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Comer gambas, un placer con dos riesgos para tu salud (por estos motivos)

A la plancha, cocidas, fritas, en tempura e incluso en crudo, comer ciertos mariscos puede poner en un compromiso a nuestra salud

Comer gambas, un placer con dos riesgos para tu salud (por estos motivos)

Un plato con varios langostinos | Freepik

Bandera de la Navidad y de las mariscadas veraniegas, el mundo del crustáceo es un placer que, generalmente, no nos supone grandes contratiempos a nivel nutricional. Sin embargo, pasarse de la raya puede tener más desventajas de las que podríamos asociar al consumo de animales tan populares como gambas y langostinos.

Protagonistas de un sinfín de recetas, aunque en ocasiones nos vale con consumirlos crudos, a la plancha o ligeramente cocidos, este tipo de crustáceos (que podemos sintetizar en gamba blanca, gamba roja y langostinos), aunque luego los nombres científicos son un mundo aparte son un producto nutricionalmente interesante.

Aunque es un producto muy bajo en grasas (generalmente no pasa de los dos gramos de grasa por cada 100 gramos), hay ciertos perjuicios que son muy habituales en las gambas y en los langostinos, independientemente del tipo de consumo que hagamos de ellos. En la parte positiva, como suele suceder con el resto del marisco, hablamos también de elementos con una gran cantidad de proteínas (entre un 20% y un 25% del peso total del producto), por lo que en dietas cetogénicas son bastante habituales.

También, como es evidente, es un producto bajo en hidratos de carbono —como es habitual en cualquier tipo de pescado o marisco—, por lo que calorías tiene bastantes pocas. El problema no solo está con el producto en sí mismo, sino en cómo lo acompañemos o que lo hagamos partícipe de festines algo más calóricos, como cuando introducimos salsas como la mayonesa, la bechamel o la salsa rosa.

Un plato con gambas a la plancha
Conviene evitar preparaciones que añadan grasa como fritos o a la plancha. | Freepik

En otro de los debes del marisco está el riesgo añadido de esas comidas navideñas donde, sin pretenderlo, estemos haciendo ya de por sí ingestas demasiado calóricas, razón por la que los langostinos o las gambas pueden suponer un equilibrio, a pesar de tener un pequeño hándicap: son muy fáciles de comer, ya que la deglución y la digestión es rápida, por lo que no crean sensación de saciedad y nos podemos pasar con el tamaño de la ración con bastante facilidad.

Dos razones para moderar el consumo de gambas y langostinos

Tienen la suerte de que sus preparaciones no suelen ser especialmente calóricas, pero sí corremos un riesgo añadido para agregar demasiada sal a la preparación. Las típicas gambas a la plancha, donde la sal gorda se añade al final, pueden ser una bomba de relojería para hipertensos, sobre todo si tenemos en cuenta que la OMS recomienda un consumo diario de sal inferior a cinco gramos por persona.

Sin embargo, aún con las opciones más suaves en la preparación de las gambas y de los langostinos hay un par de palos en la rueda que nutricionalmente no nos conviene asumir. Vinculados a la diabetes, a problemas nefrológicos y al sobrepeso, además de a ciertas complicaciones con la tensión arterial, la ingesta de gambas y langostinos deben ponerse entre comillas para cierto tipo de personas.

Un plato con langostinos cocidos
La forma más saludable de consumir estos productos sería cocidos y con muy poca sal. | Freepik

El primer palo en la rueda lo pone un viejo conocido como es el colesterol, ya que las gambas y los langostinos tienen, según informa Clínica Universitaria de Navarra, unos 200 miligramos por cada 100 gramos de producto. Un guarismo que los pone en cabeza dentro de los mariscos, donde comparten pedestal con los calamares (220 miligramos por cada 100 g de producto) y lejos de productos como langostas, sardinas u ostras, que estarían por debajo de esa franja de 200 miligramos.

Como es evidente, unos niveles elevados de colesterol (la temida hipercolesterolemia) están vinculados a diferentes cardiopatías que, en grado extremo, podrían suponer mayores riesgos de infarto, de accidentes cerebrovasculares o de anginas de pecho. Además, ciertos hábitos cotidianos como fumar, beber alcohol o un estilo de vida sedentario contribuyen a engrosar la lista de enemigos junto al aumento de peso o la diabetes.

El otro gran riesgo de los langostinos y gambas —y del resto de crustáceos— viene dado por la ingesta de purinas que supone y que eleva el ácido úrico (la no menos temida hiperuricemia), una patología que más allá de efectos como la gota, está muy vinculada a parámetros hemodinámicos como distintos aumentos de presión auricular, pulmonar y arterial, además de una disminución del índice cardiaco y que en pacientes con hipertensión (recordemos la sal antes mencionada) y otras enfermedades concomitantes como la diabetes o la obesidad multiplican los factores de riesgo de unas inocentes gambas.

Una cazuela con gambas sin cabeza
Para que el cadmio de las gambas fuera nocivo deberíamos ingerir medio kilo a la semana. | Freepik

Todo ello sin mencionar el súmmum de las complicaciones de las gambas y langostinos, que es fácilmente evitable si no consumimos y chupamos sus cabezas, una práctica habitual pero que supone consumir cantidades elevadas de cadmio, un metal pesado como el que se suele encontrar en los pescados con mercurio, como ya te contamos en THE OBJECTIVE. En cualquier caso, advierten desde la Fundación Española de Nutrición, que un consumo elevado de cadmio vendría dado por una ingesta de medio kilo de gambas a la semana, es decir «no se contempla riesgo en un consumo esporádico de cabezas de gambas y otros crustáceos».

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