviviente. Yo no convivo con las personas a las que amo y no convivo con las personas con las que me acuesto, pero precisamente, haber estado tanto tiempo sin poder tocarnos ha hecho que el primer contacto después del primer confinamiento, con tanto miedo y con tanta presión, fuera muy cuidadosos. Ahora te das cuenta de qué entendemos por tribu, qué entendemos por cercanía y para mi ha sido difícil estar alejada de las personas a las que quiero y de las personas a las que deseo, no sé si la pandemia ha avivado mi deseo, pero sí me ha hecho plantearme que, aparte de las dificultades propias del amor, el contexto favorece o perjudica estas vivencias y yo he tenido la suerte de después del confinamiento poder estar con esas personas y me siento privilegiada porque sé que hay gente que no ha podido ni verse, ni tocarse ni viajar a ver a sus familias.

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