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Bestiario: el culo de la cerda

«Es entonces cuando Saúl cambia el tono, el verbo y la risa de un modo tal que me descubro sometida a su merced»

Bestiario: el culo de la cerda

Una pareja en la cama. | Unsplash

 «Tengo ganas de pegarte», soltó Saúl sin miramientos cuando al voltearme, mi culo se quedó a la altura de su cara. Me dijo que las cerdas no eran blancas como la leche y que ese culo pedía color. Gemí una sarta de palabras inconclusas en el intento de dejar de ofrecérselo y sentarme cara a cara frente a él; pero Saúl ya se había agarrado a mis caderas como si fuera un jarrón y hundía su cara en la rendija que interrumpe el muro de las nalgas.  Saúl es un estratega despiadado.  Su ternura obedece a un fin superior y aunque ahora le vieran aquí ensalivándome la espalda hasta el ano con pasadas dulces de lengua ancha y mojada, sus neuronas se transmitían entre sí otro tipo de intenciones. 

La táctica de Saúl ha sido hasta ahora infalible conmigo. Se acerca tierno y divertido en sus mensajes, me busca desde la broma compartida y llega incluso a estar de acuerdo con alguna de mis opiniones. Yo soy presa fácil para las garras de este Saúl Maquiavelo, así que me trago cada una de sus atenciones cada vez que toca la puerta de entrada a mi vida. Durante unos días saboreo el rico gusano con sabor a trampa, guerra y diversión. Es entonces cuando comienza el juego. Es entonces cuando Saúl cambia el tono, el verbo y la risa de un modo tal que me descubro sometida a su merced

Allí, lamiéndome como un cordero toda la espalda, hace lo mismo. Me enjuga de secreciones inofensivas que penetrarán en mi piel hasta corroerme el pensamiento. Se para en lo más alto de mi grupa para besarla con la devoción de un peregrino para hundirse después buscándome el músculo tenso de mi ano. Lo unta y penetra con la suavidad de su lengua. Lo chupa con el afán de un helado que no llega a derretirse. Lo intenta morder fallidamente. Me mantengo quieta y extasiada hasta que, como manda la estrategia, se detiene bruscamente y se incorpora para ponerse detrás. 

«Tengo ganas de ponerte el culo rojo, como debe tener una cerda», dijo al propinarme la primera guantada. La segunda la lanzó con más fuerza y en el mismo lugar y las siguientes acertaron en la diana bicolor que esbozaron las anteriores. Alternaba Saúl un ritmo de hostias imposible de predecir. A veces, y tan solo una, descargaba sobre la otra nalga sus ganas de oír el chasquido de mi carne contra la suya. El resto, incidía sobre la marca de cinco dedos que ya había aparecido. Me quemaba. El dolor era soportablemente agudo e insoportablemente inesperado. Yo tensé mis piernas hasta el punto de olvidar el chocolate que ensuciaba mi cara de cerda y mecía mi cara contra la cama con un movimiento rítmico que paliaba el daño y ensuciaba las sábanas. Saúl me agarró del pelo y me miró con los ojos brillantes; «ahora sí que estás cerda pero de verdad». Se acercó a mis labios y me besó como nunca antes lo había hecho; me besó ampliando el límite de mis labios a todo el rostro. Enredó su lengua en mi nariz, me lamió las pestañas, me sorbía los labios y hasta llegó a clavarme los dientes en la barbilla, tanto que pensé que me la iba a arrancar. Estiró el  dedo índice hasta mi clítoris insertando a la vez su dedo pulgar en el culo, que de puro vicio, había perdido su rigor.  «Mira, así se follaban a la cerda del vídeo», me dijo bajito y con la boca llena de mi cara. «Ya quisiera ella», pensé para mis adentros mientras estiraba la lengua hacia mi mejilla derecha para que la gula nos sumara aún más puntos de entrada directa al infierno.

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