Dolor crónico: qué es y por qué no es ni inventado ni exclusivo de un género
Ni inventado ni exclusivo de un género, así es este malestar cronificado que puede tener o no orígenes físicos
Alrededor de un 17% de la población española malvive con dolor crónico, episodios de dolor que no tienen un carácter psicosomático —al contrario de lo que suele creerse— y que se pueden extender durante largos períodos de tiempo, superiores a tres meses. Según explican desde MSD Manuals, el dolor crónico es un efecto recidivante que se asocia a enfermedades crónicas como pudieran ser el cáncer, la artritis, la diabetes, la fibromialgia o lesiones que no se curan.
Por desgracia, el factor psicológico también alimenta estos dolorosos fantasmas que, según explican datos de la Universitat Oberta de Catalunya, se vinculan a entre un 40% y un 80% de las consultas médicas. A ello se suma un estigma de lo mental, cuando son muchos los pacientes que deben pasar por el mal trago de justificar un dolor real a pesar de no existir una causa directa física que lo apruebe.
Lejos de la invención, la realidad es que, según explica Rubén Nieto, psicólogo especialista en dolor persistente, «el dolor es una experiencia subjetiva que configura el cerebro a partir de la interacción de múltiples factores, y entre estos tienen un rol muy importante los factores psicológicos», profesor también de los Estudios de Psicología y Ciencias de la Educación de la Universitat Oberta de Catalunya.
Un dolor latente, extendido y recurrente que también avalan desde MSD Manuals al apuntar a una de las causas fundamentales: «El dolor crónico se produce a veces cuando los nervios se vuelven más sensibles al dolor». De esta manera, citan que la causa original puede estimular a las fibras y células nerviosas que retransmiten estas señales. Al promover una estimulación constante, se pueden modificar la estructura de estos tejidos y hacerlos más activos, convirtiendo en dolorosos estímulos que antes no lo eran o que puedan parecer más intensos.
En ese hándicap, nuestra cabeza también puede jugar malas pasadas para aumentar la presencia de un dolor que, promovido por esa estimulación nerviosa, finalmente se hace patente de forma física haciendo el dolor más duradero y severo. Una realidad que también apunta a factores como ansiedad, depresión y otros factores psicológicos para explicar el porqué de la virulencia de este tipo de dolores reiterados en algunas personas. De hecho, el temor y miedo a estas patologías afectan a la producción de sustancias que rebajan la sensibilidad neuronal al dolor, ‘desactivando’ a los neurotransmisores que dirían ‘no es para tanto’.
Qué es el dolor crónico
Tras trastornos duraderos prolongados no resueltos como el cáncer, la artritis, distintos tipos de hernia se producen estímulos que pueden explicar el dolor crónico, pero no hace falta irse a casos extremos, ya que lesiones leves pueden fomentar esa sensibilización nerviosa a receptores periféricos que produzcan dolor aún en la ausencia de estímulos.
Hay ejemplos en los que es evidente su desencadenante (un traumatismo, por ejemplo, o una lesión por repetición como las tendinosis o la propia artritis), pero en otros como las cefalalgias o los dolores abdominales pueden quedar solapados. A ello se suma el matiz de los problemas psicológicos que magnifican el dolor crónico y que en caso alguno no están generando que el paciente se lo invente. Además, el entorno de la persona también puede reforzar —en casos positivos y negativos— la presencia de este dolor crónico que no aparece en todas las partes del cuerpo por igual ni con la misma intensidad en cada persona, pudiendo ser agudo, punzante, constante o intermitente.
Bajo esta evidencia, MSD Manuals además apunta que las personas que lo sufren tienden a sentirse cansadas, faltas de apetito, faltas de libido y presentan problemas para dormir, aunque no siempre es en todos los casos. Lo que además aclaran es que puede suponer un efecto que además contribuya a empeorar una depresión o ansiedad de la persona que lo sufre. Para diagnosticar este dolor crónico, además del examen físico, también se suele hacer una evaluación mental.
A partir de ahí, el médico decidirá remitir a un especialista o buscar la terapia más adecuada para el paciente, que puede pasar desde ejemplos con fisioterapia o terapia ocupacional, además de analgésicos (como ya te explicamos en THE OBJECTIVE) y otras técnicas de alivio del dolor. A ello, de manera frecuente, también se suma la terapia psicológica.
Sin embargo y lo que hoy nos ocupa es la clave de cómo desmitificar el dolor crónico y cómo hacer ver que no se trata de un dolor ficticio al no existir una causa física directa, que es una cuestión de género o que es una patología que simplemente remite con el tiempo y con la que hay que aprender a vivir.
Las falsas creencias y mitos del dolor crónico
La neurociencia tiene varias respuestas para aclarar por qué el dolor crónico no es dependiente del daño real (la nocicepción) en los tejidos. Algo que Rubén Nieto y Mayte Serrat, autores de Dolor y psicología: ¿por qué es necesaria la persona especialista en dolor? apuntan a que «el dolor no suele inventarse ni se crea voluntariamente. El dolor siempre es real y se genera con independencia de lo que la persona pueda opinar o pensar».
El problema parte de haber comprendido el dolor desde un modelo biomédico de daño en los tejidos, algo que la neurociencia desmonta y que Serrat explica como «es posible tener dolor sin un cuerpo físico y es exactamente igual de real que si se tuviera esa parte física».
Bajo ese prisma, en el cual se podría creer que la base del dolor es 100% psicológica, ambos especialistas lo desmienten. Para ello, Nieto insiste en que «en la medida en que la experiencia del dolor es única y construida de forma única para cada persona, a partir de la interacción de múltiples factores. Y aunque los factores psicológicos puedan tener un peso importante en la experiencia del dolor, esto no quiere decir que se pueda categorizar el dolor como exclusivamente psicológico». De ahí a apuntar que factores como la ansiedad, el estrés o la depresión y el papel de multiplicadores que pueden llegar a hacer en estos episodios.
Por mucho que nos duela —casi literalmente— el dolor es beneficioso, pues no deja de ser una alarma que nuestro organismo genera para informarnos de que algo no está bien. Sin embargo, es conveniente saber cuándo discernir entre un dolor funcional y otro persistente que está siendo inútil.
Para ello, Mayte Serrat apunta a reconceptualizar estas relaciones y reeducar al cerebro para que sepamos cómo y por qué aparecen estas asociaciones y cómo reconducirlas. Algo que sintetiza esta experta de la UOC en «entender que la experiencia del dolor forma parte de un proceso de aprendizaje, se puede desaprender para recibir la educación de forma correcta y que el cerebro cree nuevos conceptos de asociación».
Junto a estos mitos y falsas creencias también hay barreras de género que, por ejemplo, apuntan a patologías como la fibromialgia como exclusivamente femeninas cuando la realidad según ambos investigadores es que «hay un problema de infradiagnóstico de enfermedades como la fibromialgia en el sexo masculino», seguramente propiciados por ese estigma social de fortaleza que tradicionalmente se asocia a los hombres. Por último, ambos también inciden en la necesidad de hacer partícipe al entorno del paciente como mitigador de los efectos del dolor crónico.
En este sentido, una de las pistas que ofrecen es que «cuando la persona con dolor manifiesta su problema, alguien de su entorno hace todas sus actividades, y lo hace siempre, seguramente, de forma no intencionada, estará provocando que cuando la persona con dolor quiera hacer las actividades de nuevo tenga más dificultades. La evitación no es una buena estrategia, es necesaria la confrontación». Es decir, se trata de poner cara al problema y de no tratar a la persona que lo padece como desvalida, además de mejorar la comunicación y la comprensión de este dolor cronificado.